Una realidad develada

Miguel Reyes Sánchez

Hace unos días, la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) realizó en su Foro de Estudios Sociales un seminario titulado “Presente y futuro de las relaciones con Haití: los desafíos de una buena vecindad”, en el cual algunos historiadores, juristas y escritores expusimos nuestra visión sobre la preocupante situación haitiana y cómo afecta nuestras relaciones.

En ese debate académico se dilucidaron las perspectivas de la calamitosa situación haitiana actual y se develó una realidad que muchos callan.

Con mucha certeza, José Chez Checo señaló que “la inmigración haitiana a nuestro país es el principal problema que debe ser afrontado por quienes quieren seguir siendo “dominicanos” y que, tal vez, es el más trascendente porque tiene que ver con la existencia misma de la nación y constituye una amenaza más grande que la Anexión a España de 1861 y la ocupación militar norteamericana de 1916.”

A partir de esta importante inferencia, válida para la mayoría de los presentes, fuimos formulando algunos postulados de consenso, expresados por nosotros o por otros, sobre la situación del hermano país.

Aquí algunas de las más socorridas premisas, todas verificables, que al leerlas juntas nos dan una especie de tomografía del paciente:   

Desde hace tiempo, he venido reiterando en mis artículos que Haití es un Estado fallido, donde las instituciones no funcionan, la economía prevaleciente es de subsistencia, el delito, la corrupción e impunidad campean y la violencia resulta el método habitual de vida, poniendo en peligro a sus propios ciudadanos y una amenaza constante al Estado vecino.

Así como, que su deterioro institucional y de seguridad se ha ido incrementando en el tiempo, llegando en este momento a ser un Estado prácticamente colapsado, donde se ha perdido el monopolio de la fuerza, careciendo de capacidad para proteger a sus ciudadanos de la violencia, con un gran vacío de poder y la imposibilidad para satisfacer las necesidades esenciales de sus ciudadanos.

En esto, se apuntala la pobreza extrema que resume el cúmulo de sus calamidades, con una violencia crónica, que en vez de aminorar, no ha cesado de agravarse, lo cual agudiza las deplorables condiciones de vida de la inmensa mayoría de sus pobladores.  Mientras en las últimas décadas, en la República Dominicana hemos mantenido estabilidad macroeconómica y un crecimiento sostenido, con un promedio superior al 5%, Haití ha hecho todo lo contrario hasta prácticamente llegar al estancamiento.

A nuestra nación no se le puede pedir más, ya que hoy en día hasta el número de parturientas haitianas en nuestros hospitales supera con creces las dominicanas. Como dice José Miguel Soto Jiménez, parafraseando la Madre Teresa de Calcuta, “hemos dado tanto, hasta que nos duele” y seguimos cotidianamente dando y ofreciendo nuestra hospitalidad.  Haití ha entrado en una especie de círculo autodestructivo, ahora con el protagonismo de las bandas delictivas.

De ahí, una interesante propuesta concerniente a la inmigración haitiana de unos 26 puntos, que Chez Checo recomienda para la defensa de la dominicanidad, que van desde repatriación de los ilegales, el sellado de la frontera, la construcción del muro hasta el cierre de la embajada y los consulados.

Esta triste realidad haitiana prácticamente irreversible, nos desborda, nos hiere y es una constante amenaza.

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