Subsidios y exenciones: disquisiciones

Guillermo Caram

Al debatir subsidios y eliminación de aranceles, conviene recordar escrituras. Los hebreos fueron alimentados durante 40 años que deambularon por el desierto egipcio con maná del cielo que “dejó de caer” para empezar “alimentarse de los productos de la tierra” (Josué 5:11-12).

Siguiendo esta lección, subsidios y exenciones deben concebirse temporalmente, mientras y en la medida, que se produzcan alimentos derivados de la agropecuaria. Y generando puestos de trabajo e ingresos para superar sosteniblemente pobreza. Lo contrario, subsidios y exenciones perpetuados, desnaturaliza y provoca resultados contraproducentes.

Institucionalizar subsidios, lejos de superar pobreza, la perpetúa; perjudicando producción al inhibir emprendimiento y arraigando clientelismo. No limitar exenciones arancelarias, desalienta producir por temores de competencia.
Por eso propugnamos reorientar subsidios. Que el asistencialismo consumista, susceptible de corruptelas, sea redirigido para subsidiar productores vía absorción del incremento de tasa de interés adoptada por autoridades monetarias.

Y que las exenciones arancelarias se establecieran por vía administrativa, no por ley que aun con plazo definido pudieran perpetuarse, siguiendo precedente aplicado para congelar precios de combustibles que obvió previsiones del art. 8 de Ley 112-00. El camino legislativo escogido por el Gobierno ha acentuado crispación política, dificultando consentimientos económicos.

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Debatir subsidios y exenciones es una consecuencia disquisitoria de una conducción gubernamental, que esperábamos que CAMBIASE, susceptible de reorientación para hacerla compatible con exigencias económicas de equidad y sostenibilidad. Mas ante el clima de guerra post-pandémica que padecemos.

Requiérense disposiciones contundentes para convertir finanzas públicas en excedentarias, frenar endeudamientos y efectuar inversiones con recursos propios procurando autosuficiencia alimentaria; disponer contribuciones especiales a empresas que generan ganancias excesivas por guerra post-pandémica como minería de oro y níquel; propiciar e imponer ahorro de energía y combustibles.

Requiérese centrar debate en soluciones económicas sin desviar atención sobre temas postergables que exacerban crispación política como reformar leyes electorales y partidos, reformadas para elecciones 2020, todavía sin cumplir lo sustancialmente reformado.

No proceder consecuentemente, abonaría argumentaciones de “mala suerte” frecuentemente recurrida por gobernantes actuales y agravaría reacciones sociales traducibles en pérdidas de simpatías políticas-electorales.

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