Borges, un retrato del maestro en cinco conversaciones con dos adolescentes

Sevilla (España), 14 mar (EFE).- Alejandro Manuel Pose Mayayo tenía 18 años y su amigo Jorge 16 cuando, en 1979, decidieron ir a ver a Jorge Luis Borges para hablar de literatura. El maestro los recibió en casa, el encuentro se repitió cinco veces y Pose Mayayo, que tomó notas, ha publicado ahora aquellas charlas en las que los tres se divirtieron como adolescentes.

María Kodama, la viuda de Borges, le ha puesto un prólogo a este curioso libro titulado «Borges in situ» que, publicado por la sevillana editorial Alfar, lleva una cubierta de una ilustración de Gabriel Griffa que retrata de cuerpo entero a un Borges risueño sentado como un adolescente, con una pierna dejada caer por encima del brazo del sillón.

«Nuestro Borges estuvo muy lejos de las acartonadas entrevistas y de los eruditos temas encarados por no menos eruditos entrevistadores», advierte Pose Mayayo en estas páginas, tras avisar varias veces de que el suyo «no es un libro de entrevistas», sino una evocación de «un Borges risueño, meditabundo, melancólico, banal, misterioso, profundo y, sobre todas las cosas, paciente (…) con dos adolescentes que saltaban de tema en tema sin mucho sentido y lo suficientemente jóvenes como para saberlo todo».

Jorge (que prefiere que no se publique su apellido) es ahora profesor de Química en Estados Unidos y Pose Mayayo profesor de Ciencias de la Educación, además de escritor y guionista, pero ya entonces «Jorge conocía toda la obra de Borges y podía citar fragmentos de memoria» y Alejandro Manuel, según ha dicho él mismo a EFE, conocía su obra poética.

RESPUESTA PARA TODO

Pose Mayayo ha asegurado que cada uno de los dos tenía un interés distinto para visitar a Borges: «Jorge básicamente quería conocer a su dios literario. A mi -a pesar de haberlo leído bastante, más que nada poesía- me movía la idea de charlar con una persona que en televisión siempre sonaba irónica y parecía tener respuesta para cualquier cosa que le preguntaran».

«Yo pensé que iba a encontrarme con alguien serio, complicado, de carácter taciturno; no podía estar más equivocado; conversamos de todo, nos reíamos cada cinco o diez minutos por cualquier recuerdo,… No fueron las charlas de dos adolescentes con un adulto, fueron charlas de tres adolescentes», ha recordado el autor de «Borges in situ».

A la pregunta de si le gustaba a Borges hablar de su obra o prefería otros temas de conversación, Pose Mayayo ha respondido que «no le gustaba recordar sus primeras obras; cuando intentamos leerle fragmentos de ‘Fervor de Buenos Aires’, ‘Luna de Enfrente’ o ‘Cuaderno San Martín’, nos paró diciendo que esos libros eran horribles».

Para Pose Mayayo, lo más sorprendente de aquellos cinco encuentros fue «la predisposición y paciencia para con nosotros; de ninguna manera puede obviarse que Borges tenía ochenta años, Jorge 16 y yo 18… Saltábamos de tema en tema y él nos seguía con diversión. Le pedíamos permiso para hablar de Lugones y terminábamos preguntándole si creía que se había suicidado por amor. Le preguntábamos quién creía que era mejor, si Quevedo o Góngora, y tratábamos de convencerlo de que su elección estaba equivocada… y él respondía siempre sonriendo».

REÍRSE COMO UN NIÑO

Sobre qué cree que le interesó más al maestro de aquellos dos jóvenes, ha respondido:

«No puedo hablar por Borges, pero diría que nuestro ‘caradurismo’ y conocimientos; fuimos respetuosos pero nunca solemnes, y eso le divertía. Puestos a conversar, nuestra cultura era bastante más profunda que la de cualquier adolescente de ese entonces,… El ‘Ulises’ de Joyce pasaba por ahí y detrás venía el tango, seguido por Lovecraft y Cervantes. Hubo momentos, varios, en que lo vi disfrutar de estas cosas y reírse como un niño».

Aunque Pose Mayayo tomó notas de todas las conversaciones nunca pensó en publicarlas como entrevista ni emplearlas para un futuro documental, de modo que la idea de «Borges in situ» surgió en 2001 cuando, en un encuentro casual, se cruzó con María Kodama, le contó aquella aventura juvenil y ella le instó a escribirla.

Y una pregunta inevitable: ¿Por qué no se extendieron más en el tiempo aquellas reuniones?

«Porque estábamos a 400 kilómetros (en Río de la Plata) y no era sencillo ni barato viajar y hospedarse; porque una novia era mucho más importante; porque jugar al fútbol los sábados era más gratificante; porque había que estudiar; porque cientos de cosas eran más urgentes; porque éramos adolescentes; en definitiva, miles de ‘porqués’ estériles e inútiles que no puedo recitar sin suspirar con triste nostalgia».

Alfredo Valenzuela

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