Necesitamos más inspiradores

Marisol Vicens Bello

Vivimos en una nueva era en la que las redes sociales transformaron no solo la comunicación sino la interacción entre las personas, las que definitivamente tienen aspectos muy positivos, pero también otros no solo muy negativos sino altamente riesgosos, pues han potencializado al máximo una de las vulnerabilidades humanas, la capacidad de ciertas personas de influir en otras para determinar su comportamiento, para bien o para mal.

Esto nos lleva a recordar cómo la influencia de liderazgos negativos ha ocasionado los más bochornosos capítulos de la historia de la humanidad, como el genocidio judío impulsado por el nazismo bajo el régimen de Adolfo Hitler, o las locuras y fanatismo de otros han provocado tragedias como el supuesto suicidio colectivo impulsado por el líder religioso Jim Jones en el que 918 personas perdieron la vida ingiriendo cianuro en noviembre de 1978 en “Jonestown” la comunidad que creó en Guyana, que fue realmente un asesinato en masa.

Afortunadamente hay también múltiples ejemplos de liderazgos positivos, que han inspirado nobles causas, o la lucha por derechos, como lo hizo el Reverendo Martin Luther King jr. para conquistar el reconocimiento de los derechos civiles de los afroamericanos, y lograr como dijera en su famoso discurso “Yo tengo un sueño”, pronunciado desde las escalinatas del Monumento a Lincoln en Washington, que las personas de piel negra y blanca pudiesen coexistir como iguales.

El ecosistema de las redes sociales ha lanzado al estrellato a muchos que por el contenido que publican se convierten en celebridades en esta civilización del espectáculo, los denominados “influencers” algunos de los cuales ganan sumas millonarias, lo que ha motivado que en algunos países sea actualmente lo que más las personas aspiran a ser, según algunas investigaciones.

Conscientes de la capacidad para influir sobre otras personas, empresas, marcas, partidos, instituciones contratan sus servicios, o colocan publicidad en sus medios digitales o participan en sus programas con tal de llegar a más audiencia, y se benefician también las plataformas en las que se colocan esos contenidos gratuitamente, porque grandes beneficios económicos se derivan de su uso, y así se ha ido tejiendo todo un entramado de modelos de negocios, y de patrones de consumo dirigidos por algoritmos que extraen los datos personales de los usuarios para incidir en su conducta.

Es una paradoja que cuando más información se tiene al alcance, menos se compruebe la veracidad de las fuentes, y que millones de personas sean capaces de tomar como cierto un simple mensaje colgado o reenviado en una de estas plataformas, así como que tantas personas estén dispuestas a seguir a otras sin más méritos que los millones de “likes” que cosechan, aunque sean expresión de antivalores.

Es preciso entender que las actividades y oficios cambian, pero que la misma responsabilidad y códigos de conducta y ética a los que deben comprometerse a cumplir algunos profesionales, teniendo incluso en ciertos casos configuradas infracciones y sanciones por determinadas acciones, debemos extenderlos a esta nueva realidad. Ojalá que algunos estén dispuestos a influir para ayudar a comprender la tremenda responsabilidad y compromiso que deben tener aquellos que viven de influenciar personas, y que como ya se ha demostrado pueden con un simple mensaje colocado en sus redes provocar disturbios y heridos, como sucedió en agosto pasado en la plaza de Union Square en la ciudad de Nueva York ante el anuncio de que se regalarían consolas de juegos lanzado en las redes por uno de estos creadores de contenidos.

Lo acontecido en la Ciudad Colonial el pasado fin de semana debe provocar no solo las investigaciones que se reclaman y las consecuencias que siempre se prometen y que generalmente no llegan, sino la reflexión del inmenso poder de los mensajes en las redes, la inusitada ingenuidad de las personas para dejarse llevar, el egoísmo de mucha gente de no reparar en los daños que se provocan con tal de conseguir lo que buscan, y la necesidad de tomar conciencia de que lo que debemos respaldar y promover en nuestro país y en el mundo, es a las personas inspiradoras de buenas causas y no de contenidos vacíos, nocivos y, a veces muy peligrosos.

El Caribe

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