Crisis haitiana es una garrapata en la oreja de los dominicanos

FELIPE CIPRIÁN

En los últimos días están soplando vientos de invasión militar a Haití, que el gobierno dominicano y amplios sectores nacionales, ven como la solución a la grave crisis generalizada que sufre ese pueblo heroico, incrustado en el corazón del Caribe.

Pero solo quien no tenga una idea mínima de lo que es la guerra irregular y los hilos de poder que se mueven en Haití, puede albergar la esperanza de que enviando un millar de tropas de la parte oriental de África, se puede solucionar el colapso de un Estado que lleva 12 años dominado por las mafias político-empresariales que entronizó en el poder Estados Unidos, Francia y Canadá, con la complacencia de Naciones Unidas.

Cuando el gobierno de Estados Unidos colocó en el poder mediante métodos fraudulentos y excluyentes a Michel Martelly, en mayo de 2011, se abrió un ciclo de inestabilidad y gansterismo en Haití que no ha parado hasta hoy.

Con su credencial de miliciano duvalierista, auspiciador de dos golpes de Estado contra Jean B. Aristide, fanático derechista apoyado por el Partido Popular español, líder del Partido de los Cabezas Rapadas, entre otros atributos despreciables, Martelly fue el artificiero utilizado por el neocolonialismo para acabar de hundir a Haití.

En ese pacto fatal, las potencias buscan desestabilizar a Haití para que no tenga Estado, gobierno, parlamento, poder judicial, prensa libre, organizaciones populares ni unidad nacional para poder justificar una agresión militar que facilite el robo de sus riquezas mineras, a cambio de leche en polvo, trigo viejo y masolembo.

Los mafiosos haitianos ganan porque disfrutan de un poder que nunca podrían conquistar con el voto popular, obtienen bendiciones imperiales y sus negocios particulares prosperan aunque el pueblo que oprimen se siga desangrando.

Aunque desde el final del mandato de Martelly, en 2016, se han sucedido dos presidentes electos, el último, Jovenel Moïse, fue asesinado en su cama en la madrugada del 7 de julio de 2021, en una conjura organizada en Miami por mafiosos políticos haitianos, norteamericanos y colombianos.

Tras esa escandalosa muerte violenta, Ariel Henry se erigió en primer ministro con el apoyo de Estados Unidos, Francia, Canadá y Naciones Unidas, asumiendo todos los poderes, los que ha puesto al servicio de esas potencias, del neoduvalierismo que representa Martelly y sus socios, pero esencialmente contra el pueblo haitiano.

Desde hace dos años Henry es una especie de rey sobre las cenizas de un pueblo dominado por el hambre, la insalubridad, el bandolerismo, el crimen organizado con tráfico de drogas, personas y armas, y la disfuncionalidad absoluta de los servicios esenciales para la producción y la vida en sociedad.

En ese invernadero perverso, florecen las bandas armadas que hoy dominan el 80 por ciento de la capital haitiana, las rutas del sureste, el norte y el este de Haití, gracias al apoyo logístico y operativo de los altos oficiales de la Policía Nacional de Haití y el principado de Ariel Henry.

¿Para qué quiere el bando de Martelly, Henry y los jefes policiales haitianos que persista la inseguridad en Haití?

Pues precisamente para continuar usurpando un poder que no han ganado en las urnas y para no tener que organizar elecciones y mantener al pueblo haitiano en la inseguridad y bajo un régimen de facto, que los gobiernos del mundo –encabezados por las potencias- reconocen como “legítimo”.

Este concierto armonioso entre las mafias políticas haitianas y las potencias –que tienen intereses comunes- es lo que explica que Ariel Henry pida que militares extranjeros invadan Haití para perpetuar su régimen usurpador sin elecciones, mientras las potencias y las Naciones Unidas buscan desesperadamente mercenarios extranjeros para agredir Haití.

Cuando Naciones Unidas recorta la ayuda alimentaria a Haití, está lista para apoyar el envío de fusiles, granadas, violadores de niñas y saqueadores a profundizar el caos.

Pero Naciones Unidas, Estados Unidos, Francia y Canadá, no están dispuestas a enviar tropas y desplegar sus banderas para pacificar Haití.

Se proponen agredir Haití utilizando mercenarios extranjeros, de los que se han presentado como voluntarios los gobernantes de Kenia y Bahamas, para actuar por encargo de esas potencias y el organismo mundial concebido originalmente para conservar la paz y ahora propicia la guerra.

Parece muy difícil que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas apruebe el envío de tropas a Haití, porque a pesar del lobbismo que mantiene su secretario general, Antonio Guterres, al igual que el presidente de Estados Unidos, entre otros, la posición de Rusia y China, con poder de veto, ha sido firme en contra de esta posibilidad.

Aquí está el peligro

Si el Consejo de Seguridad no aprueba el envío de tropas a Haití, nadie se explicaría cómo se arriesgaría Kenia y Bahamas a enviar 1,150 militares al Caribe a enfrentar, en los callejones de Puerto Príncipe, a milicias fuertemente armadas desde arsenales en Miami.

Las tropas de Kenia llegarían a Haití como mercenarios de Estados Unidos, Francia, Canadá y Naciones Unidas, sin un mandato apegado al derecho internacional.

Kenia tiene un ejército de menos de 30,000 tropas, sin aviones ni barcos capaces de llegar al Caribe por su propia cuenta a una distancia de más de 12,000 kilómetros, instalar campamentos, interactuar con sus idiomas swahili e inglés, con una población que habla creole y francés. Si los kenianos logran entrar en Haití, será porque las potencias los trasladen y ahí habrá que ver cómo responderán las bandas armadas ante Martelly, Henry y el empresariado haitiano que los ha usado como desestabilizadores para ellos gozar de un poder que el pueblo no les ha dado.

República Dominicana

Por estúpidos y serviles que se pueda suponer que son los mandarines de Kenia, me resisto a creer que ellos entren en la trampa haitiana con una retaguardia a 12,000 kilómetros de distancia.

Como República Dominicana ha sabido combinar la deportación masiva de haitianos sin documentos con el clamoreo internacional de que se invada militarmente a Haití, tiene que prepararse para dar el territorio nacional para un eventual repliegue terrestre de los soldados kenianos en peligro, para los heridos, los muertos y el hospedaje seguro de sus jefes.

Desde que el primer mercenario pise Haití, la frontera dejará de existir porque Estados Unidos, Francia, Canadá y Naciones Unidas, se van a asegurar de que por allí se pueda pasar francamente, en ambas direcciones, para facilitar “el operativo contra las bandas”.

En esta semana, en Dajabón, hicieron el primer ensayo y comenzaron a preparar el terreno.

Si las bandas armadas haitianas o milicias populares opuestas a la invasión plantan una férrea resistencia y hay huidas masivas de tropas kenianas y de población temerosa, ¿qué hará el gobierno dominicano? ¿Ordenará a los militares ametrallarlos o los dejará entrar e instalarse en campamentos en la frontera?

Lo advierto claramente: con los mercenarios kenianos de la Naciones Unidas y las potencias, la frontera dominico-haitiana quedará borrada.

Los jefes militares dominicanos, si son profesionales, deben exigir desde ahora a su comandante en jefe que imparta órdenes por escrito de cuál será la respuesta operativa de las tropas en caso de que masas haitianas y soldados kenianos en derrota tumben el muro fronterizo para escapar.

En eso no se puede improvisar y me dolería mucho ver a generales dominicanos enjaulados en Miami como el aspaventoso general panameño Manuel Noriega.

Listín Diario

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