Oportuna reflexión
Miguel Mejía
En verdad debo confesarles que no tengo ánimo de escribir en este momento, no por los embates de la cena de Nochebuena, ni por la tranquilidad que nos da el día de Navidad; como sabemos, estas dos fechas, 24 y 25 de diciembre, tienen un sentido religioso que, en lo personal, confieso, es la parte que más disfruto, por el cálido ambiente, los villancicos, la confraternidad y las expresiones de buenos deseos que uno da y recibe.
Hay varias teorías sobre el origen de la Navidad, hermosa fecha que millones de cristianos en el mundo celebran cada 25 de diciembre, el nacimiento del Niño Jesús, en Belén, lo cual es la esencia de la festividad cristiana y juega un papel importante en el calendario litúrgico de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. En esta época en muchos hogares se representa el pesebre donde nació Jesús de Nazaret, el arbolito de navidad y se comparten regalos que replican los obsequios que los Santos Reyes ofrecieron al niño Jesús. Pero también es una época en que se manifiesta visiblemente la desigualdad entre las clases sociales.
Creo que el momento es de reflexión, individual y colectiva. Quiero hacer un alto a nuestros amigos lectores para contribuir un poco a desintoxicarlos de todos los malos momentos que hemos pasado en este año que apenas le quedan cinco días para finalizar. En el plano nacional, el país tuvo que afrontar grandes problemas con grandes retos, desde los fenómenos atmosféricos por los efectos del cambio climático, empezando con una prolongada sequía que afectó nuestra producción agropecuaria, hasta llegar al otro extremo de una cantidad de lluvia, por tormentas tropicales, huracanes y otros fenómenos, algunos de estos fuera de tiempo, y otros desbordando la pluviometría generando enormes daños a la infraestructura, a nuestra producción agrícola, grandes daños materiales, tanto en la ciudad como en el campo, y una cantidad de víctimas humanas, que sobre pasaron las estadísticas de fenómenos climáticos anteriores.
Por otro lado, grandes tragedias como la explosión en San Cristóbal, de la que todavía no se reponen las comunidades afectadas en esa provincia, el aparatoso accidente de tránsito en Quitasueño, el aumento de los feminicidios, la inseguridad ciudadana que, pese a informaciones de las autoridades de que se ha venido controlando y disminuyendo gradualmente, sigue siendo un elemento perturbador para la ciudadanía. Si a esto le agregamos la situación macroeconómica que incide directamente en el costo de la canasta familiar, y que de igual forma gravita en la calidad de vida de nuestros conciudadanos, estamos frente a una situación calamitosa que requiere mucha atención y acción.
Por momentos siento pena por este joven presidente Luis Abinader, que le ha tocado debutar en el ejercicio gubernamental con todos estos problemas, algunos sin precedentes en la historia de la humanidad, como es el caso de la terrible pandemia del Covid-19, aunque ha desaparecido en su impacto inicial todavía sigue dejando sus secuelas. Y nos llega, como efecto dominó, las consecuencias de conflictos internacionales, como la crisis en Haití, la guerra de Ucrania, la situación genocida de Israel contra Palestina, que de alguna forma se reflejan en la dinámica nacional, y ponen de frente a este gobierno y sus autoridades con retos y desafíos de gran envergadura.
Es por eso que en medio de estas festividades navideñas y del fin de año, considero que el momento es oportuno para una reflexión y prepararnos para un año nuevo mejor, cargado de optimismo y esperanza, por mejores condiciones de vida para todos los dominicanos.
El Caribe