Navidad: portal para conquistar el Ser

Por Milton Olivo

Cada año, casi sin darnos cuenta, la Navidad se abre ante nosotros como un portal simbólico. No es una puerta hecha de madera ni de luces, sino de silencio interior. Algo en el aire cambia. Las noches parecen más hondas, los recuerdos más vivos y el corazón, aun cansado, se vuelve más permeable.

En esos días, el tiempo parece aflojar su rigidez. Las rutinas se suspenden, las prisas se humanizan, y se nos concede una tregua para mirar hacia dentro. La Navidad facilita ese avance íntimo, casi imperceptible, hacia el descubrimiento del sentido del ser.

No como una respuesta intelectual, sino como una experiencia que se siente. El sentido de la existencia no se encuentra acumulando, dominando o brillando, sino acercándonos al amor, encarnándolo, dejándolo pasar a través de nuestro ser, de nuestra acción.

Porque el sentido de la vida es, en esencia, amar. Manifestar el amor. Y como Dios es amor, entonces cada acto auténtico de amor nos vuelve más cercanos a su naturaleza. Nos acerca a su ser; que es todo lo bueno, lo bello y lo justo que existe.

El cosmos entero parece susurrar esta verdad. Todo existe en equilibrio, y todo equilibrio nace de la tensión entre fuerzas opuestas. La física lo nombra acción y reacción; la astronomía, atracción y repulsión; La Matemática, números naturales positivos y enteros negativos.

Ese mismo principio habita en nosotros. La razón es simple, no podemos ser la excepción. Tenemos un cuerpo físico, vulnerable al desgaste del tiempo, a la enfermedad y a la muerte. Pero por oposición —como lo exige toda ley del equilibrio— existe también en nosotros un cuerpo espiritual, no físico, eterno, que el tiempo no puede destruir. Esa es la chispa divina en el ser humano, la huella de Dios en nuestra naturaleza.

Por eso existe la muerte física, pero jamás la muerte espiritual. Lo que verdaderamente somos no se disuelve. Y el sentido de nuestra existencia consiste en aprender a vivir desde esa dimensión eterna, que es amor,  aun cuando los sentidos, las ambiciones terrenales y las ilusiones del ego intenten arrastrarnos en dirección contraria.

Jesús es el ejemplo más luminoso de esta verdad. Su vida no fue un discurso abstracto, sino una encarnación radical del amor. Amó con palabras y con actos, amó hasta el extremo, amó incluso cuando amar parecía una derrota. Ese fue el mensaje profundo de su existencia: ser amor en un mundo herido.

En Navidad, ese mensaje resplandece con una claridad especial. No se trata solo de un nacimiento histórico, sino de una invitación permanente: nacer de nuevo al amor. Con cada pensamiento, cada gesto, cada reacción, cada acción, cada iniciativa.

La Navidad, entonces, no es un recuerdo: es un umbral. Un llamado silencioso a vivir desde lo eterno, a dejar que el amor —la esencia de Dios— se manifieste en nosotros y, a través de nosotros, en el mundo, que por coincidencia es el camino a la felicidad, a las profundas satisfacciones, y a la paz.

El sendero de lo bueno siempre es lo mejor, como el sendero del mal, temprano que tarde es la decisión peor.  Una mejor sociedad inicia por cada uno de nosotros. En la medida que evolucionamos al amor, a la excelencia, la fraternidad, la justicia, la verdad, que son manifestaciones del amor, nos convertimos en carpintero en la construcción de una mejor comunidad, una mejor sociedad, de un  mejor país.

Mis deseos en esta navidad, es que encuentres el camino del amor, y te aferre al el –desde tu corazón- con todas las fuerzas de tu ser. Con la misma decisión e intención con que lo hizo el Jesús humano, que fue el camino para convertirse en un Dios.

Por ser ejemplo del divino sendero, con razón e intención de orientación para ti, expresó; “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie llega al padre si no es por mí.

Y ese es el camino, para que juntos podamos hacer de nuestra Republica Dominicana, una sociedad de amor, solidaridad, fraternidad y progreso. Una Quisqueya potencia.

El autor es escritor.

 Milton Olivo

W +1-809-406-6681

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SANTO DOMINGO, R.D. 

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