Latinoamérica, a la espera de la reforma de las pensiones que promete Boric

Santiago de Chile, 30 dic (EFE).- El modelo privado de pensiones de Chile, que recientemente cumplió 41 años, está siendo fuertemente cuestionado hasta el punto de que el presidente electo chileno, Gabriel Boric, se ha comprometido a reemplazarlo por uno público, una decisión que podría generar un «efecto dominó» en algunos países de la región con sistemas similares.

Implantado por la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) e ideado por uno de los hermanos del mandatario saliente, Sebastián Piñera, el sistema fue pionero en la región en establecer la capitalización individual.

Boric, quien se impuso con una victoria incontestable, prometió «pensiones dignas» durante su campaña, algo que pretende conseguir acabando con las polémicas Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), transitando hacia un sistema público.

El exlíder estudiantil, sin embargo, ha explicado reiteradamente que no se «interferirá» en la propiedad de los fondos ahorrados hasta la fecha y que su propuesta «debe estar abierta a modificaciones».

Para Francisco Castañeda, de la Universidad Mayor, el objetivo de Boric se antoja «complejo» por la composición del futuro Parlamento (altamente fragmentado y sin mayorías) y su reforma podría terminar no siendo tan ambiciosa.

¿EN QUÉ CONSISTE EL MODELO CHILENO?

Las pensiones llevan años entre las principales preocupaciones de los chilenos y la refundación total del sistema fue una de las principales demandas de las protestas de 2019, las más graves desde el retorno a la democracia.

«Las AFP nunca han entregado pensiones dignas porque no fueron creadas para ello, sino para generar un mercado de capitales en torno a las élites», denunció a Efe Mario Villanueva, uno de los fundadores del movimiento No+AFP, que lleva años movilizando a miles de personas en las calles.

En Chile, cada trabajador está obligado a aportar el 10 % de su sueldo mensual a una cuenta personal que es tutelada por las AFP y de la que puede disponer cuando se jubile (60 años para las mujeres y 65 los hombres).

Actualmente existen siete AFP, que obtienen beneficios millonarios tras invertir los ahorros de los trabajadores, que suman más de 200.000 millones de dólares, cerca del 8 % del PIB chileno.

La rentabilidad media que las AFP han proporcionado en estas cuatro décadas, señaló Villanueva, «no llega al 5 %», frente a las utilidades promedio del 25 % que han obtenido: «Es un sistema fracasado», agregó.

Según la Superintendencia de Pensiones, las más de 8.000 personas que se jubilaron en noviembre recibieron de media una pensión mensual de 260 dólares, un poco menos de la mitad del salario mínimo.

«Desde el punto de vista de la inversión, las AFP han contribuido al crecimiento, pero los trabajadores no han recibido lo esperado», explicó Castañeda, quien apuntó que el sistema funciona si se tiene un empleo estable y un ingreso alto, algo impensable para la gran mayoría de los trabajadores chilenos.

Germán Vera, de la Universidad de Los Andes, indicó a Efe que parte de la responsabilidad de que las AFP sean tan impopulares «recae en los mismos arquitectos del sistema, que para lograr su adopción prometieron tasas de reemplazo del 100 %», cuando en la actualidad rondan el 30 %.

El sistema, sin embargo, ha sufrido reformas en los últimos años, como la impulsada en 2008 en el primer Gobierno de Michelle Bachelet, quien introdujo el llamado «Pilar Solidario», un tipo de pensión financiada por el Estado y dirigida al 60 % más pobre de la población que nunca había cotizado.

En un hecho histórico, el Parlamento chileno aprobó en julio de 2020 el primer retiro anticipado del 10 % de los fondos de pensiones para que la castigada clase media pudiese hacer frente a la crisis provocada por la pandemia ante las «insuficientes» ayudas gubernamentales.

Desde entonces se han aprobado otros dos retiros y las AFP han desembolsado más de 46.500 millones de dólares, lo que implica una importante descapitalización.

¿»EFECTO DOMINÓ» EN LA REGIÓN?

El modelo chileno se copió en otros países de la región, como Perú, México o Colombia, pero se combinó con sistemas públicos.

Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señaló en 2018 que el 60 % de los países que privatizaron sus pensiones revertieron las medidas, sobre todo después de la Gran Recesión de 2007-2009, porque la privatización «no dio los resultados esperados».

En Perú, pionero en aprobar los retiros anticipados de las pensiones y donde los trabajadores pueden optar por aportar al sistema público o afiliarse a una AFP, la crítica hacia la capitalización individual también está muy extendida.

La pandemia generó además más presión sobre las AFP, que desembolsaron 16.480 millones de dólares entre 2020 y 2021 en cinco adelantos extraordinarios, y los ataques del presidente, el izquierdista Pedro Castillo, son constantes.

En Colombia un posible contagio de lo que pasa en Chile dependerá mucho del resultado de las elecciones del año próximo, en las que todas las encuestas dan como favorito al izquierdista Gustavo Petro, quien ha hablado de reformar el actual sistema mixto.

La propuesta de Boric también ha encontrado eco en México, donde «la tecnocracia» de Ernesto Zedillo (e 1994-2000) casi calcó «la privatización del sistema de pensiones de Augusto Pinochet», dijo a Efe Gustavo Leal, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En enero pasado, el Gobierno de Manuel López Obrador hizo la primera reforma al sistema desde 1997, que busca aumentar en un 40 % el ingreso de los jubilados, pero que, según Leal, da «por lo menos 10 años más de oxígeno al sistema equivalente a las AFP».

ADALIDES DEL SISTEMA PÚBLICO

En Brasil, el sistema de jubilaciones continúa siendo público, aunque existe la posibilidad de que los trabajadores aporten voluntariamente a fondos privados para complementar su renta futura, ya que la jubilación pública máxima es de poco más de 1.000 dólares mensuales.

El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, propuso en 2019 crear fondos privados como alternativa al sistema público, pero el Congreso lo rechazó y aprobó una reforma más suave, que impuso una edad mínima de jubilación (62 años para las mujeres y 65 para los hombres), así como un tiempo mínimo de contribución de 15 y 20 años, respectivamente.

En Argentina, un país con recurrentes períodos de alta inflación, el sistema es completamente público, pero la ley establece que la tasa de reemplazo (la pensión comparada con el último sueldo que se percibía) debe ser del 82 % y actualizarse periódicamente con la inflación, una norma que no siempre se ha cumplido.

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