La familia dominicana de Pablo Casals

Casals esperó en Puerto Rico a la caída de la tiranía de Trujillo

Guillermo Piña-Contreras

Antes de que Joaquín Balaguer tildara a Juan Bosch de haber traído “la lucha de clases a la República Dominicana”, absurdo anacronismo que además tuvo éxito, nuestra ignorancia era de tal magnitud que hoy día hay quienes queriendo defender a Bosch aseguran “¡Si no hubiera sido él, hubiera sido otro!”. La mejor prueba del atraso político dominicano en la Era de Trujillo.

Marx había dicho “la Historia es la historia del trabajo” que viene a ser, “la historia de la lucha de clases”. Partiendo de esa premisa y observando el auge que ha tenido en los últimos años la genealogía en nuestro país, me parece que nuestra historia, por reciente, se puede hilvanar siguiendo los vínculos familiares que existen desde el siglo XVI hasta hoy.

Uno de los primeros en interesarse en ese asunto fue el historiador Carlos Larrazábal Blanco con los nueve volúmenes que integran su obra Familias dominicanas (Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1969-1980), una investigación tan exhaustiva como los avances de la tecnología se lo permitieron. Un trabajo considerado por los genealogistas que se han agrupado en el Instituto Dominicano de Genealogía (IDG), una guía inevitable. Entre otros destaca el historiador Edwin Espinal Hernández y sus “cápsulas genealógicas” que publica regularmente en el suplemento cultural de Hoy.

Nunca he tratado de acercarme al IDG, pero reconozco y celebro su encomiable labor. Mi interés por conocer los vínculos familiares dominicanos lo tengo desde mi infancia. Recuerdo que mi padre, poco después de cenar comenzaba a hablarnos, a mi hermano y a mí, de sus ancestros, en particular de su bisabuelo, el mariscal Eusebio Puello Castro y de José Joaquín y Gabino, sus hermanos, también héroes de la Independencia nacional. A los Puello se les conocía como la columna de bronce de las guerras de Independencia del siglo XIX.

Lo interesante de esas conversaciones de la prima noche en casa era que en su historia familiar, mi padre no se limitaba a su familia, se interesaba igualmente por los vínculos de la nuestra con otras de San Juan de la Maguana, de donde eran oriundos.

 Vínculos que me hacían darme cuenta de que muchas familias de la aldea que, a principios del siglo pasado se había desarrollado del lado sur de la cordillera central y al este del río San Juan o Neyba, estaban más o menos emparentadas. No pude dejar de recordarlo cuando vi la película Ocho apellidos catalanes de Emilio Martínez Lázaro (2015), porque conocía, desde niño, mis ocho apellidos paternos y maternos.

Con la familia de mi madre, los vínculos fueron más fácil de establecer, pues un hermano de mi abuela, Juan Francisco Mejía Alburquerque, había escrito el prefacio del Álbum genealógico de la familia Alburquerque, que Alcibíades Alburquerque, su pariente había dado a la estampa en la década de los 50. En ese folleto se podían establecer los vínculos de nuestra familia materna con, además de los Albuquerque, con los Contreras y los Mejía.

Todo esto viene a cuento porque lo que me había enseñado mi padre en sus conversaciones de prima noche a propósito de los vínculos familiares me permitió, al escribir La reina de Santomé (mi novela galardonada con el Premio Eduardo León Jimenes de la Feria Internacional del Libro 2019), crear efectos de realidad que hicieron pensar a muchos de mis amigos que se trataba de una novela autobiográfica porque estaba salpicada de ciertos ancestros que destacaron en la lucha por la Independencia nacional y otros, como los Alburquerque, Contreras o Mejía muy conocidos en Bayaguana y Monte Plata. Esos nombres reales al ser integrados en una obra de ficción, crean un efecto de realidad tal que cuando los tomamos por verdaderos resultan de la ficción y viceversa. 

En 1973, año en que fallecieron, como reseñó la prensa internacional, “los tres Pablo”; Picasso, en abril, Neruda en septiembre y Casals en octubre, me vino entonces a la memoria la visita del virtuoso celista a Santo Domingo en julio de 1963 durante el gobierno de Juan Bosch. En una de mis conversaciones con el expresidente y escritor me habló de ese concierto que había sido auspiciado por el gobernador de Puerto Rico Luis Muñoz Marín honrando una promesa que había hecho cuando asistió a su toma de posesión de Bosch en febrero de ese año.

Juan Bosch, que le daba mucha importancia a los vínculos familiares, me contó entonces que Pau Casals, como también se conocía al virtuoso músico catalán, le había dicho que cuando se estableció en Puerto Rico sólo esperaba que cayera la tiranía de Trujillo para venir a conocer su familia dominicana; que se había enterado, en 1949, de la muerte de su primo hermano el eminente científico Fernando A. Defilló.

Bosch, naturalmente no me dijo si Casals se había reunido con los Peña Defilló o los Defilló Martínez durante su memorable estada en Santo Domingo. 

Como el azar ordena muy bien las cosas, hace poco cayó en mis manos Familia Defilló Martínez, apuntes genealógicos (Santo Domingo, Librería La Trinitaria, 2008, 91pp.); “apuntes” esmeradamente organizados por el reconocido cardiólogo Bernardo Defilló Martínez. Un opúsculo que, por su rigurosa metodología y asesoramiento, nos da a conocer los descendientes de Leonor Defilló Amiguet, hermana de la madre del virtuoso celista Pau Casals Defilló.

En 1973, año en que fallecieron, como reseñó la prensa internacional, “los tres Pablo”; Picasso, en abril, Neruda en septiembre y Casals en octubre, me vino entonces a la memoria la visita del virtuoso celista a Santo Domingo en julio de 1963 durante el gobierno de Juan Bosch. En una de mis conversaciones con el expresidente y escritor me habló de ese concierto que había sido auspiciado por el gobernador de Puerto Rico Luis Muñoz Marín honorando una promesa que había hecho cuando asistió a su toma de posesión de Bosch en febrero de ese año.

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