La siguiente gran conmoción económica de China está en camino
Por David Autor y Gordon Hanson
The New York Times
Autor y Hanson, profesores de economía, fueron pioneros en la investigación sobre cómo la competencia china afectaba la fabricación estadounidense.
La primera vez que China trastocó la economía estadounidense, entre 1999 y 2007, contribuyó a eliminar casi una cuarta parte de todos los puestos de trabajo del sector manufacturero en Estados Unidos. Conocido como el “choque chino”, fue impulsado por un proceso peculiar: la transición de China de la planificación central maoísta a una economía de mercado a fines de la década de 1970, un cambio que muy rápido redirigió la mano de obra y el capital del país de las granjas colectivas en los campos a las fábricas capitalistas en las ciudades. Las oleadas de productos baratos que llegaban de China implosionaron los cimientos económicos de sitios en los que la fabricación era lo más importante como Martinsville, Virginia, y High Point, Carolina del Norte, que eran conocidas como las capitales mundiales de las sudaderas y los muebles. Veinte años después, esos trabajadores no se han recuperado de esas pérdidas laborales. Aunque ese tipo de localidades han vuelto a crecer, la mayoría de los aumentos de empleo se producen en industrias con salarios bajos. De manera simultánea, se desarrolló una historia similar en decenas de industrias de gran intensidad de mano de obra como las fábricas textiles, de juguetes, artículos deportivos, electrónica, plásticos y piezas de automóviles.
Sin embargo, cuando la transición de Mao a la industria manufacturera se completó en China, en algún momento alrededor de 2015, el “choque” dejó de producirse. Desde entonces, el empleo en el sector manufacturero estadounidense ha repuntado y creció durante la presidencia de Barack Obama, el primer mandato de Donald Trump y el gobierno del presidente Joe Biden.
Entonces, te preguntarás: ¿por qué seguimos hablando del choque chino? Ojalá no lo hiciéramos. En 2013, 2014 y 2016 publicamos la investigación, junto con nuestro colaborador David Dorn, de la Universidad de Zúrich, que por primera vez detallaba cómo la competencia de las importaciones chinas estaba devastando zonas de Estados Unidos con descensos permanentes del empleo y los ingresos. Ahora, estamos aquí para argumentar que los legisladores pasan demasiado tiempo mirando el pasado, peleando la guerra que ya pasó. Más bien, deberían dedicar mucho más tiempo a analizar lo que está comenzando a surgir como un nuevo choque chino.
Y este choque podría ser mucho peor.
El choque chino 1.0 fue un acontecimiento puntual. En esencia, China descubrió cómo hacer lo que debería haber estado haciendo décadas antes. En Estados Unidos, eso generó pérdidas de empleo innecesariamente dolorosas. Pero Estados Unidos nunca iba a vender tenis en Temu ni a ensamblar AirPods. Se cree que la mano de obra manufacturera de China supera por mucho los 100 millones, frente a los 13 millones de Estados Unidos. Roza el delirio pensar que Estados Unidos puede —o debería siquiera querer— competir con China al mismo tiempo tanto en semiconductores como en tenis.
El choque chino 2.0, el que se acerca con rapidez, es en el que China pasa de ser el jugador con pocas posibilidades al favorito. En este momento, está compitiendo de manera agresiva en los sectores innovadores en los que Estados Unidos ha sido el líder indiscutible por mucho tiempo: aviación, IA, telecomunicaciones, microprocesadores, robótica, energía nuclear y de fusión, computación cuántica, biotecnología y farmacia, energía solar, baterías. Dominar estos sectores tiene beneficios: es un botín económico por las altas ganancias y los empleos bien remunerados; da peso geopolítico por dar forma a la frontera tecnológica, y provee destreza militar al controlar el campo de batalla. General Motors, Boeing e Intel son bastiones nacionales estadounidenses, pero estas empresas no están en su mejor momento y las extrañaremos si desaparecen. La visión tecnológica de China ya está reordenando gobiernos y mercados en África, América Latina, el sudeste asiático y, cada vez más, Europa del Este. Cabe esperar que esta influencia aumente a medida que Estados Unidos se repliegue en una esfera aislacionista estilo MAGA.
