Rendir cuentas y sacar cuentas

Federico A. Jovine Rijo

El 27 de febrero es la fecha más sagrada del calendario republicano, y también es la fecha en que, por mandato del constituyente (art,128 CD), el presidente de la república debe rendir cuentas sobre su administración del año anterior ante el Congreso Nacional. Como todos los años, el ritual se presta a decodificaciones políticas de toda índole; a por qué dijo esto y por qué dejó de decir aquello; a qué quiso decir cuando dijo tal cosa, etc.

Es natural y deseable que tras cada discurso se den esos debates, de hecho, por el bien de nuestra democracia es esencial que así sea. Quienes elaboran estos discursos saben lo difícil que es construir una pieza que cumpla con los requerimientos constitucionales del art. 114, que llene las expectativas ciudadanas, que cohesione y vincule al entramado partido/gobierno y que, a su vez, marque la agenda política del año en curso. Si fuera por rendir cuentas con un simple excel bastaría; en la práctica, tamizar los insumos enviados por cada instancia del Estado hace difícil la construcción de un corpus armónico que vaya más allá de la estadística.

Como todo discurso, habrá cosas que quedaron fuera y otras que se dejaron adrede. En rigor, el presidente está obligado a decir lo que hizo -por aquello del uso de recursos públicos-, teniendo margen de maniobra al momento de hablar sobre “las principales prioridades que el gobierno se propone ejecutar…”

Politizar el análisis del discurso es inevitable, como también lo es el acto de leerlo y asumirlo, de ahí que los mensajes más contundentes del mismo no son contables ni estadísticos, sino políticos.

Señalar veladamente a quién se escoge como contrario y en qué terreno se está dispuesto a echar el pleito no deja mucho margen para la interpretación. El año 2023 es el definitivo para ir consolidando posiciones de cara a mayo del 2024.

El presidente asume todas las críticas y las contesta; rinde cuentas propias y saca cuentas ajenas; teniendo indicadores y mediciones a su favor demuestra cierta predilección por la confrontación dialéctica, por imponer desde ya el relato de la renovación moral e institucional del Estado dominicano, una de sus banderas. En el medio del zafarrancho de lo político, permanece transversal, atemporal e impostergable su gesto de convidar a todas las fuerzas políticas para ponerse de acuerdo en lo que nos une -Haití-, precisamente en el día que recuerda nuestra mayor unión.

Habrá que ver si la oposición se pone los guantes o se sienta en la mesa.

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