Netanyahu tiene un solo interés: su sobrevivencia política

Por Thomas L. Friedman

The New York Times

Si el presidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris necesitaban un recordatorio de que Benjamín Netanyahu no es su amigo, no es amigo de Estados Unidos y, lo más vergonzoso, no es amigo de los rehenes israelíes en Gaza, los asesinatos de Hamás de seis almas israelíes mientras Netanyahu alargaba las negociaciones deberían dejarlo claro.

Netanyahu tiene un solo interés: su sobrevivencia política inmediata, aunque eso debilite la sobrevivencia de Israel a largo plazo.

Señora vicepresidenta, no lo dude, esto provocará que en los próximos dos meses él haga cosas que podrían perjudicar seriamente sus posibilidades electorales y reforzar las de Donald Trump. Tenga miedo.

Mientras tanto, señor presidente, por favor, por favor, dígame que Netanyahu no lo ha engañado. Usted ha tenido varias conversaciones con él, todas seguidas de sus predicciones optimistas sobre un inminente alto el fuego en Gaza, y luego él les dice a sus seguidores otra cosa.

Netanyahu es una de las razones por las que acuñé esta regla en torno a la información sobre el Medio Oriente: en Washington, las autoridades te dicen la verdad en privado y mienten en público. En el Medio Oriente, las autoridades te mienten en privado y dicen la verdad en público. Nunca confíes en lo que digan en privado, en especial Netanyahu. Hay que escuchar solo lo que le dicen en público a su propia gente en su propio idioma.

En sus llamadas telefónicas, Netanyahu le ha susurrado en inglés a los líderes de Estados Unidos que está interesado en un alto el fuego y un acuerdo sobre los rehenes y que está considerando los precursores necesarios para la que llamo la Doctrina Biden. Sin embargo, en cuanto cuelga, en hebreo, le dice cosas a su base que contradicen expresamente la Doctrina Biden, porque amenaza la Doctrina Bibi, el apodo de Netanyahu.

Entonces, ¿qué es la Doctrina Biden, qué es la Doctrina Bibi y por qué son importantes?

El gobierno de Biden ha construido un impresionante conjunto de alianzas regionales con socios que van desde Japón, Corea del Sur y Filipinas en la región Asia-Pacífico hasta India y el golfo Pérsico, pasando por la OTAN en Europa. Son coaliciones económicas y de seguridad, diseñadas para contrarrestar a Rusia en Europa, contener a China en el Pacífico y aislar a Irán en el Medio Oriente.

Sin embargo, por desgracia, la piedra angular de todas estas alianzas —destinadas a conectar Asia, el Medio Oriente y Europa— era la alianza de defensa con Arabia Saudita que propuso Biden. La clave para que el Congreso aprobara ese acuerdo era que Arabia Saudita aceptara normalizar sus relaciones con Israel. Y la clave para lograr que los sauditas lo hicieran era que Netanyahu aceptara hablar —solo hablar— sobre la posibilidad de una solución de dos Estados con los palestinos algún día.

Desde que comenzó la guerra entre Israel y Hamás en octubre, el equipo de Biden ha intentado combinar con sensatez la Doctrina Biden con un alto el fuego en Gaza y un acuerdo sobre los rehenes, enfatizando las ventajas significativas tanto para Israel como para Estados Unidos: podía producir un alto el fuego permanente en Gaza, propiciar la liberación de los rehenes y darles un muy necesario descanso al agotado ejército y la fuerza de reserva israelíes, pues un alto el fuego en Gaza casi con certeza también obligaría a Hizbulá a poner un alto al fuego desde Líbano. Si luego Israel aceptaba entablar conversaciones con la Autoridad Palestina sobre una solución de dos Estados, se iban a sentar las bases de la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita —un enorme activo estratégico para Israel— y se crearían las condiciones para que los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Egipto enviaran tropas a Gaza para mantener la paz en colaboración con una Autoridad Palestina mejorada, así Israel no necesitaría una ocupación permanente ahí y Hamás sería remplazado por un gobierno palestino legítimo y moderado: la pesadilla de Hamás.

