No falló seguridad, no había (?)

Luis Encarnación Pimentel

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Con la muerte lamentable, evitable e imperdonable del ministro Orlando Jorge Me­ra, seguro que ahora en las principales dependencias oficiales comenzará a cumplirse la cos­tumbre atribuida al dominicano de que “pone candado después que le roban”.

Muy dados los nativos a actuar y ser efec­tivos solo cuando hay un escándalo o un daño que sacude el pais, aunque con los días se vuelva a lo mismo, se puede dar por hecho que de inmediato se hará lo que hay que hacer y que hace tiempo de­bió estarse haciendo, en materia de con­troles y de seguridad en las instituciones públicas, para garantizar la integridad de sus titulares.

Se hará lo que no se hacía, aun a riesgo de que se vaya a los extre­mos y entonces los servicios no fluyan, porque la burocracia y nuevas trabas se tornen en un dolor de cabeza mayor de lo habitual para los ciudadanos.

Orlan­do, el ciudadano y hombre publico de­cente, conciliador y servidor público que al desaparecer trascienden sus valores y virtudes, no debió morir cuando murió ni como murió. Y lo peor reprochable y condenable a todo pulmónes que el ase­sinato cobarde y a traición de que fuera víctima el firme servidor y eficiente cola­borador del gobierno del presidente Luis Abinader no se produjo porque fallara la seguridad, como en principio se sospechó y murmuró, sino porque ésta simplemen­te no existía.

Había, solo en teoría, un en­cargado de Seguridad, un coronel, pero quien no podía asegurar ni dar segurida­des de la vida del malogrado ministro ni de nada, porque tenía otras dos funcio­nes – director de la academia militar Ba­talla de Las Carreras, en San Isidro, y del Servicio Nacional de Protección Ambien­tal (SENPA) – y, por una simple ley físi­ca, un coronel ni ningún cuerpo puede ocupar tres espacios aun mismo tiempo.

Por una vieja, injusta y pervertida prác­tica del amiguismo, el compadrazgo o de “los de la promoción” que se da en Fuer­zas Armadas y en la Policía, igualito que en los partidos cuando llegan al gobier­no, ocurre esa multiplicidad de funciones para una misma persona (para “ayudar­la” o para que “se ayude”), mientras en el banco o “con asiento en su casa” hay un montón de gente que, con preparación y méritos de sobra, no se tomada en cuen­ta para nada. Y se atrofian y se “engruñan “(¿). Ojalá al presidente, como coman­dante en jefe, se le ocurra un día pedir la lista larga de generales y coroneles de to­das las ramas que hay, como en todos los tiempos, sin funciones en este momen­to. En tres cargos, tres coroneles, no uno, porque es un grosero abuso. Acabar con eso en los cuarteles, y en todo tren el ofi­cial, debe ser parte del “cambio”.

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