Prepárate para que tu guacamole sea un artículo de lujo

Por Rebecca Patterson

The New York Times

El primer mandato de Donald Trump es un recordatorio del daño financiero que puede crear una guerra comercial. Después de que Estados Unidos impusiera en 2018 aranceles a una serie de países, Canadá, China, la Unión Europea, India, México y Turquía devolvieron el golpe a las exportaciones estadounidenses. El Departamento de Agricultura afirma que las represalias elevaron el precio de los productos agrícolas procedentes de Estados Unidos, lo que a su vez contribuyó a un descenso de los ingresos por exportación de 27.000 millones de dólares en 2018 y 2019.

Ahora nos disponemos a volver a ver la misma película. Horas después de que Trump amenazara con una nueva ronda de aranceles en una publicación de Truth Social a finales de noviembre, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, respondió: “A un arancel, vendrá otro en respuesta”. Solo como recordatorio para el gobierno entrante, cerca de dos tercios de las verduras y casi la mitad de las importaciones de frutas y nueces a Estados Unidos proceden de México. ¿Y cuántos aguacates? El noventa por ciento.

No se trata solo de los aranceles. Los agricultores y ganaderos estadounidenses, muchos de los cuales han apoyado a Trump, tendrían dificultades para encontrar suficientes trabajadores si cumple su promesa de deportar a millones de inmigrantes indocumentados. Y la ayuda financiera de Washington para compensar los daños podría no llegar, dado el tamaño gigantesco del déficit federal.

Las granjas y empresas afines serían las más afectadas directamente, pero el impacto se sentiría en las mesas de las cocinas de todo el país. La calidad y el suministro de alimentos básicos en las tiendas de comestibles se resentirían y probablemente subirían los precios, algo para lo que los consumidores tienen poco apetito tras el repunte inflacionista de la época de la pandemia.

El ecosistema alimentario estadounidense, incluidas granjas, ranchos y procesadoras, ha dependido en gran medida de la mano de obra inmigrante durante décadas. Más de la mitad de los agricultores reportaron una escasez de mano de obra en 2022, un incremento en comparación al 14 por ciento en 2014, según encuestas realizadas por investigadores de las universidades de California, Davis, y la Estatal de Míchigan.

En 2022, aproximadamente siete de cada 10 trabajadores agrícolas habían nacido en el extranjero, según la Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas. Muchos de esos trabajadores obtienen visados estacionales. El resto de la mano de obra inmigrante, hasta un 44 por ciento de los trabajadores agrícolas extranjeros, son indocumentados y no tienen autorización para trabajar.

Los consumidores estadounidenses sintieron agudamente los dolores de la mano de obra insuficiente, junto con los cierres de fábricas y los problemas de transporte, durante la pandemia. Los precios de la carne de res y ternera subieron más de un 20 por ciento en solo tres meses desde marzo de 2020, según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales. En términos más generales, el cálculo gubernamental del costo de los alimentos consumidos en casa mostró un notable aumento: los precios subieron un 4,3 por ciento en esos primeros meses de pandemia, frente a una tasa de inflación de aproximadamente el 1 por ciento en los 12 meses anteriores.

Incluso después de la pandemia, la escasez de mano de obra continúa. Más de la mitad de los estados tienen condados que dependen en gran medida de la agricultura, según el Departamento de Agricultura. La falta de trabajadores “ha sido un problema durante décadas, y sigue empeorando”, dijo el Comité de Agricultura de la Cámara de Representantes en un informe de marzo.

Es casi seguro que el plan de deportación de Trump aumentará la presión sobre los agricultores. Una mayor escasez de mano de obra dificultaría la producción de alimentos, reduciría los ingresos agrícolas y presionaría a los vendedores para que subieran los precios.

Aquí hay una solución: las importaciones. A pesar de sus llanuras frutales y sus ambarinas olas de grano, Estados Unidos, sorprendentemente, ya no es un exportador agrícola neto. Desde 2019, ha importado más alimentos de los que ha exportado en cuatro de seis años, y en 2024 se prevé un déficit alimentario récord. La escasez de mano de obra y sus consiguientes costos han contribuido al cambio en la balanza comercial, junto con las tendencias de los tipos de cambio (la fortaleza del dólar hace que los productos estadounidenses sean menos competitivos en el extranjero) y los aranceles.

La pandemia, sin embargo, nos mostró los riesgos de depender de cadenas de suministro en el extranjero para bienes críticos. Una guerra comercial más amplia y agresiva supondría una carga adicional para los agricultores estadounidenses. El presidente entrante ya ha sugerido que impondrá aranceles del 25 por ciento a todos los productos procedentes de México y Canadá y un arancel adicional del 10 por ciento a las importaciones chinas. Los tres países desempeñan un papel fundamental en las cadenas mundiales de suministro de alimentos, siendo México y Canadá los dos mayores proveedores de productos agrícolas de Estados Unidos, y China su mayor comprador de productos agrícolas, a partir de 2023.

Más allá de las posibles tensiones a corto plazo, las políticas de Trump amenazan con reforzar los cambios en el comercio internacional que se produjeron durante y después de su primer mandato. China, en particular, parece deseosa de reducir su dependencia de Estados Unidos, y ya está desplazando una mayor parte de sus compras a países como Brasil.

Es posible que los agricultores estadounidenses confíen en que cualquier dolor nuevo de una guerra comercial se suavice mediante la generosidad del gobierno. En los últimos años, los programas gubernamentales proporcionaron enormes pagos en efectivo a los agricultores; éstos se ampliaron en 2020 durante la pandemia. Según un análisis de los datos del Departamento de Agricultura, las empresas relacionadas con la agricultura recibieron más de 80.000 millones de dólares en pagos federales entre 2018 y 2020.

Esta vez, esas dádivas serán más difíciles de conseguir. El déficit presupuestario ha aumentado, del 3,9 por ciento del producto interno bruto en 2018 al 6,4 por ciento actual. La deuda pública también ha aumentado, de aproximadamente el 77 por ciento del producto interno bruto en 2018 al 99 por ciento en 2024. Miembros del Congreso han dicho que quieren encontrar recortes del gasto para compensar parte de la ampliación de la rebaja fiscal propuesta por Trump. Es posible que los políticos de los distritos agrícolas quieran ayudar a sus electores si se acelera una guerra comercial, pero puede que no dispongan de fondos.

Los agricultores, muchos de ellos ya sometidos a presiones financieras, seguramente esperan que algunas de las promesas electorales del Partido Republicano se queden en el camino o se lleven a cabo de forma limitada. También vieron un rayo de esperanza en los comentarios de la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. En una entrevista reciente, instó a los dirigentes europeos “a no tomar represalias, sino a negociar” con Trump, y a ofrecerse a comprar más productos estadounidenses para evitar una guerra comercial. Desafortunadamente para los agricultores estadounidenses, es la Comisión Europea, y no su banco central, quien en última instancia toma esa decisión.

Trump ve los aranceles y la deportación como medios para fortalecer el país, y los votantes parecen estar de acuerdo. Esperemos que su gobierno comprenda también que esas mismas políticas corren el riesgo de socavar una de las mayores fortalezas económicas inherentes de Estados Unidos: la capacidad de utilizar su terreno y su clima para proporcionar grandes cantidades de alimentos asequibles tanto en el país como en el extranjero.

Rebecca Patterson es economista y ha ocupado altos cargos en JP Morgan y Bridgewater.

The New York Times

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