Carestía de temas

Eduardo García Michel

Decía Don Ramón Gómez de la Serna que la escritura es una petulancia contra la muerte. Y que se daba cuenta de que la muerte le iba llegando por carestía de los temas. La escritura era su razón de ser. A medida que envejecía los tópicos se tornaban en escasos por haberlos utilizado casi todos, una y otra vez, en su producción literaria.

Si se trasladara ese pensamiento a la economía dominicana podría decirse que está envejecida porque los mismos temas se repiten desde hace decenios y decenios. Mirado desde esa perspectiva se necesita de reforma profunda que, al traer soluciones, haga desaparecer de la escena los temas viejos y se sustituyan por otros de naturaleza distinta. Y esto ocurrirá cuando se pase de un estado socio económico inferior a otro mejorado.

Los economistas y también quienes no lo son tienen decenios escribiendo y sugiriendo ideas para solucionar, o por lo menos disminuir, los problemas relativos a la existencia y expansión del déficit fiscal y de la deuda cuasi fiscal, al servicio creciente de intereses y amortizaciones, a la caída en el coeficiente de inversión pública que ocurre al tiempo que se expande el gasto corriente, al desbocamiento de las erogaciones en subsidios, al monumental hoyo financiero que se genera en el sistema eléctrico por el manejo inapropiado de la propiedad pública de sus activos, entre otros de naturaleza fiscal.

También perviven como si no pasara el tiempo otros temas de amplia discusión como el del crecimiento vigoroso del PIB por decenios repetidos, que no se corresponde ni con el nivel de empleo ni mucho menos de salarios, o de la alta informalidad que prevalece y se profundiza en el mercado laboral, o de la modificación del Código Laboral para flexibilizar la cesantía, o del problema de la invasión continua de inmigrantes ilegales y de las remesas, que son su reflejo.

Algunos pensadores han diagnosticado que esta sociedad requiere de tratamiento psiquiátrico para curar tendencias masoquistas muy arraigadas. De otra manera no se comprendería el afán de segmentos de la población en justificar contra viento y marea la propiedad pública de activos, a pesar de que es harto conocido el desastroso manejo que ha caracterizado su gestión y la carga de corrupción y mal uso de los recursos que ha conllevado su existencia.

Llama la atención que, ante el surgimiento de un tema relativamente nuevo como el del fideicomiso público, debatido día y noche con pasión, las miradas se centren sobre todo en el propósito de evitar que una de sus consecuencias sea favorecer la privatización del patrimonio público, en particular el mantenido en el sector eléctrico, cuando es sabido que cada año y desde hace décadas, su mantenimiento provoca que el Estado pierda en manejos espurios, subsidios y desbalances financieros, cientos y cientos de millones de dólares, causa principal del déficit público.

O sea, se gasta la pólvora escasa en disparar a las garzas. Eso mantiene a la opinión pública entretenida en lo que es vano, en vez de enfocarse hacia las aristas relevantes. Y todo eso sucede como si los recursos que se pierden en forma tan miserable no hicieran falta para elevar el nivel de vida de los habitantes y llevar a la sociedad a niveles más altos de desarrollo.

Todos envejecemos. Don Ramón lo hizo y murió cuando los temas se le hicieron tan escasos que solo quedaba espacio para publicar su propia muerte.

Quienes lean este artículo harían bien en no atribuirme intenciones de profundizar en los problemas mencionados ni en sugerir soluciones, pues en este artículo no hago ni uno ni lo otro. Solo llamo la atención hacia algo evidente: la repetición de problemas cuya solución nunca llega.

Es tiempo de iniciar un nuevo derrotero, más fructífero. Cuando lo hagamos y hayamos despejado las taras que afectan la calidad del crecimiento económico, pues eso y no otra cosa son, llegaremos a descubrir que si el PIB crece con dinamismo también aumentará el nivel general de bienestar porque se irradia hacia toda la economía. En eso consiste el desarrollo.

O, a darnos cuenta de que crecer no es sinónimo de perder lo vital, la nacionalidad y la soberanía, como ocurre ahora que se importan inmigrantes irregulares o indocumentados y se exportan dominicanos documentados para que envíen desde los nuevayores los andullos de remesas que tanto contribuyen al proceso de desnacionalización y de consumismo vano de clases que van perdiendo el norte de su propia existencia.

Reflexionar es el primer paso para resolver.

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