Coherencia vs. populismo: la verdadera prueba del liderazgo político
Por Zoraima Cuello
“La coherencia es el fundamento de la virtud”, reza un aforismo atribuido a Francis Bacon.
En una época en que la política se ha vuelto un espectáculo de promesas grandilocuentes y giros oportunistas, es fundamental distinguir dos conceptos que definen el ejercicio del poder: la coherencia y el populismo. Mientras la primera se basa en la consistencia entre valores, promesas y acciones, el segundo se sustenta en decir lo que la gente quiere oír, sin importar la capacidad real de cumplirlo.
La coherencia política trasciende la popularidad del momento. Se manifiesta cuando se toman decisiones difíciles, incluso impopulares, porque están alineadas con principios y compromisos asumidos previamente. Es actuar conforme a las convicciones, aun cuando el costo político sea elevado.
Independientemente de las diferencias ideológicas que cualquiera pueda tener con el expresidente de la República Dominicana Danilo Medina, su presidencia ofreció demostraciones claras de coherencia entre promesas y acciones, entre valores declarados y decisiones tomadas. A continuación, algunos ejemplos:
Cuando el expresidente Medina observó el nuevo código penal mediante una carta firme al Senado, destacó su compromiso con la igualdad de género y la protección de los derechos de las mujeres dominicanas. La omisión de las tres causales en el proyecto original contradecía sus compromisos previos con quienes defendían esa causa. La decisión fue políticamente costosa, pero coherente con sus valores declarados.
Durante su mandato, se negó a firmar el Pacto Eléctrico debido a la falta de participación de los miembros del PRM, respetando así el principio democrático de consenso. Más tarde, ese mismo pacto fue firmado por el gobierno actual sin modificaciones —aunque no se ha materializado en acciones efectivas— convirtiéndolo en una herramienta de obstrucción política en lugar de una solución energética.
Ante el limbo jurídico creado por la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, que afectó a miles de personas, impulsó un consenso entre Presidencia, partidos políticos y sociedad civil para aprobar la Ley 169-14. Cumplió así con su compromiso de concertación y justicia social, asumiendo un costo político considerable.
El PLD, ya en la oposición, y que es presidido por Danilo Medina, participa en la firma del Pacto Eléctrico de febrero de 2021, demostrando que su compromiso con el interés nacional trasciende diferencias partidarias y roles cambiantes.
Quizás uno de los ejemplos más paradigmáticos de su liderazgo coherente fue la promoción de espacios de diálogo tripartito y el respeto escrupuloso a los acuerdos alcanzados. En una cultura política tradicionalmente confrontativa, entendió que la gobernabilidad democrática requiere encuentros y compromisos mutuos que luego se implementen de verdad.
El populismo, por el contrario, promete soluciones mágicas a problemas complejos y anuncia logros inexistentes, evidenciando una profunda inconsistencia entre el discurso y la realidad.
En el caso del gobierno actual:
Sector eléctrico (2024): pérdidas históricas del 42 % —equivalentes a US $1,500 millones, o US$5 millones diarios, producto de promesas de “eficiencia energética” sin resultados.
Educación: el informe del IDEICI revela que cerca de 300 000 estudiantes están fuera del sistema, con deficiencias de infraestructura, aumento de la deserción y repitencia, pese a la promesa de que “ningún niño se quedará sin educación”.
Unificación ministerial: la propuesta de fusionar los ministerios de Educación y de Educación Superior podría diluir la inversión del 4 % del PIB destinada a la educación preuniversitaria al tener un presupuesto compartido, erosionando un logro histórico de la gestión de Danilo Medina.
Asimismo, el gasto corriente creció un 56 % entre 2020 y 2024 (de RD $216 814,1 millones a RD $338 305,9 millones), mientras la ejecución de proyectos de inversión de capital se mantiene por debajo del 3,5 % del PIB, nivel reconocido como necesario por el propio gobierno.
La diferencia entre ambos enfoques se evidencia en los resultados tangibles. La democracia se fortalece y los partidos políticos ganan en credibilidad, cuando los ciudadanos pueden anticipar que las promesas electorales se traducirán en políticas concretas y cuando las declaraciones de principios se reflejan en decisiones gubernamentales. La coherencia construye legitimidad; el populismo la erosiona.
Cuando los gobernantes prometen una cosa y ejecutan otra, cuando anuncian logros inexistentes o cuando sus políticas son contradictorias con sus declaraciones, el tejido social se debilita. La incoherencia sistemática normaliza la mentira política como herramienta de gobierno. Se instala la idea de que las promesas electorales son simplemente estrategias de marketing, no compromisos reales con la ciudadanía.
En un momento donde la democracia enfrenta desafíos globales y donde el populismo autoritario seduce con soluciones simples a problemas complejos, es crucial que desarrollemos la capacidad de distinguir entre coherencia y populismo. La historia juzgará no solo los resultados económicos o sociales de cada gobierno, sino también la integridad y coherencia con la que ejercieron el poder.
Como escribió el poeta Antonio Machado: «Se hace camino al andar». En política, el camino se hace con coherencia, paso a paso, decisión a decisión, manteniendo la vista en el horizonte de los principios pero con los pies firmemente plantados en la realidad de las responsabilidades asumidas ante el pueblo, recordando que ser coherentes es un acto de respeto hacia la ciudadanía.
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