Un país al garete

Manolo Pichardo

El pasado sábado 18, el país se vistió de luto tras el colapso de algunas losas del paso a desnivel de la avenida 27 de Febrero esquina Máximo Gómez, luego de intensas horas de lluvia que cubrieron gran parte del país y dejaron como saldo 32 personas fallecidas; 9 de ellas aplastadas en los vehículos que quedaron debajo de los paneles de concreto que se fueron al suelo. Sin que llegaran los organismos de rescate, después de esperar más de cuatro horas, algunos oportunistas, de los que siempre procuran colocarse en la nómina pública, sin sentir el menor respeto por las personas que se encontraban aplastadas, sin que se supiese si aún respiraban, comenzaron a instalar un relato que apuntó a señalar fallas estructurales como causa central de lo ocurrido.

En aquel escenario que imponía asistencia a las víctimas -gesto humano de solidaridad- un reconocido personaje del mundo del vedetismo mediático, amante de los reflectores y que opina sobre geología, astronomía, medicina nuclear, ingeniería, epidemiología, sismología, filosofía, hasta de farándula con cosmetología incluida, comenzó a disparar palabras desde la conjunción de conceptos lógicos y disparatados, propios de sus peroratas habituales, siempre enfocadas en el desenfoque de su profesión, anclada en la independencia política de una militancia partidaria clandestina.

Luego de la narrativa diseñada por el Gobierno para ocultar el hecho de que el colapso se debió a la falta de mantenimiento de la obra, vino la comisión “independiente” para “investigar” la causa del accidente y, como era de esperarse, con rapidez de vértigo, se repitió el cuento relatado en la tarde trágica para ocultar que padecemos de una administración que no tiene un programa eficiente de mantenimiento de las obras de infraestructura, pero que tampoco orienta a los ciudadanos ante la inminencia del paso de este tipo de fenómeno atmosférico, como ocurrió en noviembre del pasado año y en otros momentos durante la actual administración.

Esta gestión de Luis Abinader miente para ocultar su ineptitud, como mintió con el brote de cólera en Barahona, que luego, desbordado por las pruebas y el fallecimiento de 16 personas, hubo de admitir. Con semejante desparpajo su mitomanía la llevó a ocultar la gran cantidad de infectados por el dengue, y mintió también con relación a las personas que mató la enfermedad. No puede evitar enredarse en su maraña de mentiras para disimular que no ha podido detener el alza constante de los alimentos y los servicios como la energía eléctrica, de la que sólo pagamos apagones, además de tapar su incapacidad para frenar la delincuencia que se ha adueñado de las calles.

Se refugia en bulos para disfrazar la contracción de la economía y el endeudamiento, tan alto, que los préstamos que ha tomado superan a los de todos los gobiernos desde la fundación de la República. Pero además juega a la justicia con fines políticos, y según algunos, protege a corruptos preferidos y no se ha distanciado de extraditados y extraditables, a los que el PRM promueve al Congreso sin sonrojo y en claro desafío a la sociedad. Y como si fuera poco, entrega el patrimonio público a un selecto grupo de empresarios, además de manejar con opacidad los contratos del Gobierno, como si se tratase de aquellas cuentas en paraísos fiscales para ocultar fortunas y evadir -o eludir- el pago de impuestos o blanquear capitales como se estila en este sórdido y oscuro entramado.

Abinader degradó el 911, la asistencia vial, la educación, el servicio de pasaporte, el Metro, los programas de políticas sociales, el inglés por inmersión; en fin, que deja el país al garete.

Listín Diario

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