Tránsito

Celso Marranzini

A todos les deseo un feliz comienzo de año. Quiero referirme hoy a un problema que preocupa a los habitantes del Distrito Nacional, pero también a los habitantes de todos los centros urbanos de nuestro país. Se trata del caos de la circulación vehicular a que debemos enfrentarnos todos los días al salir a la calle.
Lo cierto es que las leyes de tránsito no se respetan. Se aventuran en vías contrarias, desde los deliveries de diversos negocios y automóviles de todas las marcas, desde los Sonata hasta los Mercedes, Volvos y los Lexus. Los semáforos para muchos son simples elementos decorativos, tal como le expliqué en una ocasión, no sin ironía, a una amiga española que visitaba el país y no paraba de asombrarse por el irrespeto a las luces de los semáforos.

El desastre genera desesperación y mucho disgusto entre los que nos vemos atrapados en calles abarrotadas y las fricciones surgen dondequiera. Todos hemos visto con preocupación los niveles de violencia y agresión a que hemos llegado, muestra de ello es el caso del “ciudadano” que propinó una galleta y dejó tendida en el suelo a una motorista.

El problema del tránsito es viejo, las causas se han ido acumulando y volviendo cada vez más complejas. No se trata de culpar a una administración o a la otra. Pero lo cierto es que, hoy en día en la mayoría de las ciudades, y de forma notable en nuestra querida capital, tenemos un parque vehicular, que ha crecido exponencialmente, que circula caóticamente por las calles, en detrimento de la seguridad y la salud de todos.

Buscando las causas, pudiéramos empezar por mencionar los permisos de construcción concedidos en violación a las más elementales normas de planeamiento urbano. Por eso vemos hoy enormes edificios construidos en zonas en la que primaban viviendas unifamiliares, colegios, consultorios médicos, comercios, bares, restaurantes por doquier. No se ha tenido en cuenta el aumento en la afluencia de tránsito que estos cambios han generado ni mucho menos los espacios necesarios para estacionar.

Algunas Juntas de Vecinos han tratado de encarar estos problemas para proteger la tranquilidad de sus sectores con diferente grado de éxito y encontrando en el camino situaciones sorprendentes. Me refiere un amigo, como tuvo que enfrentarse al presidente de una sala capitular defendiendo la instalación de un bar en medio de una zona residencial. Su defensa fue tal que logró su propósito. Pero fue más allá, quizás porque el bar no resultó lo suficientemente molestoso para el sector, poco tiempo después autorizó la instalación de un colegio que colinda pared con pared con el referido bar. Nada que ver con la norma de los quinientos metros que deben separar estos dos tipos de negocios.

La Junta de vecinos decidió contratar un abogado, que me cuentan que es muy farandulero, para judicializar los casos. Al fin y al cabo, a pesar de que se le pagó puntualmente la iguala, incluso en tiempos de cuarentena, no llevó a cabo ninguno de los procesos y ni siquiera se dignó a devolver los documentos que se le habían confiado, dejando así muy mal sabor a los directivos de la Junta y a las personas que lo recomendaron. La solución del grave problema del tránsito no es sólo de las Juntas de Vecinos, ni corresponde únicamente a las administraciones municipales. Las del Distrito, me consta que han sido y son muy receptivas y proactivas. Tampoco pueden hacer nada sin respaldo los agentes de la DIGESETT, por más multas y vehículos que incauten.

Por más que pensemos que corresponde a otros el problema del tránsito o que añoremos, como lo hago yo, a Hamlet Herman o a cualquier otra autoridad genuinamente interesada en la solución del problema del tránsito, el problema sigue ahí y nos urge solucionarlo. A todos nos cuesta tiempo, dinero y combustible de más y a todos nos eleva la presión sanguínea o los niveles de ansiedad.

No basta con lamentos y críticas. Para lograr un tránsito eficiente y ordenado debemos unirnos todos. El INTRANT es el organismo rector, pero nada puede hacer sin el apoyo de instituciones fuertes y comprometidas, sin los mecanismos para instruir en las normas al ciudadano común, sin la supervisión de su cumplimiento y sin formas eficientes de penalizar las infracciones.

Algunas ideas pudieran ser útiles: reactivar la educación vial en las escuelas, de modo que nuestros niños se formen una idea temprana del uso respetuosos de la vía pública; por otra parte, sustituir la incautación de vehículos por un sistema de multas que implique una acumulación de puntos, como hay en otros países, y que al llegar a una puntuación límite se suspendan las licencias de los infractores y a quienes no paguen las multas se le apliquen una serie de limitaciones.

Todos por igual pueden aportar sugerencias, pero mientras, y se que esto se hace a veces muy difícil, marquemos una diferencia, seamos una excepción, sirvamos de ejemplo y actuemos de acuerdo con la ley.

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