La pinza inmigratoria

Eduardo García Michel

A la nación dominicana se le ha ido hinchando el pellejo con la presencia masiva de inmigrantes haitianos indocumentados. Entran por la frontera como Pedro por su casa; regresan a su lar cuando lo estiman conveniente para poner a buen recaudo sus ahorros (auto envían sus remesas); y vuelven a ingresar sin que las autoridades responsables muestren eficacia en poner coto a esa anomalía.

Hay datos que erizan la piel. Según informaciones del Sistema Nacional de Salud entre los meses de enero a mayo de 2024 se atendieron, de forma gratuita, más de 230,000 inmigrantes haitianos, a los cuales se les proporcionó más de un millón de servicios de diagnóstico. En ese mismo período ingresaron más de 11,000 parturientas haitianas, que representan el 33% del total de los partos registrados en los hospitales públicos y el 44% de los efectuados por vía vaginal normal.

El problema no es solo el costo para el Estado de la provisión de estos servicios, en detrimento de la calidad de la atención prestada a los pacientes dominicanos. El asunto tiene implicaciones más amplias.

Se conoce que parte de esas mujeres son traídas a parir. Vienen en grupos, como si hubiese un servicio especializado para depositarlas en los hospitales dominicanos, donde a sus criaturas se les hace el registro reglamentario, prueba documental de haber nacido en un hospital dominicano.

Cada año se agregan decenas de miles de personas nacidas de madres haitianas indocumentadas, cuyos familiares mantienen la aspiración de que algún día se revise su estatus y se les otorgue la ciudadanía dominicana, a pesar de carecer de ese derecho de acuerdo con lo establecido por nuestra Constitución.

Y, como son tantos, si la realidad social empujara a que algún día lo lograran, podrán cambiarlo todo, hasta los símbolos de nuestra dominicanidad, porque en el fondo ya será otra.

Esta circunstancia corre paralela a la disminución en la tasa de natalidad dominicana, lo que proyecta, primero, el estancamiento de nuestra población, como ya ocurre, y después, su disminución en los próximos años.

Es evidente que se ha conformado una poderosa pinza.

Por un lado, están las decenas de miles de haitianos que son traídos a nacer en territorio dominicano, con vocación de quedarse, junto a sus padres. Y, por otro, los cientos de miles que han ido acomodándose en los sectores productivos del sector informal, que van ensanchando su zona de influencia y colonizando el territorio que el dominicano abandona, decepcionado por no encontrar empleo digno.

la avalancha de inmigrantes irregulares distorsiona el mercado laboral, ejerce presión a la baja sobre el salario, demora la modernización productiva, y crea condiciones de vida que el dominicano rechaza, lo cual lo lleva a ausentarse del segmento de trabajo o a emigrar.

Si somos nación es porque tenemos idioma, cultura, creencias, idiosincrasia propia. Por tanto, no debemos permitir que nuestra dominicanidad sea alterada por la irrupción de masas poblacionales foráneas que afecten nuestros valores, costumbres y terminen incidiendo sobre las decisiones políticas.

Es cierto que son muchos los problemas pendientes de resolver, pero por su complejidad y consecuencias ninguno supera al de la ya insostenible presencia multitudinaria de inmigrantes haitianos indocumentados.

Este asunto amerita de atención urgente y decidida.

Lo primero es hacer cumplir a cabalidad la normativa migratoria y aplicar fuertes penas a quienes ponen en riesgo la pervivencia de la patria. E iniciar de inmediato un proceso de reconstitución del coeficiente del 80/20 de trabajadores dominicanos por extranjeros, contemplado en el Código Laboral.

En la actualidad ese coeficiente está invertido, es de 20/80 en el mejor de los casos, con el agravante de que a los trabajadores extranjeros a que se refiere son aquellos con permisos de trabajo o residencia, no a los indocumentados, no contemplados en la normativa.

Resolver este asunto requiere de la puesta en vigencia de programas y leyes transitorias que tracen los lineamientos de reconstitución de la relación 80/20, de regularización del estatus de los indocumentados, y de inserción progresiva de dominicanos al empleo.

Para lograrlo habrá que mezclar estímulos con castigos durante el período de normalización del mercado informal para nivelar el campo de juego y facilitar que los empleadores cumplan con las prestaciones laborales y las cotizaciones a la seguridad social. Y, en adición, revisar lo relativo a la cesantía, para flexibilizarla.

En el fondo, la inserción de los inmigrantes indocumentados en el mercado informal se asienta en la conveniencia económica de los empleadores de evadir el cumplimiento de las prestaciones laborales y de las cotizaciones a la seguridad social para disminuir costos. El inconveniente mayor es que crea un problema social mayúsculo y debilita los cimientos de la nacionalidad.

Si somos nación es porque tenemos idioma, cultura, creencias, idiosincrasia propia. Por tanto, no debemos permitir que nuestra dominicanidad sea alterada por la irrupción de masas poblacionales foráneas que afecten nuestros valores, costumbres y terminen incidiendo sobre las decisiones políticas.

Diario Libre

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