Los muros
Miguel Reyes Sánchez
Siempre he sido contrario a toda forma de coerción de la libertad, por esa razón cada vez que escuchaba hablar de muros, la idea me resultaba odiosa porque entendía que restringía un derecho.
Con el paso del tiempo, fui cuestionando en cada caso la razón de la construcción de los mismos: algunos eran de carácter ideológico y otros migratorios, para frenar un alto flujo de inmigrantes.
A finales de los años setenta, apenas un niño, en mi casa se escuchaban las emisiones del noticiero “Radio Mil Informando”, las cuales terminaban con la lectura de Jiménez Maxwell de parte del preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; Que la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias; a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
Estas frases me las aprendí de memoria y se convirtieron en parte esencial de mi desarrollo humano e influenciaron la decisión de hacerme abogado.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, Alemania y su capital quedaron divididas en cuatro zonas controladas por las potencias ganadoras de la contienda: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Reino Unido, Francia y Estados Unidos, erigiéndose el Muro de Berlín.
A un año de graduado de abogado, fui testigo de la caída del Muro en noviembre de 1989, cuando su destrucción posibilitó la reunificación de Alemania y simbolizó el fin de la Guerra Fría, erigiéndose un nuevo orden mundial.
En el 2006, tuve la oportunidad de conocer in situ las zonas en conflicto de Israel, entre ellas el Muro de Cisjordania y conocer de cerca el drama humano que representa.
Los israelíes sostienen que la barrera es un legítimo medio de defensa ante el terrorismo palestino. Mientras los palestinos, la han calificado como una acción poco civilizada e inhumana, porque se construyó en sus territorios ocupados.
Ambos casos son muy distintivos a la potestad soberana de toda nación de establecer una protección estrictamente migratoria en su propio territorio, como es nuestro caso.
En Europa, por ejemplo, se han levantado miles de kilómetros de vallas en sus fronteras terrestres, tratando de frenar los flujos migratorios.
Además, de Ceuta y Melilla, en el caso español, Evros y Macedonia en el caso griego, la frontera de Hungría con Croacia y Serbia, Chipre y la frontera turca, están las vallas del Eurotúnel, en Francia y el caso de Kaliningrado entre Polonia y Lituania.
La migración a nuestro país se ha incrementado paulatinamente.
La verja fronteriza que construimos trata de frenar esa migración masiva y es un asunto de seguridad en momentos en que los haitianos se baten en el caos con bandas armadas que controlan esa empobrecida nación.