La convulsionada campaña electoral en los Estados Unidos

Rosario Espinal

Cada día que pasa la campaña electoral en los Estados Unidos se torna más convulsionada.

Del lado republicano, el expresidente Donald Trump es el candidato, inusual en la política estadounidense donde, cuando un candidato presidencial pierde, sea en su primer intento o en búsqueda de reelección, se retira de las contiendas electorales. Por ejemplo, George H. W. Busch perdió las elecciones del año 1992 y nunca más volvió a presentarse, y a Al Gore lo declararon perdedor en las elecciones del año 2000 y nunca más volvió a ser candidato presidencial.

Trump, por el contrario, perdió las elecciones del año 2020 en las que buscaba reelegirse, e inmediatamente impulsó una campaña de que había sido víctima de un fraude. O sea, nunca abandonó la idea de repostularse. Ya inició la convención del Partido Republicano, donde la convulsionada campaña electoral en los Estados Unidos.

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La política es siempre polarizadora, pero hay políticos que la polarizan aún más; Trump es uno de ellos. No solo polariza, sino que utiliza estrategias mediáticas para eliminar políticamente a sus contrincantes. Los republicanos que han competido con él lo saben.

Desplazó a sus contrincantes en las primarias republicanas 2016, y lo mismo hizo en este 2024.

El poder de Trump sobre la base electoral dura republicana, compuesta fundamentalmente de evangélicos blancos de clase trabajadora y media, ha resultado en un partido autocrático, donde la disidencia se purga con la difamación pública. Alinearse con Trump tiene ventajas electorales para los políticos republicanos, mientras criticarlo es sentencia de muerte política, como bien sabe Liz Cheney, hija del exvicepresidente Dick Cheney.

Para el Partido Demócrata la situación es particularmente compleja porque a estas alturas no tienen definida una candidatura presidencial. No realizaron unas primarias competitivas porque el protocolo en los Estados Unidos es permitir que el presidente que desee reelegirse reciba el apoyo del partido, pero no estimaron adecuadamente el estado de deterioro físico y mental de Joe Biden; ni tampoco su resistencia para retirarse.

Ante un Trump cada vez más empoderado (el atentado le favorece), el Partido Demócrata tiene la urgencia de armar una boleta presidencial de impacto positivo y que reciba el endoso entusiasta de los distintos bloques sociales que componen el electorado demócrata, y que, además, logre atraer a los conservadores anti-Trump.

La solución institucional más fácil sería escoger a Kamala Harris, pero su candidatura presenta debilidades, entre ellas: es mujer, no es blanca, y ha tenido dificultad para presentarse como una vicepresidenta eficaz con destrezas presidenciales. No todo ha sido su culpa. Los republicanos la han atacado insistentemente, la prensa no ha sido amigable con ella, y el mismo Biden no le asignó tareas donde pudiera destacarse como una estadista y mostrar logros.

Con pocas semanas para llegar a la convención programada para el 19-22 de agosto, el

Partido Demócrata debe resolver rápidamente si sigue con Biden de candidato presidencial, escoge a Harris para reemplazarlo, o realiza unas primarias al vapor para escoger sustitutos.

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