Séptima Palabra: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»

Rvdo. P. Domingo Legua Rudilla

«Era ya eso de medio día, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra hasta la media tarde;
porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con
voz potente dijo: ´Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu´. Y dicho esto expiró:» (Lc
23, 46) «Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este
hombre era el Hijo de Dios. “Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al
ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho.»

El momento es desgarrador. Entre tanta oscuridad y desastre, Jesús necesitaba poner su vida
en las manos amorosas y cálidas de su Padre que no saben de otra cosa que amar y acariciar
La primera palabra de Nuestro Señor que registran las Escrituras fue pronunciada cuando
este tenía doce años: “¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?” (Lc 2:49) Durante su
vida pública, reafirmó su fidelidad al Padre: “El que me ha enviado está conmigo y no me
deja nunca solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él”. (Jn 8:29).

Jesús es fiel a la voluntad de su Padre:
Jesús había gastado toda su vida haciendo la voluntad de su Padre.
Ahora en la cruz, cuando sale al encuentro de la muerte y libremente entrega su vida, sus
últimas palabras son: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23:46). A pesar
de la incredulidad y la falta de aceptación de sus discípulos, Jesús se mantuvo siempre
coherente y consecuente con esta voluntad.

Ahora con la satisfacción del deber cumplido, pone su vida en las manos de su Padre y
descansa en ellas. Había estado 33 años cumpliendo la misión que le habían encomendado y
ahora volvía al Padre. Fue un suspiro hondo, profundo, lleno de ternura por la cercanía del
encuentro.

Me impresionó en gran manera la primera vez que vi el cuadro del Hijo pródigo del pintor
holandés Rembrandt. Nos presenta un Padre lleno de luz con las manos puestas sobre los
hombros del hijo. La una varonil, una mano recia, ruda y la otra una mano femenina,
delicada, como expresión de la ternura y de la misericordia al hijo. Pienso que la parábola está mal llamada. En lugar de “Parábola del Hijo pródigo debería llamarse “Parábola del
Padre misericordioso”. Porque el sujeto de la parábola no es el hijo pródigo sino el Padre
misericordioso. De la misma manera que fue misericordioso con el hijo pequeño también lo
fue con el mayor. “Todo lo que es mío es tuyo también”.

Todos tenemos la experiencia de que Dios con cada uno de nosotros es amoroso y de manera
más especial con los desorientados, con los oprimidos, abatidos e ingratos… El hace llover
sobre buenos y malos, y sale el sol para todos. Él sabe amar y perdonar, El corre detrás de la
oveja descarriada, espera siempre ansioso la vuelta del hijo y encuentra gran alegría al
encontrar al que se la había perdido. Dios Padre se alegra más con la conversión de un
pecador que con 99 justos que no tienen necesidad de convertirse.

El Dios de Jesús es un Dios Padre que ama y perdona, que es paciente y quiere la salvación
de todos. El que no oprime, sino que libera, que no condena, sino que salva, que no castiga
sino perdona, el que ama la vida es el Dios de Vivos, de la esperanza y del futuro.

Relación paterno-filial de Jesús con el Padre.
Jesús se dirige al “Padre”: con la seguridad de un niño. Cuando tenía sólo 12 años, Jesús
dice a sus padres, José y María que lo habían estado buscando durante tres días: “¿No
sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). No cabe la menor duda
de que esta afirmación de Jesús nos indica que, no se perdió él, quien se perdió fueron sus
padres. Si, sus padres se perdieron y no nos puede extrañar. Muchas veces he visto a papas y
mamas perdidos, profesores perdidos, sacerdotes perdidos, yo mismo en alguna ocasión me
he perdido. No es un drama perderse, sí lo es permanecer perdido. Lo correcto será
reconocerlo y volver al lugar en donde estuvimos la última vez. José y María para no perder
tiempo, desandaron el camino hasta el lugar en donde habían estado los tres últimamente
juntos.

Esto me hace pensar que en la vida no solamente hay gente que se pierde, sino que
permanecen perdidos, nunca están donde deben de estar, sobre todo algunos servidores
públicos. Hacer una diligencia, por insignificante que sea, supone una enorme pérdida de
tiempo y energía: “Aquí no es… vaya usted a tal oficina… el director no está… venga usted
más tarde… se cayó el sistema… vuelva usted mañana etc.…” Que grave es no saber estar
donde a uno le corresponde.

La oración también constituía la preparación para decisiones importantes y para
momentos de gran relevancia de cara a la misión mesiánica de Jesús. Así, en el momento de
comenzar su ministerio público, se retira al desierto a ayunar y rezar (cf. Mt 4, 1-11); y también, antes de la elección de los Apóstoles, “Jesús salió hacia la montaña para orar, y
pasó la noche orando a su Padre. Cuando se hizo de día, llamó a sí a los discípulos y
escogió a doce de ellos, a quienes dio el nombre de Jesus.

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