La ovación a Mirian, la de Iván Rodríguez
Altagracia Paulino
Silvio Rodríguez menciona en su canción El Elegido que “siempre que se hace una historia se habla de un viejo, de un niño o de sí”, y tiene razón. Frecuentemente, relato partes de mi historia personal en lo que escribo cada viernes, pero esta vez es diferente. Al igual que Silvio, no hablaré de una mujer cualquiera.
Conocí a Mirian en San Francisco de Macorís durante los fatídicos 12 años. Era una mujer sencilla y bondadosa, entregada al cuidado de sus hijos y abnegada compañera del revolucionario Iván Rodríguez. Por ser su esposa, compartió con él el infortunio de la cárcel.
Era una mujer de trato afable, corazón generoso y gran fortaleza. Ser la esposa de un genuino revolucionario no es tarea fácil, y ser la eterna compañera de Iván es una gran distinción. Cuando se conocieron, ella tenía poco más de 16 años y él 18; desde entonces forman una “bonita pareja”, como diríamos hoy. Cuando decidieron unir sus vidas las familias de ambos no auguraban un matrimonio duradero por los jóvenes que eran. Han pasado 61 años y siguen juntos como el primer día.
Supe de ellos porque el martirio como pareja era un comentario obligado y sufrido en la comunidad incluso entre sus propios enemigos, quienes, impresionados por su entereza, se interesaban en su relato. Una pareja que jamás se doblegó ante enemigos tan implacables como aquellos que torturaron a Iván durante los años que estuvo preso, solo por tener ideas distintas a las del régimen.
El viernes 1 de septiembre, muchos revolucionarios del país rindieron homenaje a Iván Rodríguez, quien presentó un libro en el que narra parte de su vida como revolucionario. Asistí por el profundo respeto y admiración que siento por él.
Para mí era imperativo estar allí, pues Iván personifica la coherencia y la firmeza de ideas que abrazó desde joven, con la mirada fija en el anhelo de libertad de esa generación conocida como «Manolo» o «raza inmortal», que aspiraba a una patria libre y feliz.
Aunque Iván ha plasmado su historia en el libro, una edición limitada editada por el Archivo General de la Nación que adquirimos por quinientos pesos, lo más valioso de ese acto en el Colegio Médico fue el reencuentro de una generación de sobrevivientes. Aquellos que, 50 años atrás, fueron apresados, perseguidos o incluso tuvieron que exiliarse para no perder la vida.
Conocí a esa pareja cuando eran jóvenes, y ahora, ya mayores, fueron sorprendidos gratamente por tanto cariño y amor manifestado en su honor. Qué emocionante sentir en vida el calor y la solidaridad de amigos. Al escuchar su nombre, todos los presentes ovacionaron a Mirian, la mujer sencilla. Fue aplaudida durante casi un minuto. Mientras aplaudía, pensaba en contarles que esa ovación resonó en mi ser, recordándola con sus hijos pequeños, su esposo privado de libertad en momentos cruciales. Su temple y el noble sentimiento del amor que se prometieron eternamente, la ayudaron a soportar la represión.
Solo quienes vivimos los años de privación de libertades en este país podemos reconocer que nunca debe haber lugar para una dictadura.