Las calles, siempre las calles

Por César Pérez

De las calles surgió el ágora, la plaza/mercado, de ésta la pluralidad de las interacciones sociales, la primera forma de organización relativamente democrática del territorio: el ayuntamiento y de éste el Estado/nación. Por eso se dice que en las calles nació la democracia. En ellas se construyeron los movimientos gremiales y sindicales de occidente, de los cuales surgieron los partidos progresistas y las instituciones políticas modernas. Las calles del centro histórico de nuestra ciudad capital fueron el escenario de las primeras luchas de masas contra los remanentes del trujillismo y posteriormente de la defensa de la soberanía nacional en 1965. Hoy, los grupúsculos nazis/fascistas y quienes tratan de ser sus titiriteros se proponen impedir que en ellas se manifiesten los sectores democráticos de la nación.

De las diversas expresiones ultranacionalistas, el denominado grupo Antigua Orden es el más visible y agresivo, por lo cual algunos se proponen instrumentalizarlo para tratar de lograr lo que nunca han tenido en la historia política del país: un movimiento o partido de cierta relevancia sustentado en el ultranacionalismo, la xenofobia y el elitismo rampante. Una familia de raíz trujillista, junto a diversos sectores ultraderechistas lo ha intentado por décadas sin lograr salir de la insignificancia política/electoral. Para alcanzar su objetivo, quieren aprovechar la presente coyuntura internacional del auge del populismo ultranacionalismo xenofóbico/racista y el hecho de que por primera vez en el país se promueve abiertamente el antihaitianismo xenofóbico desde diversas instituciones políticas, sociales, de la comunicación e incluso académicas.

Hasta el momento, las posibilidades de construir ese movimiento/partido son bajas porque los sectores políticos, sociales y empresariales más responsables y representativos del del país saben que, si hay una manera de arruinar definitivamente lo que hasta ahora se ha logrado como país en términos estabilidad política, económica y del potencial que aún tenemos, es que los grupos ultras logren incidir de manera decisiva en una aventura política que trastrueque el sistema político. Mientras tanto, los grupos paramilitares incrementan sus agresiones contra las fuerzas democráticas cuando estas se manifiestan en las calles, contra sus locales y contra connotados exponentes de esas fuerzas. Todo eso con una pasividad del gobierno, que se convierte en estímulos para el terrorismo físico y verbal del ultranacionalismo.

En ese sentido, son pertinentes algunas reflexiones. La historia registra que los grupos neonazi y neofascistas aprovecharon la pasividad de los gobiernos de los países en que fueron y son poder para imponer sus posiciones extremistas y represivas no sólo al movimiento progresista, sino a sectores liberales de la clase dominante. Destruyen las instituciones democráticas básicas y de la clase política nadie está a salvo. Arrasan con todo. Por otro lado, a veces los partidos actúan como movimientos, pero al llegar al poder se convierten en aparatos burocráticos que se alejan de sus bases y de sus promesas. El entonces PRD es un ejemplo, junto a las izquierdas fue puntal de la resistencia al balaguerismo, pero una vez en el poder no cumplió las expectativas creadas.

El PRM llegó al poder impulsado por la ola de protesta en las calles del movimiento Marcha Verde, del 17 al 20, contra las estructuras corruptas de los gobiernos del PLD. Al sumarse a ese movimiento, y a diversas formas de agregación político/social, partidarias y de individualidades, se expresó en ese momento como un partido/movimiento. Pero, desde el poder ha asumido posiciones conservadoras en temas cruciales, coincidiendo en el migratorio con los grupos ultranacionalistas y sobredimensionando a personajes de conocidas posiciones xenófobas en los ámbitos político y jurídico e impulsores y/o defensores de la Sentencia 168-13. De hecho, con estos tiene una alianza insólita.

Esa coincidencia, estimula el accionar y vandalismo de los paramilitares y el activismo del amasijo ultranacionalistas que pretenden aprovechar la ola del populismo ultranacionalista que sacude el mundo, que de algunas formas se refleja en el país, para impulsar su proyecto. De ese amasijo, son conocidos los generalotes de tendencia neofascista/trujillistas anidados a varios partiduchos y en el principal partido de la oposición. En ese sentido, el grupo paramilitar acaba de anunciar que irá a Dajabón, donde el alcalde, arrogándose una competencia que no tiene, amenaza con expulsar de allí a quienes considere “migrantes irregulares”. El objetivo de los paramilitares y sus patrocinadores es ir más allá de las calles, es penetrar en todo el territorio, al tiempo de tratar de limitar los derechos de las fuerzas democráticas al uso de esos espacios.

Es una táctica parecida a la de los nazis y los fascistas de las camisas pardas y negras en las décadas 20-30 en Alemania e Italia, respectivamente, contra los sectores progresistas. Ante semejante despropósito, es inaceptable la tímida reacción de quienes desde el poder están obligados a salvaguardar esos derechos, y también el silencio de tantos ante la embestida de la ultraderecha contra los derechos ciudadanos buscando el poder incompartido en el país. Sería una lastimosa ironía que un gobierno nacido de las acciones en las calles, básicamente, permita que en ellas y en el territorio se imponga la bestia de la intolerancia. De permitirlo, asumirían, además de un riesgo político en términos electorales, una mancha irremediablemente indeleble.

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