Los vacíos del respeto

Tahira Vargas García

Los valores son parte de la cultura, se transforman o se mantienen, no se pierden. Los valores forman parte de un sistema de creencias y prácticas sociales. No se “enseñan” discursivamente, por el contrario se aprenden en la convivencia cotidiana y en el modelaje social.

La solidaridad es un valor en la sociedad dominicana sobre todo en los estratos pobres, no está escrito ni se enseña en discursos, se aprende en la convivencia cotidiana.

El respeto es uno de los valores fundamentales en una sociedad democrática. En forjadores de opinión y personas adultas encontramos continuamente la frase de “se perdió el respeto” “ya la juventud no respeta”. El respeto en nuestra sociedad no se ha perdido, simplemente no se ha instaurado-promovido como valor fundamental, sino que por el contrario se promueve la intolerancia que tiene una estrecha relación con el respeto.

El modelaje social-político-religioso-familiar desde figuras de autoridad ha atentado históricamente y atenta actualmente contra el respeto. El miedo y la sumisión se oponen al respeto. Las relaciones entre población adulta -niñez-juventud están histórica y actualmente bañadas de miedo y violencia, no de respeto.

Respetar implica reconocer derechos y la diversidad. La promoción de los derechos humanos, de la niñez y adolescencia, así como de los derechos sexuales y reproductivos ha sido y es muy débil en los procesos educativos formales e informales. La diversidad en todas sus dimensiones: género, sexual, religiosa, étnico-racial, migratoria, condiciones de discapacidad es condenada y violentada continuamente. Las personas distintas sufren violencia e irrespeto a sus derechos.

Las discriminaciones hacia las personas LGTBIQ, negras, migrantes haitianas, con condiciones de discapacidad lejos de responder a hechos aislados son como bien define Machin (2013) parte de un entramado sociocultural que instituye su normalización. La burla, violencia física, psicológica y verbal y su exclusión de centros educativos y de salud, universidades, puestos de trabajo en oficinas, empresas, instituciones tanto en el sector público como privado son parte de su cotidianidad.

El no-reconocimiento de los derechos de estos grupos demuestra que nuestra construcción socio-cultural no cuenta del ejercicio del respeto. Se malinterpreta el respeto con la promoción. Respetar a una persona por ser de una denominación religiosa o atea no implica que se promuevan sus creencias. Lo mismo ocurre con la orientación sexual y los derechos sexuales – reproductivos.

Esta débil presencia del respeto en nuestra sociedad ha provocado muchas discriminaciones, desigualdades y exclusiones en todos los ámbitos. Lo mismo ocurre con la aprobación de políticas públicas, leyes y códigos que deben ser formuladas desde el reconocimiento de la diversidad con la promoción del respeto, lo que no ocurre así.

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