La agenda básica para 2023 (2 de 2)

Eduardo García Michel

Al hacer acopio de sus recuerdos, a Ramón Vásquez García se le escapó un lamento por la comprobación de que durante largos períodos se ha utilizado al Estado como pedestal para satisfacer ambiciones desmedidas. 

Sintió dolor de que el interés particular se haya ido comiendo a la patria, lo necesario se mediatice, la equiparación social no llegue, la justicia no termine de hacer justicia, la informalidad arrope al mercado laboral, la escuela no enseñe, el acceso a servicios de salud de calidad sea privilegio de pocos, las pensiones irrisorias. 

Inquieto, inconforme, encaminó su pensamiento hacia la educación. Corporaciones voraces de maestros, sindicalistas, empresarios, políticos, se repartieron el porcentaje del PIB destinado a esos menesteres. Mientras más recursos se consumen del presupuesto nacional, menor resulta el rendimiento de los estudiantes, desconectada la enseñanza de normas estrictas de cumplimiento, preñada de lagunas profundas, carentes los profesores de vocación para cumplir su elevado rol. Elevó preces para que se asegure el aprendizaje y desarrolle la capacidad de reflexionar, pensar. 

Quiso tranquilizar su espíritu. Imaginó que la juventud dedicaría parte de su tiempo a la lectura, a ilustrarse y a estimular modos distintos de comportamiento no tan apegados a la cultura del alcohol, del estruendo, de la cháchara, o del vicio de teclear en aparatos electrónicos para alimentar la falsa creencia de que acumulación de información es conocimiento. 

Tomó nota de que, luego de la prometedora reforma del año 2000 que creó el sistema de seguridad social, los intereses pecuniarios de pocos prevalecieron sobre las necesidades de muchos y, en vez de encaminar el país hacia un sistema de protección universal en materia de salud e igual acceso y calidad para todos, lo orientaron hacia la segmentación por capas sociales. 

El juramento hipocrático de “No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”, yace olvidado en el desván de la indiferencia. La cápita de financiación diferenciada sacrifica calidad por cantidad. El financiamiento del segmento subsidiado va a la zaga, mientras el contributivo tampoco se acerca a cumplir con las aspiraciones de quienes lo integran. El sistema sanitario no cumple con el cometido de ofrecer servicios de alto estándar a toda la población. La deja expuesta a la quiebra total por eventos inesperados.

¿No habría sido mejor separar el componente de salud del de pensiones?, se cuestionó Ramón Vásquez García, para quien la mezcla de roles entorpece sus respectivos desarrollos. 

La preocupación de Ramón Vásquez García se agigantó al darse cuenta de que la soberanía y la nacionalidad, vitales para la sobrevivencia del Estado dominicano, se colocan en entredicho, los inmigrantes ilegales ocupan callejones y avenidas, cada vez con mayor desparpajo. Las remesas y los subsidios quitan ímpetu a la dedicación al trabajo esforzado del dominicano. La congestión del tráfico hurta tiempo productivo. El hacer de muchos ciudadanos como chivos sin ley refleja la existencia de un vacío de autoridad. 

¿Y con que se cuenta para enfrentar tantos males?, se preguntó, si lo que está a la vista es que la deuda pública y cuasi fiscal se amontona y crece, el servicio de intereses y amortizaciones se incrementa, el sistema eléctrico lleva a las finanzas estatales al despeñadero al tiempo que profetas del estatismo satanizan la venta de esos activos, el consumo y las transferencias aumentan, la inversión depende del endeudamiento, no del ahorro. Mientras los políticos se entretienen en ponerse palos en las ruedas de las carretas, los desequilibrios estructurales se agrandan. 

La situación del estado de la nación causada por problemas que vienen de antaño es complicada, reflexionó, tanto como difícil es hacerla compatible con las cifras halagüeñas de crecimiento económico. A los economistas les resulta imposible explicar esa aparente singularidad sin subterfugios ni matices (problemas estructurales cada vez más grandes en medio de crecimiento económico elevado), condicionados por su dependencia al área política en la que están involucrados o por su condición de ser o haber sido gobierno. 

A Ramón Vásquez García se le arrugó el ceño. La preocupación invadió su espíritu. No era hombre de arredrarse ni de renunciar a buscar soluciones ante cualquier escollo. Se atusó la barba y el bigote. Pensó que la tarea urgente, la agenda básica, es terminar de institucionalizar al Estado, achicarlo, disminuirlo, con el propósito de fortalecerlo, ¡sí señor, de fortalecerlo!, eso sí, para que cumpla a cabalidad sus funciones, que son muchas y vitales, y que haga lo que tiene que hacer sin acomodamientos.

Con esa perspectiva, se tranquilizó a sí mismo. Concluyó que, si los dominicanos se impusieran ese empeño, si sus gobernantes lo lideraran, los males encontrarían soluciones y el futuro sería luminoso. 

Sintió dolor de que el interés particular se haya ido comiendo a la patria, lo necesario se mediatice, la equiparación social no llegue, la justicia no termine de hacer justicia, la informalidad arrope al mercado laboral, la escuela no enseñe, el acceso a servicios de salud de calidad sea privilegio de pocos, las pensiones irrisorias.

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