Los rostros presidenciables: Leonel Fernández, el dios Saturno (7)
Marino Beriguete
En la mitología griega, Saturno devoraba a sus hijos por miedo a ser destronado. Un temor fundado: uno de ellos, Júpiter, acabó quitándole el trono. La política, con sus pulsiones primitivas y teatralidad barroca, ha heredado mucho de esos mitos. Y en la política dominicana, ese Saturno tiene nombre y apellido: Leonel Fernández.
No devora con violencia, sino con método. No con dientes, sino con silencios. Con gestos medidos, pausas largas y maniobras lentas. Un jugador de ajedrez que rara vez mueve ficha, pero cuya mirada ya condiciona el tablero. Porque aquí, lo que no se dice también pesa.
Su hijo, Omar Fernández, es joven, carismático y útil. Sirve como rostro amable, como puente generacional, como símbolo de renovación. Pero no manda. No lidera. No se le permite aún la osadía del mando. Está impulsado, pero contenido. Bendecido, pero no coronado. Porque Leonel sabe que en este país el apellido no basta. Y mientras él respire políticamente, no habrá otro Fernández en la boleta presidencial.
Omar tiene lo que las encuestas celebran: juventud, frescura, discurso moderno, una estética televisiva que cae bien. Pero gobernar la República Dominicana exige más que eso. Exige estructura, lealtades, capacidad de maniobra y dinero. Mucho dinero. La presidencia no se alcanza con likes, sino con pactos reales.
Leonel lo sabe. Ganó tres veces, perdió algunas, pero jamás se ha ido. En el cálculo de quien ha sobrevivido al fuego, Omar aún no da garantías. Ni al empresariado, ni al conservadurismo, ni al viejo PLD, ni al entorno íntimo de su padre, que lo aplaude con cariño, pero no lo respeta con temor.
Por eso Leonel no lo suelta. No porque no lo quiera, sino porque entregarlo al vacío sería un acto de fe… y la política no se basa en fe, sino en supervivencia. El trono, para Leonel, no se hereda. Se defiende. Se alquila, si acaso, pero no se cede.
Hay algo más que cálculo. Leonel no solo quiere volver al poder. Quiere entrar en la historia. Romper el récord de Balaguer, aquel patriarca casi eterno que gobernó como mito viviente. A Balaguer lo enfrentó, lo estudió, y quizás lo entendió demasiado bien: “En política nadie muere del todo”, dijo alguna vez. Desde entonces, Leonel se aferra a esa frase no como un consuelo, sino como un credo.
Hoy, más que en su partido o su hijo, su atención está en el PRM. Observa sus grietas, sus pugnas internas, los cuchillos que se afilan en silencio. Sabe que ahí se juega su oportunidad. Si el oficialismo cierra filas con un candidato fuerte, sus opciones se reducen. Pero si hay fractura, si la sangre llega al río, su momento puede volver.
Leonel no corre. Espera. Porque la política no es para impacientes. Es para quienes entienden que toda caída ajena puede ser un pasaje de regreso.
No se retirará. Nunca lo ha hecho. Ni cuando perdió, ni cuando lo traicionaron, ni cuando lo daban por acabado. Siempre encuentra la manera de volver. A veces al frente. A veces en la sombra. Pero vuelve.
Hoy, su figura ya no enciende multitudes. Pero impone respeto, temor y cálculo. Es el único que puede mirar a los demás desde arriba, no por arrogancia, sino por recorrido.
Y mientras tanto, Omar seguirá ahí. seguirá haciendo política. Continuará saludando. Ganará terreno. Pero sin tocar el centro del poder. Porque Saturno sigue vivo. Y mientras esté ahí, no habrá heredero que reine por encima de él. Así que el Gobierno que se prepare para enfrentar a Leonel.
Nos vemos el lunes con Francisco Javier.
El Caribe