En las décadas de 1990 y 2000, las empresas privadas chinas, junto a corporaciones multinacionales, convirtieron a China en la fábrica del mundo. El nuevo modelo chino es distinto: las empresas privadas trabajan junto al Estado chino. China ha creado un ecosistema de innovación ágil, aunque costoso, en el que los funcionarios locales, como alcaldes y gobernadores, son recompensados por el crecimiento en determinados sectores avanzados. Antes eran evaluados por el crecimiento total del PIB, un instrumento menos preciso.
Antes de convertirse en la sede del segundo mayor productor de vehículos eléctricos de China, la ciudad de Hefei era la capital poco distinguida de una provincia pobre del interior. Hefei —al aportar financiación de riesgo, asumiendo riesgos con productores de vehículos eléctricos en dificultades e invirtiendo en investigación y desarrollo locales— dio el salto al primer nivel industrial del país en apenas media década.
China ha hecho este milagro muchas veces. Los mayores y más innovadores productores mundiales de vehículos eléctricos (BYD), baterías para vehículos eléctricos (CATL), drones (DJI) y paneles solares (LONGi) son empresas chinas nuevas, ninguna tiene más de 30 años de antigüedad. Lograron el liderazgo tecnológico y de precios no porque el presidente de China, Xi Jinping, lo decretara sino porque salieron triunfantes del darwinismo económico que es la política industrial china. El resto del mundo está mal preparado para competir con estos superdepredadores. Cuando los legisladores estadounidenses se burlan de la política industrial china, están imaginando algo parecido al lento despegue de Airbus o al colapso de Solyndra. Pero más bien deberían ver los ágiles enjambres de drones DJI que se desplazan sobre Ucrania.
El choque chino 1.0 estaba destinado a decaer cuando China se quedara sin mano de obra de bajo costo, como ha ocurrido ahora. Su crecimiento ya está quedándose atrás del de Vietnam en sectores como la confección y los muebles básicos. Pero, a diferencia de Estados Unidos, China no está estancada en el pasado y lamentando la pérdida de su potencia manufacturera. En cambio, se está centrando en las tecnologías clave del siglo XXI. A diferencia de la estrategia basada en la mano de obra barata, el choque chino 2.0 durará mientras China tenga los recursos, la paciencia y la disciplina para competir ferozmente.
Y si dudas de la capacidad o determinación de China, las pruebas están en tu contra. Según el Instituto Australiano de Política Estratégica, un centro de pensamiento independiente financiado por el Departamento de Defensa australiano, entre 2003 y 2007, Estados Unidos aventajó a China en 60 de las 64 tecnologías de vanguardia, como la IA y la criptografía, mientras que China solo le ganó en tres. En el informe más reciente, que abarca de 2019 a 2023, se invirtieron las clasificaciones. China lideraba 57 de las 64 tecnologías clave, y Estados Unidos solo siete.
¿Cuál ha sido la respuesta estadounidense? Principalmente aranceles: aranceles sobre todo, en todas partes, todos a la vez. Esta habría sido una estrategia mediocre para luchar contra la guerra comercial que Estados Unidos perdió hace 20 años. En nuestra trayectoria actual, puede que solo consigamos esos puestos de trabajo fabricando tenis. Y si llevamos las cosas más lejos, en 2030 podríamos estar ensamblando los iPhone en Texas, un trabajo tan tedioso y mal pagado que el periódico satírico The Onion bromeó una vez con este titular: “Los trabajadores de las fábricas chinas temen no ser sustituidos nunca por máquinas”.
