Hostos y Luperón: el amor por la libertad
Por Farid Kury
El general Gregorio Luperón y el maestro Eugenio María de Hostos, por esa casualidad de la vida, nacieron el mismo año: 1839. Hostos, el 11 de enero, y Luperón, el 8 de septiembre. El amor por la libertad estaba destinado a juntarlos y a fundar entre ellos una amistad por siempre.
Hostos, peregrino por excelencia, levanta su voz libertaria en todas partes. Dondequiera que llega habla y escribe en favor de la libertad de Puerto Rico y Cuba. Hasta en España escribe contra España, que mantiene aun su dominio en esas dos naciones. Luperón, con 21 años, se pronuncia contra la Anexión a España patrocinada por Pedro Santana. Se niega a firmar un documento de apoyo a la Anexión, y eso lo lleva al exilio. Es, como Hostos, un amante de la libertad de los pueblos, y a ese amor consagra su vida.
Cuando suenan los primeros tiros en Capotillo ya el hombre está en La Vega, y de inmediato parte para Santiago, donde se decidirá el destino nacional. Era un desconocido, pero eso no limita su Indomable espíritu de guerrero. Santiago es el escenario perfecto para un hombre de su templanza destacarse y, en base a los fogonazos de la guerra, ascender en la estima de soldados y generales. En la famosa batalla de Santiago, se destaca y es ascendido a la categoría de general. No es un regalo. A los hombres como Luperón, negro y pobre, no se les regala nada. Es el resultado de su indomable espíritu y de su participación en primera fila en aquella batalla decisiva, que se saldó con la quema del pueblo y la huída de los españoles. A partir de ese momento su espada fue la más alta de la República. Lo fue en La Restauración y en la Guerra de los Seis Años contra las pretensiones antinacionales de Buenaventura Báez. Y lo fue también, aunque solo al final, contra la dictadura de quien había sido protegido suyo: Ulises Heureaux.
Mientras tanto, Hostos, que junto a Emetrio Betances y José Martí es el antillano por excelencia, llega a República Dominicana por primera vez el 30 de mayo de 1875. No desembarca en Santo Domingo, sino en Puerto Plata, donde reside Gregorio Luperón y muchos puertoriqueños y cubanos exiliados. Es un ambiente de antillanismo y de libertad lo que se respira. Ahí es que el Maestro quiere estar. Ya Luperón tiene el prestigio de un prócer. Y aunque está un poco quitado de las faenas partidistas su prestigio y el respeto y cariño que se le tiene es enorme.
En Puerto Plata vive también el siempre desterrado doctor Emetrio Betances, a quien Hostos calificaba como «el primer ciudadano de Puerto Rico». La primera visita de Hostos es para él, con quien es mucho lo que debe hablar y coordinar. Luego visita a Luperón. No lo conoce en persona, pero sabe de sus hazañas, y sobre todo, de su amor por la libertad, un amor que ya no se limita a Quisqueya, sino también a Puerto Rico y Cuba
En esos días también estuvo en Puerto Plata el ilustre don Federico Henríquez y Carvajal. Allí conoce a Betances y a Hostos. Los tres visitan a Luperón. Años después Hostos recordará aquel encuentro: «Confieso que no dejó de parecerme extraordinario el encuentro detrás del mostrador de una mercería al hombre que en la guerra nacional y en la civil había deslumbrado tantas fantasías. Pero allí, y así lo conocí en 1875, puesto en contacto con él por maestro, guía y amigo, el noble y primer ciudadano de Puerto Rico, el siempre desterrado Doctor Betances».
Desde entonces se inicia entre ellos estrecha colaboración, que luego se convierte en fraternal amistad. El guerrero llama al pensador «amigo de corazón y hermano», y el pensador ve en el guerrero «al esperado Máximo Gomez de Puerto Rico». Aquellos fueron días muy ajetreados para Hostos. Establece contacto con toda la sociedad anticolonial. Pronuncia discursos, dirige periódicos y escribe en favor de su Puerto Rico y Cuba. Aquel intenso laborantismo le perturba al gobierno encabezado por Ignacio María González que, presionado por España, intenta expulsar a muchos boricuas y cubanos, entre ellos, de manera principal, a Hostos.
Luperón resueltamente se opone a esa pretensión que califica de «horrible crimen». La solidaridad de Luperón dificulta al gobierno ejecutar lo que se proponía, pero lleva a considerarlo como enemigo, razón por la cual el 23 de enero de 1876 soldados del gobierno rodean su casa con la intención de apresarlo. Claro, no iba a resultar tan fácil doblegar al centauro azul. El presidente que ordenaba esa acción no conocía el carácter del hombre que nunca le tuvo miedo a nada ni a nadie.
Emilio Rodríguez Demorizi, con la autoridad de quien dedicó su vida entera a la investigación y recopilación histórica, describe aquel acontecimiento: «Un grupo de soldados, portador de siniestras órdenes, se acerca al hogar de Luperón. Va a hacer preso a quien jamás conoció «las pesadumbre de las prisiones». Luperón rechaza la orden arbitraria y convierte su casa en un reducto inexpugnable. Desde el balcón, a tiro de fusil, dispersa la soldadesca. El pueblo, el Municipio, el Cuerpo Consular, los emigrados, acuden en auxilio de Luperón. Entre ellos está Hostos». Sí señor, allí acude Hostos en solidaridad con el amigo, que en situaciones similares ha sido solidario con él.
El error del gobierno, la valientía de Luperón y la solidaridad con él provocan la caída del gobierno. Ulises Espaillat, decidido civilista y patriota, y amigo de Luperón y Hostos, es por sugerencia de Luperón elegido el 15 de abril Presidente de la República. Pero Hostos no espera el inminente triunfo. Diez días antes, el 5 de abril, se marcha hacia Nueva York. Luperón hizo esfuerzos por convencerlo a quedarse, y si es preciso a colaborar con el gobierno de Espaillat. Pero ese hombre no andaba detrás de poder. Andaba en busca de la libertad de su amada borinquen. Su norte, le dice a Luperón, era «compartir todas las pesadumbre de la libertad y ninguna de las delicias del poder». Su convicción es fuerte, inconmovible, y no hay nada que Luperón pueda hacer. Lo despide con fuertes abrazos de amor. El Maestro se marcha pero su corazón se queda en Quisqueya, a la que regresaría después de una ausencia de tres años, donde iba a dejar un legado que perdura aun. Pero esa es otra historia a contar en otra oportunidad.