Las encuestas adivinadoras

Miguel Guerrero

A despecho de cuanto hoy pronostiquen encuestas adivinadoras del futuro, la realidad podría hacerles una mala jugada a quienes insisten en valorarlas bajo la falsa premisa de pretender cambiar las preferencias electorales por efecto de la manipulación y la inoculación de espejismos, como si los cuadros electorales se dieran en los desiertos.

Lo cierto es que la realidad es el lado extremo de muchos de esos vaticinios extemporáneos. Primero, porque las elecciones presidenciales serán en el tercer domingo de mayo del 2024 y no hoy, como se le pregunta ahora a los encuestados. Segundo, porque las necesidades materiales del votante promedio son susceptibles de cambios conforme a la intensidad del viento que sople sobre la situación. Y si bien es cierto que la capacidad de soborno electoral ha mostrado efectividad en la compra de cédula, y la promesa de empleo y la dádiva surten sus efectos en la votación, el estómago y la frustración juegan también papeles decisivos en la conducta colectiva.

Si proyectamos cuanto se observa hoy en las redes, depositarias del sentimiento y las decepciones del gran público, dos factores pudieran ser determinantes cuando llegue la hora de ir a las urnas: el deterioro del costo de la vida y el creciente sentimiento nacionalista, aupado por una inmigración ilegal que corroe las perspectivas de grandes masas, desplaza mano de obra y destruye valores esenciales nacidos con la fundación de la República.

El panorama puede cambiar, nadie lo duda, pero eso también refuerza la posibilidad de que el viraje haga todavía más aguda la situación actual que sigue moviéndose rápidamente a un punto de no retorno.
Los pronóstico basados en encuestas desconocidas, sin datos sobre fichas técnicas, de empresas sin nombres, pudieran estar encumbrando expectativas que morirán si llegan a caer de las alturas en que se encuentran.

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