Los aranceles, por sí solos, nunca convertirán a Estados Unidos en un lugar atractivo para innovar. Sí, los aranceles pertenecen a nuestro arsenal comercial, pero como balas de precisión, no como minas terrestres que mutilan por igual a enemigos, amigos y no combatientes.
¿Cuál es la alternativa? Antes de realizar nuestra investigación sobre China hace una década creíamos, como muchos economistas, que una estrategia comercial de no intervención era mejor que las alternativas desprolijas. Ya no pensamos lo mismo. La mala gestión estadounidense del choque chino 1.0 nos enseñó que se necesita una mejor estrategia comercial. ¿Cómo sería mejor? Como se dice que dijo Einstein, todo debe simplificarse tanto como sea posible, pero no hacerse más simple. En lugar de una respuesta demasiado simple, ofrecemos cuatro principios básicos.
En primer lugar, los legisladores deben reconocer que la mayoría de nuestras dificultades con China las comparten nuestros aliados comerciales. Deberíamos actuar en conjunto con la Unión Europea, Japón y los muchos países con los que tenemos acuerdos de libre comercio, como Canadá, México y Corea del Sur, en lugar de castigarlos con aranceles altos por el descaro de vendernos productos que queremos comprar. Los aranceles a los vehículos eléctricos tendrían un aspecto muy distinto si los adoptara una coalición expansiva de voluntarios, con Estados Unidos a la cabeza.
Al mismo tiempo, deberíamos animar a China a construir fábricas de baterías y automóviles en Estados Unidos, del mismo modo que China atrajo a las principales empresas estadounidenses a establecerse allí en las últimas tres décadas. ¿Por qué invitar a estos despiadados competidores a territorio estadounidense? Con frecuencia, los legisladores chinos invocan el “efecto siluro o bagre”, en el que un competidor extranjero fuerte presiona a las “sardinas” nacionales más endebles a que naden más rápido o, de lo contrario, serán devoradas. Cuando los fabricantes chinos de vehículos eléctricos aún eran sardinas, la gigafábrica de Tesla en Shanghái les servía de bagre. Tesla ya no es el pez depredador en China y cada vez parece más una sardina nerviosa.
¿Invitar a China a fabricar en Estados Unidos plantea problemas de seguridad nacional? Claro, en algunos casos. Y esa es una razón para extraer nuestros propios metales de tierras raras, prohibir los equipos de red de Huawei y modernizar nuestras flotas y puertos con barcos y grúas de carga suministrados por nuestros muy competentes aliados japoneses y surcoreanos. Pero si cerramos la puerta a las industrias líderes de China, nos quedaremos estancados con la mediocridad de nuestra producción nacional.
En segundo lugar, Estados Unidos debería seguir el ejemplo de China y promover con agresividad la experimentación en nuevos campos. Elige sectores que sean estratégicamente cruciales (drones, chips avanzados, fusión, cuántica, biotecnología) e invierte en ellos. Luego hazlo “al estilo de China”, en el que el gobierno estadounidense gestiona grandes fondos de inversión de capital de riesgo que esperan tener un índice de éxito bajo en una sola empresa o proyecto y un índice de éxito mayor a la hora de estimular nuevas industrias.
Este planteamiento funcionó durante la Segunda Guerra Mundial (la Oficina de Investigación y Desarrollo Científicos nos dio importantes avances en la propulsión a chorro, el radar y la penicilina producida en masa), la carrera para llegar a la Luna (la NASA diseñó el viaje de ida y vuelta de forma segura) y la Operación Warp Speed (el gobierno federal se asoció con las grandes farmacéuticas para producir una vacuna contra la COVID-19 más rápido de lo que se había producido prácticamente cualquier otra vacuna contra una enfermedad importante).
