La próxima guerra de la que nadie habla

Por Afyare A. Elmi y Yusuf Hassan

The New York Times

Los problemas tienen cuernos de los que agarrarse. Pero no colas.

Este proverbio somalí, que sugiere que el desastre puede prevenirse pero no controlarse con facilidad, parece muy adecuado para África Oriental en este momento.

Los problemas han llegado, sin duda. Debido a las ambiciones expansionistas y los designios temerarios del primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, la región del Cuerno de África está en el umbral de una guerra que pondría en peligro a la región y tendría repercusiones en el resto del mundo. Hay que detenerla antes de que sea demasiado tarde.

El catalizador del conflicto es la obsesión de Abiy por convertir a Etiopía en un país costero. El año pasado declaró que Etiopía no podía seguir sin salida al mar y que debía tener acceso a este, ya fuera por negociación o por la fuerza. Somalia, el más débil de los cinco países costeros que colindan con Etiopía, era el objetivo obvio. El 1 de enero, Abiy firmó un memorando de entendimiento con el presidente de Somalilandia, una república secesionista autoproclamada en el noroeste de Somalia. A cambio de reconocer oficialmente a Somalilandia, Etiopía obtendría una base naval de más de 19 kilómetros en el golfo de Adén. Abiy tendría su costa.

Se trataba de una clara violación de la soberanía y la integridad territorial de Somalia, que recordaba al destructivo historial de intromisión de Etiopía en el país. Somalia rechazó inmediatamente el memorando y montó una ofensiva diplomática, explicando a las naciones regionales y a las potencias internacionales que Etiopía buscaba el control del territorio somalí por medios ilegales. Las Naciones Unidas, la Unión Africana, Estados Unidos y la Unión Europea respaldaron la postura de Somalia, haciendo énfasis en la necesidad de respetar las fronteras establecidas y la soberanía nacional.

Sin embargo, a pesar de la presión internacional, sobre todo del gobierno de Joe Biden, Abiy se ha mantenido firme. Parece creer que ahora es el momento adecuado para llevar a cabo su plan, mientras Somalia enfrenta una insurgencia extremista y el gobierno estadounidense está distraído por las elecciones y envuelto en conflictos en Medio Oriente y Europa. La posible victoria de Donald Trump, quien Abiy espera que apoye sus actos o se muestre indiferente, es otra ventaja.

Las tensiones, latentes durante todo el año, se han intensificado en las últimas semanas. En un alarde de poder, Etiopía envió sus soldados a Somalia en dos ocasiones en junio, lo que provocó las quejas de Somalia ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En julio, una milicia local de Somalia saqueó dos camiones cargados de armas y municiones enviados desde Etiopía, lo que sugiere que también han entrado armas en el país.

Somalia, por su parte, amenazó con expulsar a los soldados etíopes de las fuerzas africanas de mantenimiento de la paz en el país y, en una medida audaz, aprobó en julio un pacto de defensa con Egipto, que se suma al que firmó a principios de año con Turquía. Ankara ha intervenido para mediar, pero ha sido incapaz de encontrar una solución. Con ambas partes enfrentadas, la región es una bomba de tiempo.

Una guerra sería devastadora. Con la participación de naciones rivales y bien armadas, comunidades étnicas, grupos religiosos y apoyos internacionales, el conflicto provocaría un derramamiento de sangre y un desastre para ambos países. Somalia, que se recupera lentamente de una devastadora guerra civil de tres décadas, apenas podría soportarlo. Etiopía ya está inmersa en múltiples conflictos dentro de sus fronteras —en sus regiones de Tigray, Amhara y Oromia— y se enfrenta a conflictos en sus fronteras con Eritrea y Sudán. Otro frente, de miles de kilómetros, podría llevar al país al colapso.

La región, ya asolada por la guerra en Sudán, se volvería aún más inestable. El conflicto podría atraer a países del mar Rojo como Arabia Saudita, Egipto, Yemen, Sudán, Yibuti y Eritrea, todos los cuales consideran la masa de agua esencial para su seguridad nacional. Estados Unidos, China y algunas naciones europeas ya tienen presencia militar en el mar Rojo; países como Turquía, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Rusia han entrado recientemente en la contienda. La región podría convertirse rápidamente en un peligroso campo de batalla para las potencias mundiales y regionales.

A pesar de su precariedad, África Oriental es vital para el comercio y la seguridad internacionales. El golfo de Adén y el mar Rojo conectan Asia con Europa y América, mientras que el Cuerno de África es la puerta de Asia a todo el continente africano. Al interrumpir las rutas marítimas clave, la guerra en la zona pondría en peligro el comercio mundial. Igualmente preocupante sería el resurgimiento de grupos extremistas islámicos como Al-Shabaab, que ya afirmó haber reclutado a miles de jóvenes somalíes para luchar contra los etíopes. Un África Oriental inestable supone un riesgo para todo el mundo.

El tiempo apremia: este mes fracasó otro intento de mediación. Para evitar que la región caiga en un conflicto catastrófico, el mundo —encabezado por Estados Unidos— debe comunicar a Abiy que no tolerará sus ambiciones expansionistas. Etiopía, como cualquier otra nación sin litoral, debe buscar el acceso comercial al mar a través de la cooperación y la integración económica, no de acuerdos con secesionistas. Washington, que ha invertido mucho en la región, también debe presionar a los líderes de los países de África Oriental para que promuevan el diálogo, así como intentar reconciliar a Somalia y Somalilandia.

No será fácil. Pero el mar Rojo y el golfo de Adén son demasiado importantes para convertirse en otra zona de guerra, y África Oriental es demasiado frágil para las aventuras temerarias. El mundo debe tomar este problema por los cuernos. Porque una vez que cobre fuerza, no habrá cola por la que sujetarlo.

Afyare A. Elmi (@afyare_elmi) es profesor de la Universidad de la Ciudad de Mogadiscio y miembro no residente del Consejo de Medio Oriente para Asuntos Mundiales. Yusuf Hassan es consultor independiente y miembro del Instituto de Investigación de la City University en Mogadiscio.

The New York Times

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