Una confesión de autor

José Mármol

Antologar es una tarea compleja, demasiadas veces polémica, cuando no conflictiva, urticante, malagradecida. Ya sea que un autor antologue a otros, o bien, que lo haga consigo mismo. En ocasiones, es más difícil lo segundo que lo primero.

Aunque he tenido, en cada proyecto, que volver sobre mis propios escritos, y seleccionar es la cuestión primera de un proceso antológico, puedo sustentar, con toda tranquilidad, que mucho más allá de establecer un canon del gusto personal, el propósito ha estribado en procurar un grado mínimo de satisfacción del futuro lector. Me cuesta, lo confieso, demasiadas frustraciones el mecanismo de la relectura.

Del mismo modo en que me es inconcebible la escritura sin la lectura, y viceversa, también lo es el de la relectura sin la reescritura. Es en esta última fase del complejo proceso donde el certero juicio de Guillermo Cabrera Infante se vuelve implacablemente verdadero: “Literatura es tachar”, escribió el autor cubano en su exilio londinense, cuando vislumbró aquellos demonios que habría de exorcizar el estilo de un creador de la palabra.

Cada vez que me he visto en la necesidad de releerme, me veo también, aunque no la acometa siempre, en la necesidad de reescribirme.

Esta acepción deja entrever, al menos, sino es que, caso contrario, lo deja ver con meridiana claridad, el hecho de que el de la escritura creativa es un arte infinitamente perfectible, constante e ineludiblemente inacabado, en cuya ejecución o artificio, el sujeto que escribe está condenado sin indulgencia a ser un permanente aprendiz.

La insaciable reescritura de “Hojas de hierba” (1855), de Walt Whitman, así como el rechazo inmisericorde de Franz Kafka a sus propios escritos, que ordenó a su amigo Max Brod arrojar a la hoguera después de su muerte, con lo que habría privado a la cultura y a la literatura universales del goce de su genialidad, son ejemplos de esa angustia por la perfectibilidad perpetua que engendra en sí misma la “poiesis”, la aventura delirante, en términos platónicos, de la creación literaria que tiene al lenguaje como su problema esencial.

La primera antología poética personal que di a la estampa fue la titulada “Lengua de paraíso y otros poemas” (Amigo del Hogar, Santo Domingo, 1997). La segunda batalla contra la retadora tarea de seleccionar textos poéticos propios tuvo lugar con la publicación del libro “Deus ex machina y otros poemas” (Visor Libros, Madrid, 2001). Luego se publicaron “El amor, ese quebranto” (Búho, Santo Domingo, 2012), que reúne textos de amor, desamor y erotismo, y “Pensamiento, palabra y omisión. Antología poética personal 1984-2009” (Búho, Santo Domingo, 2012), que remarca textos en los que, en términos de Unamuno, siente el pensamiento y piensa el sentimiento.

En el marco de la presente Feria Internacional del Libro acaba de presentarse “Esquicio del vuelo. Antología poética personal 2019-1984” (UME, Santo Domingo, 2022), que para mí tiene la gratísima fortuna de haber sido alentada por la joven y soñadora editorial Últimos Monstruos Editores, liderada por Rodolfo Báez, escritor, guionista, profesor y editor.

UME tiene en su catálogo casi una veintena de títulos de ficción de autores del Caribe hispánico. Esta nueva antología ha sido traducida al inglés por la destacada escritora y traductora de origen dominicano, Rhina Espaillat, radicada en Estados Unidos, y verá la luz próximamente, también impulsada por UME, para su circulación en ese país.

La poesía ejerce su inquebrantable misión de tender puentes amigables, fraternos y solidarios, de construir espacios de comunión espiritual, mental y sensorial, de ser ella misma lugar mágico de encuentro entre lenguas, culturas y personas. No sé qué más le deberíamos pedir, a no ser la perpetuidad de su propia perseverancia.

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