La moral y la anti-política

Nelson Espinal Báez

A partir de enero del 2017 tuvimos la valentía de movilizarnos contra la impunidad y la corrupción. Los excesos eran evidentes y la ciudadanía actuó con responsabilidad. Pero conjuntamente con este movimiento se hizo visible la superioridad moral como forma de desconocer toda legitimidad del contrario. El mundo empezó a dividirse entre los buenos (nosotros) y los malos (los otros). 

Desde aquel entonces venimos diciendo, toda «revolución moral» puede derivar en fascismo, de derecha o de izquierda. Lo valioso es fortalecer el sistema de justicia y profundizar los cambios legales que generen más institucionalidad, transparencia y régimen de consecuencias. Y por supuesto, profundizar las políticas públicas que generen más inclusión, educación y responsabilidad ciudadana. 

Entendiendo que no todo lo que sucede en otras parcelas políticas es pecaminoso, sucio e inmoral. La anti política – todo extremismo lo es – reduce la complejidad social a la lucha de los buenos versus los malos.

La historia nos enseña que los procesos sociales y políticos son complejos y dialécticos. Llenos de contradicciones, matices, posibilidades. Ni los buenos son tan buenos. Ni los malos son tan malos. En el fondo, detrás de esta superioridad moral hay una profunda necesidad de protagonismo – hubris –, demostrando que necesitábamos afirmarnos mediante demostraciones manifiestas de poder. 

Vinieron los torneos de honestidad: «yo soy más serio que tú y nadie es más serio que yo.» De esta forma, marcamos territorio, nos preocupamos excesivamente de la etiqueta y de establecer reglas excesivamente rígidas que nos permitan sentir que los demás se den cuenta de nuestra superioridad moral.

Así nacen las castas de poder, alimentándose de sus «principios morales superiores». Y cuando un grupo o una persona siente que se halla en el camino superior y califica a quienes piensan de manera diferente de malvados, ignorantes o enemigos, puede encontrar cierto alivio, pero en realidad, no se trata más que de hubris disfrazada de bondad. Como me decía un sacerdote, antes de iniciar una mediación en Guatemala: «Lo peor que me puede pasar a mí, es creerme que soy yo, mi ego, el que está sentado a la derecha del Padre…».

En fin, de tanto pontificar confundieron el sermón con el conocimiento.

Mientras esto sucedía, los EE. UU estaba siendo gobernado por uno de los presidentes más corruptos y egocéntricos de la historia reciente: Donald Trump. Su historial hizo parecer a Richard Nixon como un párvulo haciendo travesuras en el parque. 

Para bien o para mal, todo liderazgo ejerce una influencia pedagógica, así nace una generación donde el trumpismo es su religión. Primero se hunde el país, antes que su pastor. 

Los símbolos tradicionales de la derecha Ley y Orden se echaron al olvido. Los valores familiares se reducen a herramientas de campaña y la Biblia en las manos, a la más burda manipulación política. Y es que la mediocridad es exhibicionista y cuando adquiere cuotas de poder se impone como demostración efectiva de acción y dominio. Así se expresa el «comunismo burgués», con mentalidad de «mall», compiten en consumo, no en producción. Compiten en quien exhibe su mediocridad con más seguidores. El éxito no es una legítima aspiración, sino su salvación personal. Siempre confunden ganar con ganarle al otro. El mundo está dividido entre incondicionales (los míos) y enemigos. Entre ganadores y perdedores. Si no ganan, no son ni mucho menos existen. Así nace la «generación Donaltrom». 

Dicen ser de derecha, pero no leyeron a Edmundo Burke ni Raymond Aron. Una derecha de «Reel» y cortos de YouTube. Todo lo que no es de extrema derecha es de la «izquierda canalla», donde toda apelación a lo social es debilidad. Donde toda negociación es imposición y toda medición se reduce a intercambio monetario.

Hay un camino donde muchos de izquierda, de derecha y de centro podemos caminar, donde se nos exhorta a curar los viejos agravios; a escuchar al otro y demostrar empatía; a ver no solo posiciones irreductibles, sino matices, necesidades, intereses y aspiraciones. Donde lo económico y lo social pueden caminar de las manos y se impulse una derecha social y una izquierda económica. Es el impulso a respetar las necesidades básicas de todas las personas…que valora instintivamente la vida … la libertad… la justicia…la capacidad de emprendimiento…la verdadera política, la republicana y democratizadora. Donde se valoran los derechos y también los deberes. Es el verdadero poder de la gente que enfrenta la corrupción y la impunidad de todos los bandos. Sin etiquetas de izquierda ni de derecha, sino de ser humano. De ciudadanía. 

Toda «revolución moral» puede derivar en fascismo, de derecha o de izquierda. Lo valioso es fortalecer el sistema de justicia y profundizar los cambios legales que generen más institucionalidad, transparencia y régimen de consecuencias. Y por supuesto, profundizar las políticas públicas que generen más inclusión, educación y responsabilidad ciudadana. 

Fuente Diario Libre

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