Putin intenta sofocar la rebelión en el espacio postsoviético

Moscú, 19 sep (EFE).- El presidente ruso, Vladímir Putin, intenta sofocar a toda costa la rebelión en el espacio postsoviético, donde armenios y azerbaiyanos, kirguises y tayikos se han enzarzado en unas violentas escaladas fronterizas que Occidente puede aprovechar para dinamitar la guerra de desgaste entre Rusia y Ucrania.

En los últimos días Putin ha mantenido intensas conversaciones con los líderes de los países caucásicos y centroasiáticos para conminarles a impedir una escalada militar que entorpezca la marcha de la campaña rusa en Ucrania.

Los combates han dejado más de 200 muertos en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán, y un centenar en la línea fronteriza entre Kirguistán y Tayikistán.

Armenios y kirguises son estrechos aliados de Rusia, pero Moscú también cuenta con una base militar en Tayikistán, que comparte más de 1.300 kilómetros de frontera con Afganistán, e intereses energéticos en Azerbaiyán, vecino en el mar Caspio.

RUSIA, CON LAS MANOS LLENAS

La reacción rusa demuestra que lo último que desea el Kremlin es un conflicto armado en su patio trasero, que le obligue a intervenir como hizo con la violenta revuelta que estalló en enero en Kazajistán.

Al contrario que entonces, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), liderada por Rusia, no atendió al llamamiento armenio para acudir en su ayuda tras lo que llamó «agresión» azerbaiyana.

Mientras en la guerra de 2020 por el control de Nagorno Karabaj la OTSC tenía la excusa de que las hostilidades no tenían lugar en suelo armenio, ahora no puede recurrir a ese argumento, a no ser que el objetivo sea no desviar recursos necesarios en Ucrania.

Las cartas están boca arriba. La «operación militar especial» en Ucrania tiene a Rusia con las manos ocupadas. El Ejército ruso no intervino en Ucrania hasta que concluyó su misión en Siria, donde impidió el derrocamiento de su líder, Bachar al Asad.

De hecho, el líder azerbaiyano, Ilham Alíev, aceptó la invitación de participar el pasado viernes en Uzbekistán en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, pero el primer ministro armenio, Nikol Pashinián, la declinó.

Para más inri, Putin se reunió en Samarcanda no sólo con Alíev, sino también con el principal aliado de Bakú, el líder turco, Recep Tayyip Erdogan.

TURQUÍA E IRÁN, UN EQUILIBRIO IMPOSIBLE

Los analistas consideran que lo que está ocurriendo en el espacio postsoviético no responde exclusivamente a los deseos del Kremlin, sino también a los intereses de otros actores regionales, especialmente Turquía.

Según esa lógica, Putin habría cedido a las pretensiones en Armenia de Erdogan, muy interesado en tender un corredor terrestre entre Turquía y Azerbaiyán, que podría dar un vuelco al equilibrio de fuerzas en el Cáucaso.

Turquía comparte apenas diez kilómetros de frontera con la república autónoma azerbaiyana Najicheván, que está separada del resto del país por unas pocas decenas de kilómetros de territorio armenio.

Para trazar ese corredor, Turquía quiere recibir el visto bueno de Irán, país con el que se disputa la hegemonía regional y ya que ha dejado claro que se opone a ese proyecto.

Irán comparte esos 44 kilómetros de frontera con Armenia, con la que mantiene buenas relaciones, en gran medida debido a la amplia minoría azerbaiyana que vive en el explosivo norte de la república islámica.

Rusia incluso se mostró hoy dispuesta a acoger en Moscú un encuentro entre Erdogan y Asad, que siempre ha acusado a Ankara de amenazar la integridad territorial siria.

Como en el caso de los armenios, la moneda de cambio en este caso serían los kurdos y sus ansias de independencia en el norte del país árabe.

Además, Irán mantiene estrechas relaciones con Tayikistán, al que le unen lazos históricos y culturales.

Los choques a lo largo de los casi mil kilómetros de frontera kirguiso-tayika, de los que menos de la mitad siguen sin demarcar obligaron a evacuar más de 140.000 kirguises, la mayor evacuación de la historia de ese país limítrofe con China.

LA SOMBRA DE TAIWÁN

Mientras Putin intentaba aplacar los ánimos en la región, al polvorín del Cáucaso llegó el más explosivo de los invitados, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU.

Aunque la visita estaba planificada desde hace tiempo, su llegada el sábado coincidió con el aumento de la tensión en la zona, lo que recordó a Moscú su reciente viaje a Taiwán, que provocó un contencioso internacional con China.

Si el Kremlin recurrió a paños calientes, Pelosi condenó abiertamente «los ataques mortales de Azerbaiyán contra el territorio de Armenia».

El Gobierno armenio agradeció la postura «clara» de Estados Unidos sobre el conflicto, mientras que el azerbaiyano tachó de «injustas» e «inaceptables» las declaraciones de Pelosi.

En la misma línea, el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, llamó este domingo a Alíev para pedirle un alto al fuego permanente con Armenia que incluya la retirada de las tropas en la frontera.

Estados Unidos, que tuvo que cerrar todas sus bases militares en Asia Central bajo presiones de Rusia y China, intenta aprovechar cualquier signo de debilidad del gendarme regional para regresar a la zona tras su desastrosa retirada de Afganistán.

A la línea roja del suministro de armamento pesado de largo alcance a Ucrania se le sumaría otro peligroso rubicón, la injerencia estadounidense en el patio trasero ruso.

Azerbaiyán siempre ha nadado entre dos aguas, pero tras los últimos reveses Armenia podría reconsiderar su política exterior y reducir su dependencia casi total del Kremlin.

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