Estos nuevos ecosistemas necesitarán respaldo de infraestructuras: generación de energía fiable y barata, tierras raras, transporte marítimo moderno y universidades con programas vibrantes de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Esto significará dejar de subvencionar sectores tradicionales como el carbón y el petróleo, restablecer el apoyo federal a la investigación científica y abrirles las puertas, en lugar de demonizar a los técnicos extranjeros con talento a quienes les encantaría ayudar al país a avanzar. En este punto, abogaríamos por una capacidad de inversión estratégica políticamente aislada en Estados Unidos, algo así como la Reserva Federal, pero para la innovación en lugar de para las tasas de interés.
En tercer lugar, elegir las batallas que podemos ganar (semiconductores) o las que sencillamente no podemos permitirnos perder (tierras raras), y hacer las inversiones a largo plazo para lograr los resultados correctos. El sistema político estadounidense tiene la capacidad de atención de una ardilla drogada con cocaína. Cambia las recompensas y los castigos tan a menudo que pocas cosas buenas pueden salir de ahí. Tanto si pensabas que la Ley de Reducción de la Inflación de Biden valía la pena o no, es una terrible idea eliminar todas esas nuevas inversiones en tecnología climática tres años después de que se iniciaran, como ha hecho el reciente proyecto de ley de política interior. Del mismo modo, acabar sumariamente con el talentoso equipo del estatuto CHIPS and Science, encargado de revitalizar la fabricación nacional de semiconductores, como Trump le ha pedido al Congreso, no hará que avance el liderazgo estadounidense en chips de inteligencia artificial (IA). Ambas partes del espectro político están de acuerdo en que enfrentarse a China es esencial para un futuro económico seguro, lo que da un atisbo de esperanza de que pueda ser factible cierta continuidad en nuestras políticas económicas.
En cuarto lugar, prevenir los efectos devastadores de la pérdida de puestos de trabajo a causa del próximo gran choque, ya proceda de China o de cualquier otro lugar (has oído hablar de la IA, ¿cierto?). Los efectos cicatrizantes de la pérdida de puestos de trabajo en el sector manufacturero han causado a Estados Unidos un montón de problemas económicos y políticos en las dos últimas décadas. Mientras tanto, hemos aprendido que la expansión del seguro de desempleo, el seguro salarial a través del programa federal de Asistencia para el Ajuste Comercial y los tipos adecuados de educación profesional y técnica de los institutos comunitarios o community colleges pueden ayudar a los trabajadores desplazados a reintegrarse. Sin embargo, ejecutamos estas políticas a una escala demasiado pequeña y de una manera muy mal orientada como para ayudar mucho, y estamos avanzando en la dirección equivocada. De manera inexcusable, el Congreso le quitó financiación a la Ayuda al Ajuste Comercial en 2022.
No existe ninguna política económica que pueda hacer que la pérdida de empleo sea imperceptible, especialmente cuando arranca el corazón de tu industria o de tu ciudad natal. Pero cuando las industrias colapsan, nuestra mejor respuesta es lograr que los trabajadores desplazados consigan rápidamente nuevos empleos y asegurarnos de que las empresas jóvenes y pequeñas, responsables de la mayor parte del crecimiento neto del empleo en Estados Unidos, estén preparadas para maniobrar. Los aranceles, que protegen con muchas limitaciones a la antigua industria manufacturera, son bastante inadecuados para esta tarea.
Lo que está en juego no podría ser mayor. Mientras veíamos por el retrovisor, perdimos de vista el camino que tenemos enfrente. Algunos indicadores de nuestra ruta actual incluyen el ocaso del liderazgo tecnológico, económico, geopolítico y militar de Estados Unidos. Gestionar el choque chino 2.0 requiere aplicar nuestras fortalezas, no lamernos las heridas. Debemos impulsar las industrias con gran potencial de innovación, financiadas mediante inversiones conjuntas de los sectores público y privado. Estas industrias están en riesgo en todo el mundo, algo de lo que China se dio cuenta hace una década. Deberíamos dejar de luchar en la guerra comercial del pasado y enfrentar el desafío de China en la guerra actual.
The New York Times