Los líderes no son infalibles…
El común de la gente concibe a los grandes líderes como individualidades excepcionales -que también lo son- o dechados de virtudes, obviando que esos hombres actúan en un contexto socio-político-cultural dado y bajo el prisma de creencias, valores, atavismos, prejuicios y, sobre todo, en función de una mezcla de intereses de clanes, élites, clases y visiones contrapuestas. Por ese amasijo o entramado socio-histórico-cultural un líder, en cualquier época -y más hoy donde redes sociales y noticias falsa operan como manipuladores masivos-, está condicionado por esos factores; pero además: por el azar y hasta la aureola -valiente, cobarde, sanguinario, cruel, visionario, arrojado o astuto- que haya forjado en el imaginario de sus contemporáneos, correligionarios y adversarios.
Por ello, los líderes son una suerte de ecuación -aciertos-errores- moldeados por un contexto socio-histórico-geográfico-cultural y los desafíos de su época. Y nadie que, de alguna forma, aún rupestre, no sepa situarse en ese momento e interpretar su rol podrá elevarse a líder, al margen de defectos o virtudes. Sólo basta auscultar en las vidas de los prohombres de la historia universal y comprobaremos esa realidad fáctica.
Y es que nadie sigue a nadie, en una sociedad dada, si no ve ciertas condiciones -de líder-guía- en alguien, pues los liderazgos, como se ha escrito, no se decretan sino que surgen, se construyen o afloran al fragor de una realidad socio-histórica determinada y una causa última, cualquiera, que asume y no delega hasta que triunfa, muere, o la traiciona.
Por supuesto, hay variopintos tipos de liderazgos: socio-político, religioso o espiritual, militar, cultural, ético-moral y multisectorial (también, de opinión pública). Y están los “liderazgos” nocivos, oscuros o corruptores -estafadores, farsantes, delincuentes, bandidos, tergiversadores, embaucadores y mercaderes del arte de engañar y mentir- que afloran en todas las sociedades. También están los líderes enfermos o demoníacos -de fijaciones siniestras, ambiciosos y egocéntricos-: Hitler, Mussolini, Franco, Trujillo -por mencionar algunos- y los que se pierden en la historia antigua y contemporánea. En síntesis, “Aquellos enfermos que nos gobernaron”.
Finalmente, lo que queremos resaltar es que los líderes, en cualquiera sociedad, no son seres infalibles, sino entes sociales que, por una serie de factores, se elevan por encima del común de la gente; pero, esa categoría, la de líder, no los libera de prejuicios, errores -a propósito, ¡se equivocan muchísimo!-, taras, defectos o, peor aun, de injusticias, egoísmos, celos y hasta de crímenes que, muchas veces, quedan impunes. A propósito, la biblia como la historia universal registra ese desbalance o pecado original porque en cada hombre -líder o no- se expresa esa lucha diaria entre el bien y el mal (para referencia: la historia escrita y la biblia; y dos textos que, aunque desde concepciones -científicas-teológicas- diametralmente opuestas, resultan indispensables para una mejor comprensión de las complejidades humanas y las inobservancias de ciertas leyes: “La biblia de liderazgos” de John C. Maxwell y “Las 48 leyes del poder” de Robert Greene). Por supuesto, existe el libre albedrío -y es allí donde el “yo soy yo y mi circunstancia….” de Ortega y Gasset, cobra actualidad y vigencia-.