Más que un problema migratorio

Miguel Guerrero

Apropósito de la exigencia estadounidense sobre el trato a los haitianos ilegales, sería de mayor utilidad si se le hiciera también a las autoridades del vecino estado, al que corresponde velar por el bienestar de sus compatriotas. La respuesta a esa “preocupación” de EE.UU. es que no existe un rechazo nacional a los haitianos, sino a la masiva y creciente inmigración ilegal que desde hace años desborda la capacidad nacional para acogerla sin desmedro para atender las necesidades dominicanas.

La preocupación expresada en las redes y en los medios por ciudadanos de diferentes capas sociales, entre ellos dirigentes políticos y congresistas, ante esa inmigración, no los hace xenófobos ni es indicio de una actitud colectiva racista. Aunque muchos han pretendido taparse los ojos ante esa realidad, lo cierto es que estamos ante un problema real y grave.

Esto no significa que menospreciemos la importancia que a través de los años esa inmigración, bajo cierto control, ha tenido para la economía y para el auge de ciertas actividades productivas. Ni tampoco que restemos trascendencia al valor que representa una buena y armoniosa relación comercial y diplomática sentada sobre bases claras y firmes, que eviten el contrabando y otras prácticas ilícitas muy propias entre países que comparten una frontera común. Pero la presencia cada vez mayor de ciudadanos haitianos sin los permisos legales de estadía o residencia, podría estar llegando a un nivel capaz de generar futuros conflictos en los que el país llevaría la peor parte en el campo internacional, como ya muchos suponemos.

Como cualquier otro país, República Dominicana tiene absoluto derecho de defender sus valores y tradiciones culturales de cualquier amenaza de contaminación foránea y de salvaguardar sus espacios territoriales, con políticas firmes que impidan la inmigración más allá de su capacidad para asimilarla.

Fuente El Caribe

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