Un método sin ritmo

Pablo McKinney

A la hora de su aplicación, entre sus objetivos el Método de D’Hondt buscaba evitar que el dinero del narcotráfico, del lavado, o simplemente el dinero, quitara al electorado la posibilidad de elegir “lo mejor de cada casa”, pues hasta entonces, bastaban unas listas partidarias o que un señor con fortuna -bien o mal habida- “comprara” una candidatura a alguno de esos dueños de ventorrillo, bodega o colmado político mal llamados partidos, y que tanto proliferan en nuestra fauna politiquera… y con nuestros impuestos, que es lo que jode.

El Método del doctor belga no ha podido evitar la prostitución del voto ni la de ciertos empresarios partidarios, pero ha servido para evitar que gente meritoria, trabajadora y honesta, habiendo alcanzado mayor cantidad de votos que su adversario del partido ganador, hayan obtenido una curul.

El método “no ha sido chicha ni limoná” pues, a diferencia del método del ritmo, -que por lo menos promueve el santo fornicio con libertades entre las parejas de amores piratas, -él no ha logrado evitar que el Congreso siga siendo un centro para la impunidad a través de la inmunidad parlamentaria. Hagan memoria.

El Método D’ Hondt ha demostrado que, como en mis años de adolescencia y ante sus bravuconadas y alardes de amante de emergencia banileja, le decía su abuela al Dr. Johnny González, “para lo que alumbra, apagado es que aluza, “alucéa” o alumbra”; por todo esto, es tiempo de revisar la utilidad o no de su aplicación, como hablo de analizar en detalles el aumento de la abstención electoral, que no cesa de crecer ante un electorado cada vez menos leal y militante y más descreído de los actores de la democracia, aunque les vote.

Quedar pendiente debatir los esfuerzos por aumentar la profesionalización de la Policía Electoral, la necesidad de empoderar la Fiscalía Electoral, de otorgar mayor “garra” a la Ley de Partidos y al Régimen electoral y, sobre todo, definir qué vamos a hacer con la financiación legal o ilegal de los partidos, fuente originaria de la corrupción administrativa, pues en nuestras campañas electorales que duran todo el año, -con cenas de recolección de fondos a ocho millones de pesos el cubierto- no se hacen donaciones sino inversiones. Se invierte en el presente para cobrar posteriormente y de algún modo… incluso legalmente. He ahí algunas de urgentes tareas de nuestra adolescente democracia electoral. Con permiso.

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