Las elecciones deberían ser verdaderas fiestas democráticas

Teófilo Quico Tabar

Cuando se acercan procesos en los que habrán de ponerse de manifiesto las voluntades
populares para elegir cargos de cualquier naturaleza, pero especialmente políticos, muchos suelen hablar de la fiesta de la democracia. Una expresión que por su naturaleza evoca que dicho proceso debe ser una especie de festividad en la cual, los ciudadanos o miembros de los organismos donde se producirían esas escogencias, deben actuar con alegría y entusiasmo. Y, por tratarse de una fiesta, evitar todo cuando pueda empañar el concepto de lo que significa democracia y verdad con elegancia. A partir de ahí, todos los procesos electorales y sus campañas deberían constituirse en pilares que fortalezcan el principio y la esencia del civismo. Donde se exalten las virtudes de los candidatos y los programas. De forma positiva. Con educación y entusiasmo. No para difamar. Porque si alguien tiene su partido y sus candidatos, lo ideal sería que exalte sus virtudes. Que pueda ser capaz de convencer a otros de que ese o esos candidatos poseen las capacidades de hacer cosas que la gente quiere y merece. Y para eso no tiene que difamar contra los demás partidos y candidatos.

Usted puede tener incluso puntos de vistas críticos frente a los otros partidos o aspirantes. Pero eso de por sí no le da ninguna ventaja si no es capaz de demostrar sus propias virtudes o las de quien se promueve. Por eso, la mejor forma de convencer a los posibles votantes en favor de sus candidatos y de sus representantes, es precisamente exponiendo lo que es capaz de hacer y lograr. Resaltando sus capacidades y virtudes. Algunos expertos indican que las críticas son indispensables para debilitar al contrario. Pero eso no le da a nadie garantía de que esas críticas se convertirán en favor de su preferido. Por tal razón, muchos expertos han recomendado las críticas positivas. Pero eso, como muchas cosas, es relativo. Además, los tiempos van cambiando demasiado rápido, aunque algunos no lo comprendan. Vivimos en lo que algunos denominan posverdad. Con muchas acepciones. Algunas de las que considero interesantes, tales como la de que: “Posverdad o mentira emotiva es un neologismo que implica distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, tal como lo define la Real Academia Española de la Lengua (RAE)”. Algunos autores dicen que la posverdad es sencillamente mentira y falsedad. Una especie de estafa encubierta. Manipulación mediática. Otros entienden que en la cultura política se denomina posverdad, aquella en la que el debate está enmarcado, ya no en las apelaciones, sino en las emociones, desconectándose de los detalles de la política pública. De todas maneras, sería una lástima que en un país como el nuestro, que luchó tanto por lograr libertad y democracia, se desperdicien espacios e incluso recursos, solo para criticar. Y criticar de forma negativa. Porque, repito eso no garantiza nada.

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