Biden le ha dicho a Netanyahu que en una maniobra Israel podría encontrar socios árabes sostenibles para una salida segura de Gaza y aliados árabes para la alianza regional que necesita para contrarrestar la alianza regional iraní de Hamás, Hizbulá, los hutíes y las milicias iraquíes. El argumento de Biden: la seguridad actual de Israel debe pensarse en un contexto mucho más amplio que el de quién patrulla la frontera con Gaza.

No obstante, la Doctrina Biden chocó directamente con la Doctrina Bibi, la cual se centra en hacer todo lo posible por evitar cualquier proceso político con los palestinos que pueda requerir un compromiso territorial en Cisjordania que rompa la alianza política de Netanyahu con la extrema derecha israelí.

Para ese fin, Bibi se ha asegurado durante años de que los palestinos sigan divididos e incapaces de tener una postura unificada. Se aseguró de que Hamás siguiera siendo una entidad de gobierno viable en Gaza, entre otras cosas, permitiendo que Catar le enviara más de 1000 millones de dólares a Hamás para ayuda humanitaria, combustible y salarios gubernamentales de 2012 a 2018. Al mismo tiempo, Netanyahu hizo todo lo que pudo para desacreditar y humillar a la Autoridad Palestina y a su presidente, Mahmud Abás, quien ha reconocido a Israel, ha aceptado el proceso de paz de Oslo y se ha asociado con los servicios de seguridad de Israel para tratar de mantener la paz en Cisjordania durante casi tres décadas.

La doctrina de supervivencia de Netanyahu se volvió todavía más importante después de que en 2019 fue acusado de fraude, soborno y abuso de confianza. Ahora debe permanecer en el poder para no ir a la cárcel, si es condenado. (Lectores estadounidenses, ¿les suena familiar?)

Por lo tanto, cuando Netanyahu ganó la reelección por un margen muy estrecho en 2022, estaba listo para mantener vínculos con lo peor de lo peor de la política israelí para formar una coalición de gobierno que lo mantuviera en el poder. Me refiero a un grupo de supremacistas judíos radicales a quienes un antiguo jefe del Mosad israelí llamó “racistas horribles” y “mucho peores” que el Ku Klux Klan.

Estos supremacistas judíos aceptaron que Netanyahu fuera primer ministro siempre y cuando mantuviera el control militar israelí permanente sobre Cisjordania y, después del 7 de octubre, también sobre Gaza. En esencia, le dijeron a Bibi que, si alguna vez aceptaba el acuerdo de Biden entre Estados Unidos, Arabia Saudita, Israel y la Autoridad Palestina —o si aceptaba un alto el fuego inmediato para el regreso de los rehenes israelíes y la liberación de los prisioneros palestinos en las cárceles israelíes— derrocarían su gobierno. Porque esas cosas serían precursoras de la implementación de la Doctrina Biden y de un posible acuerdo territorial en Cisjordania algún día.

Netanyahu entendió el mensaje. Declaró que pondría fin a la guerra en Gaza después de que Israel lograra la “victoria total”, pero nunca definió con exactitud qué significaba eso ni quién gobernaría Gaza después. Al establecer un objetivo tan inalcanzable en Gaza —el ejército israelí lleva 57 años ocupando Cisjordania y, como los demuestran los enfrentamientos diarios, ahí no ha logrado la “victoria total” sobre los milicianos de Hamás—, Bibi preparó las cosas para que solo él pueda decidir cuándo terminará la guerra en Gaza.

Eso sucederá cuando les venga bien a sus necesidades de supervivencia política. Hoy, desde luego que no.

El lunes, Netanyahu declaró que está dispuesto a sacrificar un alto al fuego con Hamás y la liberación de los rehenes si eso significa que Israel tiene que ceder a la exigencia de Hamás de que Israel abandone sus puesto de avanzada en el corredor Filadelfia, la franja de 14 kilómetros en la frontera entre Gaza y Egipto, utilizado por mucho tiempo por Hamás para introducir armas de contrabando, pero que el ejército israelí no consideró lo suficientemente importante como para siquiera ocuparlo durante los primeros siete meses de la guerra.

