Nómina y aspiraciones
Guido Gómez Mazara
El mundo está entrando en una nueva era geopolítica y algunos en este país todavía creen que son presidenciables por controlar presupuestos vía nómina pública. Tamaño sinsentido, sin embargo, se ha vuelto una idea aceptada en ámbitos partidarios, incluso si los precedentes nos conducen por caminos diferentes respecto de resultados favorables. Ya bien sabemos que los riesgos de utilizar fondos del presupuesto de una institución con el exclusivo interés de alzarse con una candidatura no sólo trasgreden normas éticas, sino que siempre van a contramano del interés de los ciudadanos.
Propio de la lógica clientelar, se induce a la fracasada tesis de que los recursos disponibles deben dedicarse al activismo partidario. Y ese error garrafal obstruye la posibilidad de entender que la mejor campaña es una buena gestión.
En el seno de toda sociedad, sin importar sus niveles educativos, los ciudadanos valoran una gestión de manera positiva cuando tiene un impacto real en sus vidas: más posibilidades de crecimiento y menos trabajar para ganar poco y nada, un chin más de calidad de vida, más tiempo con los afectos y menos en el tapón. Quedarse secuestrado por la norma de gestionar exclusivamente para los suyos, daña la concepción del criterio de gobernar para todos.
El dilema de los clásicos políticos clientelistas reside en que su cortedad tiene como razón de ser intercambiar empleos por una lealtad fofa. Y una vez desaparece la capacidad de nombrarlos, llega el nuevo amo con una irracional vocación por repetir el fracasado método a cambio de las mieles del presente. Además, no resulta rentable ni honesto asumir el tamaño de la gratitud en función del empleo.
Así, se estructura una lógica de actuación viable y entretenida para el clan de seguidores adictivos a las ventajas personales, pero arquitectos del fracaso de aspirantes más afanados por escuchar las voces de los alabarderos de turno.
En los últimos años ningún proyecto político alcanzó la respetabilidad de los electores apostando al dinero, su capacidad de compra y una nómina presupuestaria inagotable. Ahora, una ciudadanía con mayor capacidad de escrutinio posee destrezas y potencial impugnador para la descalificación derivada de requisitos esenciales para el justo desempeño. De hecho, en el terreno de la realidad, los artilugios edificados a fuerza de inversión publicitaria, las voces de tartufos de la opinión y posicionamientos manipulados, difícilmente puedan saltar la observación sensata de los garantes de triunfos y victorias.
En definitiva, un político valida sus intenciones por la capacidad de que sus ideas y acciones impacten en la sociedad. Y las nóminas no cambian la vida de la gente. Por eso los dominicanos están hartos de los políticos que así lo creen.
Hoy