¡Pido la paz y el lustre de la palabra!

Tony Raful

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Por una deuda sentimental de arraigo histórico y por principios, no puedo bajo ninguna circunstancia solidarizarme con la invasión rusa a Ucrania. Nuestro país fue invadido por pillos y corsarios durante diversos interregnos históricos del siglo 19, con una superioridad militar y de recursos abusivas, con la finalidad de apoderarse de nuestras riquezas, entre esas usanzas sufrimos una ocupación militar haitiana tendente a borrar los cimientos de la nacionalidad latente,  la diferenciación cultural y los elementos que tipificaron el ser nacional. En el siglo 20, sufrimos dos desdichadas intervenciones militares norteamericanas que entorpecieron y troncharon  nuestro camino hacia estadios superiores de libertad. País pequeño pero valiente mantuvo incólume sus principios de soberanía e independencia. No racionalizo la idea de  que una gran potencia como Rusia pueda intervenir en un país pequeño, independientemente de las razones de geopolíticas invocadas, aun cuando es demostrable el carácter provocador de los gobernantes ucranianos al pretender sumarse a la OTAN, poniendo en peligro la paz social, alcanzada dentro el marco institucional de sus fronteras con Rusia. Con una evidente malicia política, los gobernantes ucranianos cometieron en su intencionalidad una evidente provocación a los conceptos de geopolítica, pero esto no puede legitimar la ocupación de su territorio y la cuota sangrienta  de dolor y exterminio. La lucha homicida detrás de beneficios y de intereses nefandos ha ido marcando destinos. Es entonces, que la lucha por la paz se convierte en bandera y adquiere sentido. La cantidad de recursos y dinero que se invierte en la industria de la muerte, constituye un pálido reflejo  de la deshumanización global. En medio del maremágnum mundial y el estallido de quiebra de valores y sentimientos  antiquísimos, que  han servido para paliar los efectos de los males ancestrales, deben resurgir una nueva moral robustecida por el amor y los principios cristianos como banderas de lucha contra  esa postración moral. La inmundicia  en su plano más vulgar  ha estado llevando el lenguaje a su más oscura postración. La situación actual impone la búsqueda de grandes remedios, de parte de la sociedad. La familia debe volver a constituirse en fuente de estabilidad moral y humana. La escuela debe asignarse la tarea  de insuflar una conciencia de valores.  La tendencia a  la inercia ética y a la  popularización de lo más bajo del excremento social, delata el camino ciego de un tiempo que avanza a la disolución.  Todo se relaciona y fluye en dirección plural y diversa desde el ángulo humano.  Creo que las organizaciones populares, los clubes, las entidades corporativas, las familias, la iglesias, el Gobierno, deben  consustanciarse junto  a los partidos en su esfera de participación social, para detener al monstruo de la disolución moral. La manida tesis propagada en el sentido de que el mundo gira alrededor de esa patrón disolvente, debe ser enfrentada por un gran movimiento familiar y social, que haga posible un renacimiento de costumbres y valores. Una sociedad puede progresar en términos materiales, pero si permite que se corrompa su alma, que el animal de sus instintos gobierne sus actos, si hace de la palabra, escándalo, y perjuro, arruina la posibilidad de adecentar la vida y hacerla digna del supremo creador de la tierra y los cielos.

Publicado en Listín Diario

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