Hay diáconos, no diaconisas
Rosario Espinal
No escribo este artículo porque sea una ardiente defensora de la aprobación de diaconisas o sacerdotisas en la Iglesia católica. Pienso que las iglesias son instituciones privadas (aunque incidan en lo público) y pueden, por tanto, elegir su forma de organizarse, aún en la modalidad más patriarcal. Además, la feligresía escoge voluntariamente la iglesia a la que quiere pertenecer, excepto en las sociedades teocráticas de imposición religiosa.
Aun así, me sorprende un poco que haya diáconos y no diaconisas.
¿Quién es diácono? Una persona ordenada para el servicio y la asistencia en la liturgia y la evangelización (o sea, un auxiliar del servicio religioso). A diferencia del sacerdote, el diácono puede estar casado, no puede celebrar misa porque no está facultado para consagrar el pan y el vino, no puede confesar ni ungir a los enfermos, pero sí puede ofrecer sacramentos como el bautismo.
Ante el declive en las vocaciones sacerdotales, la Iglesia católica ha ampliado su base de diáconos para ofrecer servicios religiosos.
Frente a esta necesidad de personal, lo lógico sería que la iglesia hubiera aprobado tener diaconisas. Cuenta con muchas mujeres consagradas (las monjas), dedicadas exclusivamente a la vida religiosa.
Por eso llama la atención que la iglesia prefiera tener diáconos casados con familias, que no están dedicados completamente a la vida consagrada, en vez de monjas diaconisas.
El argumento fundamental en contra es que el diácono tiene un estatus en la estructura jerárquica sacerdotal, y ese orden sacramental es exclusivo para los hombres. O sea, los diáconos son una especie de cuasi sacerdotes, y las monjas, al ser mujeres, no pueden acceder a ese rango sacramental.
Las diaconisas existieron en tiempos antiguos de la iglesia, pero no se consideraban parte del sacerdocio como orden sacramental. Se dedicaban a labores de servicio a la comunidad, como el cuidado de los enfermos.
Todas las leyes y disposiciones institucionales que definen funciones de género y tienen su fundamento en la tradición antigua son patriarcales, así era el mundo; pero no deja de sorprender tanta oposición en la actualidad a que mujeres consagradas sean diaconisas, y ni decir sacerdotisas.
A diferencia del argumento de que hay trabajos que no pueden realizar las mujeres por las exigencias físicas (los militares, por ejemplo), el sacerdocio se ajustaría bien al rol de cuidado que históricamente han desempeñado las mujeres: amor, compasión, misericordia.
Entiendo que los hombres se resistan a perder el poder absoluto que tienen en la Iglesia católica; así son las estructuras de poder rígidas que no se rigen por reglas democráticas.
Ahora bien, no me parece convincente el argumento de excluir del diaconato a las monjas que deseen ser diaconisas, cuando son mujeres totalmente dedicadas a la vida consagrada, mientras los diáconos no lo están.
El tema de la participación de las mujeres en la estructura jerárquica de la Iglesia católica seguirá su curso en las próximas décadas, y mientras se apele al argumento del sacerdocio como sacramento exclusivo de los hombres, habrá poco espacio para grandes cambios.
Hoy