La crisis energética mundial

Daniel Zorrilla Velázquez

Julio 2022

A partir de la paulatina recuperación de los estragos de la pandemia de covid-19, la demanda de bienes y servicios excedió con creces a la oferta, lo que ocasionó un choque en los mercados. Una de las principales causas de lo anterior fueron las disrupciones en las cadenas de suministro de un sistema globalizado, originadas por los cierres mandatados por los gobiernos y el proteccionismo, lo que generó una grave escasez de alimentos y otros productos de primera necesidad. La incipiente restauración de las rutas comerciales demandaba un incremento agresivo en la producción de energía, algo que derivó en una súbita elevación de los precios, principalmente del petróleo y del gas natural. Unos meses después, el recién electo presidente Joseph R. Biden anunció un agresivo plan conjunto para lograr una revolución verde, tratando de compensar los años perdidos por gobiernos anteriores que no atendieron la crisis climática. Los esfuerzos estaban dirigidos a lograr una transición dura de los combustibles fósiles a las energías alternativas, sin contemplar de manera comprehensiva planes alternativos en caso de fallas o una nueva alteración en el orden internacional.

El conflicto en Ucrania, a principios de 2022, fue precisamente la alteración que se podía vislumbrar en el horizonte, pero que fue minimizada. Ante esto, un sistema mundial de energía que ya estaba amenazado antes de la guerra, se vio repentinamente al borde del colapso. En un intento por contener a Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea le impusieron fuertes sanciones económicas, tratando de bloquear sus cuantiosos ingresos por combustibles, en una estrategia basada en el “imperativo moral” de no financiar la guerra. Sin embargo, Rusia es uno de los exportadores más grandes de petróleo del mundo y el principal suministro de gas natural en Europa, por lo que la escasez de energéticos aceleró de golpe las presiones inflacionarias y desencadenó condiciones que podrían derivar en una recesión. Lo anterior, también tiene el funesto potencial de causar una serie de crisis humanitarias en los países en desarrollo, por la limitada oferta de alimentos y el incremento generalizado de los precios de los satisfactores.

Una crisis que empeora

La crisis energética actual tiene como único precedente a la crisis del petróleo de la década de 1970, cuando la intervención excesiva de los gobiernos ocasionó una grave disrupción en el mercado de la energía. No obstante, el desequilibrio actual no solamente está basado en el petróleo, sino que se extiende al gas natural y al carbón. Además, la electricidad generada con energías alternativas, como la eólica o la solar, tienen una producción intermitente, por lo que no representan una solución en el corto plazo.

La coyuntura actual ha provocado que la transición energética se retarde cuando menos 10 años, ante la necesidad de los países occidentales de volver a recurrir al petróleo, al gas natural e incluso al carbón.

A pesar de esto, la comunidad europea tiene la pretensión de prohibir todas las importaciones de petróleo, gasolina y diésel provenientes de Rusia antes de que termine el año. El nerviosismo de los mercados en cuanto a un hipotético cierre total a los hidrocarburos rusos, además de la negativa de la Organización de Países Exportadores de Petróleo a incrementar su producción, está generando un incontrolable aumento de los precios de estos productos y, por consiguiente, de las materias primas y los alimentos. Esta situación será fuertemente agravada cuando llegue el invierno, pues existirá una demanda aún más alta de energía para la calefacción y la producción de otros bienes específicos, que no podrá ser satisfecha por la escasa infraestructura actual para extraer y almacenar combustibles.

Asimismo, podrían instaurarse medidas gubernamentales para racionar la energía. Es probable que el acceso a la energía sea insuficiente para cubrir todas las necesidades, por lo que cada vez será más difícil para los ciudadanos poder sufragar los gastos por facturas por este concepto, lo que causará graves problemas para las personas con menos ingresos. Claramente, los países menos desarrollados serán quienes más sufran por esta situación.

Esfuerzos del bloque occidental

Estados Unidos y sus aliados han liberado cantidades exorbitantes de petróleo de sus reservas estratégicas, con la intención de controlar en cierta medida los precios del producto. Empero, la demanda sigue superando a la oferta, especialmente ahora que China ha levantado muchas de las medidas para contener los brotes de covid-19. El país asiático necesita descomunales cantidades de energía para poder restituir su nivel de producción prepandémico, además de que su principal objetivo es lograr la recuperación de su economía. Frente a esto, China y la India están aprovechando la situación actual y están comprando hidrocarburos procedentes de Rusia a precios descontados, por lo que sus fuentes de ingreso siguen estables. Es probable que las sanciones del bloque occidental originen efectos no deseados, sobre todo ante el sostenido incremento de los precios.

Para tratar de paliar la crisis, Occidente ha barajado múltiples medidas. A saber, el presidente Biden presionó a Arabia Saudita para elevar su producción de petróleo. Sin embargo, el gobierno de Riad se ha negado a estas pretensiones, ante la política inicial de Biden de tratar a este país como un Estado “paria”, especialmente tras el asunto de la muerte del periodista Jamal Khashoggi. Frente a esta negativa, el inquilino de la Casa Blanca ha anunciado una visita a Arabia Saudita, con el propósito de enmendar las relaciones y conseguir su cometido.

Además, están sobre la mesa otras soluciones, incluso menos populares entre los ciudadanos estadounidenses. Por ejemplo, el levantamiento de las sanciones a Venezuela o la apertura para que Irán pueda vender petróleo en los mercados europeos, a pesar de que no se ha llegado a un acuerdo con la República Islámica en cuanto a su producción y enriquecimiento de uranio. Estas decisiones implican un nuevo despliegue de la realpolitik estadounidense, que resurge cada vez que existe una situación de desventaja.

Conclusión

La coyuntura actual ha provocado que la transición energética se retarde cuando menos 10 años, ante la necesidad de los países occidentales de volver a recurrir al petróleo, al gas natural e incluso al carbón. Las políticas internacionales que se implementen a partir de este momento serán cruciales para determinar el futuro de la humanidad. Por una parte, si no se solucionan los problemas de acceso a la energía en un corto plazo, se desencadenarán graves crisis alimentarias y de inseguridad en todos los aspectos. Por otro lado, si los gobiernos no actúan de manera cuidadosa, se puede volver a depender de manera total de los combustibles fósiles y paralizar la transición energética, ocasionando daños irreparables para un medio ambiente, ya de por si sobrestresado. Estamos ante un momento decisivo en la historia, en el que la habilidad y la buena planeación de los tomadores de decisiones serán fundamentales para poder salir de la crisis con el menor daño posible. 

DANIEL ZORRILLA VELÁZQUEZ es maestro en Administración Pública por la University of Texas at San Antonio. Fue becario en el Congreso de Estados Unidos e investigador en el Instituto de Desarrollo Económico de Texas. Actualmente, es profesor e investigador en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

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