Reformas al ritmo del viento: La danza sin fin del consenso perdido en el Gobierno

Por la Redacción

Desde que el Presidente Luis Abinader asumió el poder en agosto de 2020, la República Dominicana ha sido testigo de una maratón de propuestas de reformas que, en el mejor de los casos, han logrado correr algunos metros antes de desplomarse bajo el peso del desacuerdo general.

El escenario político actual parece más una pista de patinaje sobre el hielo del consenso, donde cada paso resbaladizo hacia el cambio termina siendo una coreografía cuidadosamente ejecutada de retrocesos.

Habrá que recordar aquella primera ola de reformas, presentadas con bombos y platillos poco después de que el Partido Revolucionario Moderno (PRM) lograra una contundente victoria electoral en 2020.

 El gobierno, como un chef audaz, propuso un menú variado: desde reformas constitucionales hasta fiscales, pasando por la modificación del Código Laboral y la fusión de instituciones públicas.

Pero, tal como un restaurante cuyo menú nunca sale de la cocina, la mayoría de estas propuestas terminaron varadas en el congelador de la discusión sin consenso, listas para ser desechadas.

Consejo Económico y Social: El fantasma del consenso

El Consejo Económico y Social (CES) fue llamado a escena en esta gran obra de reformas estructurales. Si uno se detiene a mirar, es casi como si el CES estuviera ensayando una danza que nunca llegó a la presentación principal.

Según la Constitución, este órgano tiene la función de coordinar los procesos de diálogo y consenso sobre políticas públicas. En teoría, claro. Porque, en la práctica, el CES terminó siendo el lugar donde las reformas iban a languidecer en una inercia disfrazada de «debate».

Los amplios sectores que participaron en estas discusiones debieron sentirse como en una obra de teatro interminable, donde todos aplauden pero nadie entiende bien qué ha pasado.

Al final, las reformas se estancaron y el gobierno, en un acto más propio de Houdini que de un presidente, optó por retirarlas «escuchando al pueblo».

Ah, sí, ese pueblo tan sabiamente escuchado a través de las redes sociales, porque, ¿dónde mejor que en Twitter y Facebook para encontrar el pulso de la nación? Claro, las reformas fueron retiradas, pero más que un gesto de humildad, muchos vieron en esto una clara falta de planificación.

Si escuchas demasiado a la audiencia, terminas con un espectáculo donde el guion cambia cada cinco minutos, y eso es lo que ha parecido ser el gobierno de Abinader: un régimen donde las reformas son anuncios rimbombantes que luego se disuelven en el aire al primer soplo de rechazo.

¿La Tercera es la vencida? La nueva oleada de reformas

Y aquí estamos, en 2024, con una nueva tanda de reformas sobre la mesa. Como si no hubiéramos aprendido nada del pasado, el gobierno de Abinader vuelve a la carga con propuestas que ya han comenzado a cosechar el mismo rechazo que sus predecesoras.

Entre los ingredientes de este nuevo cóctel legislativo encontramos las siempre polémicas reformas constitucionales, un ajustado plan fiscal, la fusión y eliminación de instituciones públicas y, para rematar, una revisión del Código Laboral. Todo ello aderezado con un toque de incertidumbre, un puñado de redes sociales alborotadas y una pizca de descontento popular.

Si bien en otras épocas el CES hubiera sido el anfitrión natural de estos debates, esta vez ha sido convenientemente apartado del escenario.

 Es curioso, porque la Constitución sigue diciendo que es el CES quien debe coordinar estos procesos de reformas, pero parece que, para el gobierno, el Consejo ha sido más un incómodo pariente que prefieren no invitar a la boda.

Y ahora, sin ese moderador incómodo, nos enfrentamos a un dilema más profundo: ¿hasta dónde se aventurará el gobierno a imponer estas reformas utilizando su mayoría en ambas cámaras del Congreso?

El dilema de la imposición

El PRM cuenta con mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados, lo que coloca al gobierno en una posición ventajosa para aprobar cualquier reforma que se le ocurra.

Sin embargo, como bien sabe cualquier político experimentado, el tener el poder para hacer algo no siempre significa que sea una buena idea hacerlo.

 En este caso, la falta de consenso puede convertirse en un bumerán político de alto riesgo. ¿Hasta dónde se arriesgará Abinader a avanzar con reformas que carecen del respaldo de amplios sectores de la sociedad?

Es tentador imaginar a los legisladores del PRM frotándose las manos ante la perspectiva de aprobar a fuerza de votos las reformas que el país necesita (o eso creen ellos).

Pero, si algo nos ha enseñado la historia política reciente, es que los costos políticos de imponer cambios sin diálogo pueden ser catastróficos. Y no nos engañemos: los dominicanos son expertos en mostrar su descontento, ya sea a través de las urnas o con protestas multitudinarias.

El gobierno se encuentra, entonces, en una encrucijada complicada. Si decide usar su mayoría en el Congreso para aprobar las reformas sin consenso, podría enfrentar un backlash político que lo desgastaría de cara a las próximas elecciones.

Por otro lado, si sigue retirando propuestas cada vez que encuentra resistencia, acabará por perder credibilidad como un gobierno que toma decisiones firmes. Este es el tipo de dilema donde no hay ganadores claros, solo distintos grados de pérdida.

La sátira del consenso

Es irónico que un gobierno que llegó al poder con la promesa de cambios estructurales se encuentre ahora atrapado en un ciclo de anuncios de reformas que parecen destinadas al fracaso.

En un escenario ideal, Abinader y su equipo serían maestros en el arte del consenso, capaces de tejer acuerdos amplios entre los diversos sectores de la sociedad.

Pero, lamentablemente, la realidad parece más cercana a una tragicomedia, donde las promesas de reformas son como esos viejos discos de vinilo que saltan una y otra vez en la misma parte de la canción. Y aquí estamos, escuchando el mismo estribillo de «reforma fiscal», «reforma constitucional» y «fusión de instituciones» sin llegar nunca al final del tema.

Es casi cómico (si no fuera trágico) que, tras cuatro años de gobierno, aún estemos discutiendo las mismas propuestas que en 2020, como si el tiempo no hubiera pasado. Al ritmo que vamos, quizá en 2030 estemos hablando de las mismas reformas, pero con otros nombres, mientras los mismos problemas estructurales persisten.

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