Una mecedora para no olvidar

    Pablo McKinney

    Ocurre siempre. Cada generación piensa que la próxima destruirá el país, la moral, los principios, y hasta las leyes. Pero pasan los años, el carrusel de la vida no se detiene, y los mayores seguimos aferrados a nuestras nostalgias, a “las trampas caritativas de la nostalgia”, de las que habla García Márquez en “El amor en los tiempos del cólera”, ¡ay!, su libro más romántico y maldito.

    Trampas del Gabo que nos hacen ver a nuestro tiempo como el más puro, el mejor. Por eso, para mi padre y el tío Fano nadie cantaba como Benny Moré. Para mi generación nadie escribe una canción como la santísima trinidad de Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez. Pero resulta que las Paola no conocen al Benny, y solo recuerdan a la Trinidad, más Pablo Milanés, porque hasta los diez años yo las obligaba a escucharlos cuando paseábamos en mi auto.

    Pasan los años, aumentan las canas, sobran las libras, disminuyen las fuerzas, y uno, victima fácil de saudades y melancolías, vuelve a repasar tiempos idos, buenos tiempos, para terminar dándose cuenta de que, quizás, más que malos tiempos en este hoy, lo que tenemos los mayores son buenos recuerdos de aquel ayer. Recuerdos que nos regresan a aquel libro de memorias de Pablo Neruda, que en aquel parquecito con nombre de héroe banilejo, me regaló la María del Carmen: “Confieso que he vivido”.

    Lo único peor que vivir en el pasado… es olvidarlo.

    La memoria es un arma de reglamento para sobrevivir en un tiempo donde es más fácil practicar el fornicio que el santo amor;  el saludo de relaciones públicas que la verdadera e incondicional amistad. Por eso mi vieja devoción por mi Comité Central del Cariño, CCC, por los viejos y escasos amigos que a uno le quedan y aún no les sobran.

    Por eso, cada vez que la arrogancia o la prepotencia pretenden asomarse a mi vida, miro en el centro de la sala de la que ha sido mi casa durante los últimos 21 años,  la mecedora que hace mil años mandé hacer en Matanzas, Baní, y que es una réplica exacta de aquella donde muy niño mi madre me dormía contándome historias de estrellas y héroes de sus viejos y buenos tiempos, justo como he estado yo contándoles a ustedes estas cosas en esta madrugada. Perdón por la nostalgia.

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