Macelo Bermúdez trasciende su existencia

José Manuel Castillo Betances

Marcelo Bermúdez con su partida nos deja un legado de lucha, de patriotismo, abnegación y entrega por su pueblo. Fue un tenaz luchador por la democracia, su altiva voz y coraje, su vida acrisolada deslumbraba como el sol, escultor, diplomático y empresario, su ejemplo seguirá latente en su integra familia, su distinguida esposa compañera de siempre, Señora Margarita García, sus hijos Mícalo, Camilo, Soto y Marcelo, sus amigos, algunos entrañables como el maestro Juan Bosch, el destacado jurista Negro Veras, su colega Monchy Fadul y, su gente por la que fue capaz de ofrendar su vida juntos a otros grandes patriotas. Fue un hombre cuya vida ha estado marcada por la entrega absoluta hacia su pueblo, por su incansable lucha en favor de la democracia y la justicia social.

Dirigente histórico del 14 de junio y del Partido de la Liberación Dominicana, su legado trasciende más allá de su existencia física, pues cada acción, cada palabra y cada esfuerzo que brindó fueron una prueba de su profundo amor por su patria.

No fue simplemente un hombre de ideas; fue un hombre de acción, dispuesto a sacrificarse en la lucha por los valores que consideraba inquebrantables. Su vida fue un ejemplo de abnegación, un faro de esperanza en momentos oscuros, y su recuerdo continuará vivo en cada rincón de la nación que tanto amó.

En su incansable batalla por la democracia, la voz de Marcelo alcanzó las montañas, siempre fue altiva, firme y decidida. No temía enfrentarse a lo que consideraba injusto, incluso cuando su lucha le costaba la tranquilidad personal.

Su coraje era tan vasto como su visión de un futuro mejor para su pueblo. Cada decisión, cada paso que daba, estaba motivado por la búsqueda de un mundo más equitativo, más libre.

Como escultor de ideas y de proyectos, Marcelo no solo dejó huellas en el ámbito político, social y cultural, sino también en aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo y trabajar a su lado.

Además de su incansable trabajo en la lucha por la democracia, Marcelo Bermúdez fue un hombre de múltiples facetas. Fue diplomático, empresario y artista, pero, por encima de todo, fue un patriota, un ser humano excepcional.

Su dedicación no se limitó solo a los ámbitos en los que se desempeñó; se extendió a la defensa incansable de los derechos de su gente. Cada uno de estos roles que desempeñó contribuyó a fortalecer el tejido de su comunidad, a aportar soluciones prácticas a los problemas del día a día y a marcar la diferencia en la vida de muchas personas. Su ejemplo de vida, de lucha y de entrega seguirá siendo un faro para futuras generaciones que deseen seguir sus pasos.

Cuando pienso en Marcelo, lo hago con la certeza de que los grandes no se recuerdan solo por su ausencia física, sino por la huella profunda que dejan en el corazón de quienes lo conocieron. No es su cuerpo lo que nos falta, sino la inspiración que nos brindaba cada día.

En sus palabras y acciones, encontramos un llamado a la acción, a la lucha por un mundo más justo y humano.    Nunca olvidaré el día que Marcelo me visitó en las Naciones Unidas, previo a su partida como embajador en Corea del Sur designado en 1999 por el presidente Leonel Fernández. Aquella jornada fue histórica. Recorrimos juntos los momentos más significativos de la organización, repasando la labor de los seis principales secretarios generales de la ONU desde su fundación: Trygve Lie, Dag Hammarskjöld, U Thant, Kurt Waldheim, Javier Pérez de Cuéllar y el egipcio, Boutros Boutros-Ghali (1992-1996).

Con su inquebrantable curiosidad y su profunda sabiduría, Marcelo me mostró su visión crítica de las instituciones internacionales y su deseo de que el sistema multilateral pudiera ser más eficaz en la promoción de la paz y la justicia social. Fue un encuentro enriquecedor, un reflejo de su compromiso con el mundo y su firme creencia de que, a pesar de las dificultades, siempre es posible avanzar hacia un futuro mejor.

El legado de Marcelo Bermúdez no solo está en las grandes gestas que protagonizó, sino también en las pequeñas acciones cotidianas que dejó en su familia, sus amigos y en su gente.  Su partida nos deja un vacío, pero también una profunda enseñanza. Marcelo Bermúdez nos recordó que el verdadero legado de un hombre no está en lo que recibe, sino en lo que da. Nos enseñó que las ideas no tienen límites, que la lucha por la justicia no tiene descanso y que el amor por el pueblo es el mayor compromiso que un hombre puede asumir.

En cada paso que demos hacia el futuro, el espíritu de Marcelo Bermúdez nos guiará, siempre presente en las lecciones que nos dejó, en las huellas que dejó marcadas en el corazón de aquellos que tuvieron el honor de conocerlo.

La partida de Marcelo nos recuerda, que los grandes no se van nunca. Su luz sigue aquí, iluminando nuestros caminos, inspirándonos a seguir luchando por la democracia, la justicia y el bienestar de nuestra gente.

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