No podemos salvar vidas en Gaza en estas condiciones

Por Michelle Nunn, Tjada D’Oyen McKenna, Jan Egeland, Abby Maxman, Jeremy Konyndyk y Janti Soeripto

Nunn es presidenta y directora ejecutiva de CARE Estados Unidos. McKenna es directora ejecutiva de Mercy Corps. Egeland es secretario general del Consejo Noruego para Refugiados. Maxman es presidenta y directora ejecutiva de Oxfam Estados Unidos. Konyndyk es presidente de Refugees International. Soeripto es presidenta y directora ejecutiva de Save the Children Estados Unidos.

No somos ajenos al sufrimiento humano, a los conflictos, a los desastres naturales, a algunas de las más grandes y más graves catástrofes del mundo. Estuvimos allí cuando estallaron los combates en Jartum, Sudán, cuando llovían bombas sobre Ucrania, cuando los terremotos arrasaron el sur de Turquía y el norte de Siria, cuando el Cuerno de África se enfrentaba a su peor sequía en años. Y la lista continúa.

Pero como dirigentes de algunas de las organizaciones humanitarias más grandes del mundo, no hemos visto nada parecido al sitio de Gaza. En los más de dos meses transcurridos desde el espantoso ataque contra Israel en el que murieron más de 1200 personas y casi 240 fueron tomas como rehenes, cerca de 20.000 gazatíes —entre ellos más de 7500 niños— han perdido la vida, según el Ministerio de Salud de Gaza. En este conflicto se ha informado de la muerte de más niños que en todos los grandes conflictos mundiales del año pasado juntos.

Las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre fueron inconcebibles y depravadas, y la toma y retención de rehenes es abominable. Los llamados a favor de su liberación son urgentes y están justificados. Pero el derecho a la defensa propia no exige ni puede exigir que se desate esta pesadilla humanitaria sobre millones de civiles. No es un camino hacia la rendición de cuentas, la sanación o la paz. En ninguna otra guerra de este siglo los civiles se han visto tan atrapados, sin ninguna vía ni opción de escapar para salvarse a sí mismos y a sus hijos.

La mayoría de nuestras organizaciones llevan décadas operando en Gaza. Pero no podemos hacer nada remotamente adecuado para abordar el nivel de sufrimiento allí sin un alto al fuego inmediato y total, así como el fin del asedio. Los bombardeos aéreos han imposibilitado nuestro trabajo. La retención de agua, combustible, alimentos y otros bienes básicos ha creado una enorme escala de necesidades que la ayuda no puede compensar.

Los líderes mundiales —y sobre todo el gobierno de Estados Unidos— deben comprender que no podemos salvar vidas en estas condiciones. Hoy es necesario un cambio significativo en el enfoque del gobierno estadounidense para sacar a Gaza de este abismo.

Para empezar, el gobierno de Biden debe poner fin a su interferencia diplomática en las Naciones Unidas, donde bloquea los llamados a favor de un cese al fuego.

Desde que terminó la pausa en los combates, estamos presenciando de nuevo un nivel excepcionalmente alto de bombardeos, y cada vez con mayor ferocidad. Las pocas zonas que quedan en Gaza libres de bombardeos se reducen cada hora, y obligan a cada vez más civiles a buscar una seguridad que no existe. Más del 80 por ciento de los 2,3 millones de gazatíes ahora se encuentran desplazados. La más reciente ofensiva israelí los obliga ahora a agruparse en una porción de tierra diminuta.

Los bombardeos no son lo único que acorta de manera brutal tantas vidas. El asedio y los bloqueos que rodean Gaza han provocado una grave escasez de alimentos, recortes de suministros médicos y electricidad, así como falta de agua potable. Apenas hay atención médica en el enclave y pocos medicamentos. Los cirujanos trabajan a la luz de sus celulares, sin anestesia. Utilizan trapos de cocina como vendas. El riesgo de oleadas de enfermedades infecciosas y transmitidas por agua no va sino a aumentar en las condiciones cada vez más hacinadas en las que viven los desplazados.

Uno de nuestros colegas en Gaza describió hace poco lo difícil que fue alimentar a una bebé huérfana que había sido rescatada de entre los escombros de un ataque aéreo. La bebé llevaba días sin comer tras la muerte de su madre. Nuestros colegas solo pudieron conseguir leche en polvo —no leche de fórmula, ni leche materna, ni un alimento infantil adecuado desde el punto de vista nutricional— para evitar que muriera de hambre.

Antes de la guerra, se necesitaban cientos de camiones de ayuda al día para mantener la existencia cotidiana de los gazatíes. En los dos meses transcurridos desde el comienzo de la guerra, solo ha llegado a Gaza una pequeña parte de esa ayuda. Pero, aunque se permitiera la entrada de más ayuda, nuestro trabajo en Gaza depende de que nuestros equipos puedan desplazarse con seguridad para instalar almacenes, refugios, dispensarios, escuelas e infraestructuras de agua, saneamiento e higiene.

Hoy, los miembros de nuestro personal no están seguros. Nos dicen que están tomando la decisión diaria de quedarse con sus familias en un solo lugar para poder morir juntos o salir a buscar agua y comida.

Entre los dirigentes de Washington se habla de manera constante sobre prepararse para el “día después”. Pero si este bombardeo y asedio incesantes continúan, no habrá un “día después” para Gaza. Será demasiado tarde. Cientos de miles de vidas penden hoy de un hilo.

Hasta ahora, la diplomacia estadounidense en esta guerra no ha cumplido los objetivos que el presidente Joe Biden ha transmitido: protección de civiles inocentes, cumplimiento del derecho humanitario, más entrega de ayuda. Para detener la apocalíptica caída libre de Gaza, el gobierno de Biden debe tomar medidas tangibles, como hace en otros conflictos, para subir la apuesta con todas las partes en conflicto y los países limítrofes.

El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, alguna vez dijo sobre la guerra en Ucrania que el ataque a la calefacción, el agua y la electricidad fue una “brutalización del pueblo ucraniano” y una “barbaridad”. El gobierno de Biden debería reconocer que lo mismo ocurre en Gaza. Aunque ha anunciado medidas para disuadir la violencia contra los civiles palestinos en Cisjordania, Blinken y sus colegas deberían ejercer una presión similar para detener también la violencia contra los civiles en Gaza.

Los desgarradores acontecimientos que se están desarrollando ante nuestros ojos están dando forma a una narrativa global que, si no cambia, revelará un legado de indiferencia ante un sufrimiento indecible, de parcialidad en la aplicación de las leyes del conflicto, y de impunidad para los actores que violan el derecho internacional humanitario.

El gobierno de Estados Unidos debe actuar ahora y luchar por la humanidad.

Michelle Nunn es presidenta y directora ejecutiva de CARE Estados Unidos. Tjada D’Oyen McKenna es directora ejecutiva de Mercy Corps. Jan Egeland es secretario general del Consejo Noruego para Refugiados. Abby Maxman es presidenta y directora ejecutiva de Oxfam Estados Unidos. Jeremy Konyndyk es presidente de Refugees International. Janti Soeripto es presidenta y directora ejecutiva de Save the Children Estados Unidos.

The New York Times

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