Los generales israelíes han advertido constantemente a Netanyahu que existen muchos medios alternativos eficaces para controlar el corredor ahora y que mantener a las tropas israelíes abandonadas allí sería difícil y peligroso. Además, podrían recuperarlo en cualquier momento que lo necesitaran. Quedarse allí ya está causando problemas considerables con los egipcios.

No es importante: el lunes, Netanyahu declaró públicamente que el corredor “es central, determina todo nuestro futuro”.

Toda esta situación es una farsa. Como explicó el corresponsal militar de Haaretz, Amos Harel, lo que pasa en realidad es que los aliados de derecha de Bibi sueñan con reasentar Gaza, mientras que “Netanyahu, amparándose en intereses de seguridad, está protegiendo ante todo su posición política. Está luchando por la integridad de su coalición de gobierno, que podría resquebrajarse si se aprueba un acuerdo”.

Esa es precisamente la razón por la que el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant —la única persona honesta y valiente del gabinete de Netanyahu—, le dijo al primer ministro y a sus aduladores de derecha, según informes, que su voto del jueves de la semana pasada para “dar prioridad al corredor Filadelfia a costa de las vidas de los rehenes es una vergüenza moral”.

Volvamos ahora a las elecciones presidenciales en Estados Unidos.

Netanyahu sabe claramente que tiene a Harris en un aprieto. Si continúa la guerra en Gaza hasta la “victoria total”, con más víctimas civiles, obligará a Harris a criticarlo en público y perder votos de electores judíos o a morderse la lengua y perder votos de electores árabes y musulmanes estadounidenses en el estado clave de Míchigan. Como es probable que a Harris le cueste trabajo hacer cualquiera de las dos cosas, esto la hará ver débil a los ojos tanto de los judíos como los árabes estadounidenses.

A partir de mi trabajo periodístico y de todos los años que llevo observando a Netanyahu, no me sorprendería que de hecho intensificara la guerra en Gaza de aquí al día de las elecciones para complicarles el panorama a los demócratas que se postulen a un cargo público. (El líder islamofascista y asesino de Hamás, Yahya Sinwar, también quiere que continúe la guerra porque está dividiendo a Israel y aislando a Estados Unidos en la región).

Netanyahu podría hacer esto porque, creo, quiere que gane Trump y quiere poder decirle a Trump que él le ayudó a ganar. Netanyahu sabe que muchos demócratas de la nueva generación tienen sentimientos hostiles hacia Israel, o al menos al Israel que él está creando.

Entonces, si gana Trump, no me extrañaría que Bibi declare que se ha logrado su “victoria total” en Gaza, acuerde algún tipo de alto al fuego para recuperar a los rehenes que sigan vivos, murmure unas palabras sobre la categoría del Estado palestino en un futuro lejano y distante con el fin de conseguir el acuerdo de normalización saudita-israelí y se desmarque de sus colaboradores más enloquecidos de la extrema derecha mientras él se presenta a la reelección sin ellos. Su probable plataforma: logré la victoria total en Gaza y, con Trump, forjé una apertura histórica entre Israel y Arabia Saudita.

Netanyahu gana. Trump gana. Israel pierde. Gaza seguirá hirviendo, claro está. Las tropas israelíes seguirán ocupándola. Israel será más que nunca un Estado paria, de donde cada vez más israelíes talentosos se irán para trabajar en el extranjero, pero Bibi tendrá otro mandato, y eso es lo único que cuenta.

(Si gana Harris, Bibi sabe que solo debe chasquear los dedos y el lobby proisraelí de Washington —AIPAC— y los republicanos del Congreso lo protegerán de cualquier consecuencia negativa).

Luego, un día en el futuro, no me cabe la menor duda de que Bibi organizará una ceremonia en honor de su “querido amigo de muchos años, el presidente Joe Biden”. Será un nuevo asentamiento en Gaza, llamado, en hebreo, Givat Yosef. En inglés: “La colina de Joe”.

Thomas L. Friedman es columnista de la sección de Opinión sobre asuntos exteriores. Se incorporó al periódico en 1981 y ha ganado tres premios Pulitzer. Es autor de siete libros, entre ellos From Beirut to Jerusalem, que ganó el National Book Award. @tomfriedman • Facebook.

The New York Times

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