RD: la libertad como negación del orden
Rafael Acevedo Pérez
Uno de las cosas que más valora un dominicano es “su libertad”. Aunque no se trata propiamente de un “valor”, porque el concepto de valor está vinculado a fines, metas, ideales. Desear un plátano, codiciar a una mujer, librarse de una opresión son básicamente necesidades instintivas. Pero el “deseo de orinar” no es lo mismo que “el deseo de ir al baño a orinar”. Ir “al baño” es una necesidad que pasa por un aprendizaje. Hay quienes esperan llegar al parador, y quienes de inmediato se paran a mear en la orilla del pavimento (lo cual es cada vez más frecuente en nuestras carreteras).
Cada día somos más libres, tanto en nuestras formas de vestir, y aún más en las de expresarnos.
Esto, reaccionando a mi visible molestia con uno que iba en su vehículo al lado nuestro en un tapón, llevaba la radio a todo dar, mi amigo Eleno, el electricista del barrio, me explicó que cada cual puede “hacer lo que quiera con lo suyo”; que un tal Benito Juárez había dicho que “el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Lo cual no le parece tan claro a los vecinos que sufren las estruendosas percusiones de los colmadones, quienes no conocen a Juárez, pero temen a los traficantes del sitio, y a la delación de los propios policías de los vecinos quejosos.
Esta forma vernácula de ejercer “su libertad” se complica cuando cualquier individuo, desde su Watsap o un mini “studio de tele”, en su propia guarida, dice o exhibe lo que le viene en gana; solo porque le parece interesante o divertido; para eso son su derecho y su libertad.
Mucho más preocupante es el comportamiento de gentes cercanas a partidos; acaso experimentados en comunicación, o que viven de eso. Ejercen “sus derechos ciudadanos” difundiendo cualquier especie sobre el tema que sea, independientemente de si lo que difunden causa desasosiego o inestabilidad social o política. Lo que les importa es ganar audiencia, influencia en su grupo político, o quien pague por sus servicios.
Debemos procurar otras formas de ejercer el derecho individual o de agrupaciones; tratando de preservar el orden público, la estabilidad, la decencia y el bien común.
Hay países donde la oposición política ha ejercido con gran sentido de compromiso con el orden y los intereses nacionales. Habiendo entendido que ser de otro partido o grupo de interés no los hace enemigos del bienestar colectivo (lo cual no es fácil en países en donde los partidos cuentan con delincuentes de oficio entre sus asociados).
La libertad no tiene que ser contraria al orden, ni siquiera en las burocracias y las administraciones más impopulares y corruptas. Aunque haya ocasiones en que una burocracia alienante sea contraria a la racionalidad del Estado y bienestar colectivo.
Tal vez el mayor desafío de gobierno y sociedad sea cómo domesticar este absurdo concepto de libertad nuestro; aprendiendo a servirla y a servirnos, preservando los valores que nos vienen quedando, en cuanto a familia, democracia, paisaje y medio ambiente.
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