Crónica de una escalada anunciada: Venezuela, el Caribe y la República Dominicana en la línea de fuego
Por Milton Olivo
La historia rara vez irrumpe de golpe. Suele anunciarse en susurros: movimientos de flotas, discursos diplomáticos cada vez más duros, ejercicios militares «defensivos» que nadie cree inocentes. Así comenzó esta hipotética invasión a Venezuela: no con bombas, sino con señales.
Fase I: La antesala diplomática y el cerco.
Todo inició con el endurecimiento de sanciones, el aislamiento financiero total y una narrativa internacional que colocó a Venezuela como «amenaza regional». En paralelo, buques de guerra USA, comenzaron a patrullar el Caribe oriental bajo el argumento de combatir el narcotráfico, islas del Caribe se convirtieron en puntos logísticos. El Caribe dejó de ser un mar turístico y volvió a ser, como en la Guerra Fría, un tablero militar.
Fase II: El desembarco y la respuesta asimétrica.
La invasión, rápida y quirúrgica según sus promotores, buscó neutralizar centros de mando, infraestructura energética y capacidades militares venezolanas. Sin embargo, el conflicto no se limitó al territorio venezolano. La respuesta fue asimétrica: ciberataques, sabotajes regionales y, sobre todo, la activación de alianzas estratégicas extra hemisféricas. El conflicto dejó de ser bilateral para transformarse en una disputa de alcance global.
Fase III: El Caribe como retaguardia de guerra.
En este escenario, la República Dominicana emergió como un punto crítico. Su posición geográfica —en el corazón del Caribe, cercana a Venezuela, con puertos profundos, aeropuertos estratégicos y conectividad regional— mediante acuerdo de su gobierno con EEUU; la convirtió en una plataforma logística clave de los Estados Unidos. Sin necesidad de una declaración formal, el país pasó a funcionar como un portaaviones terrestre: – Reabastecimiento aéreo – Inteligencia regional – Movilización de tropas y equipos – Control de rutas marítimas – La neutralidad se volvió impracticable. Y el principio rector de nuestra política exterior; “de no involucramiento en asuntos internos de otros países”, quedó sepultado.
Fase IV: La sombra de la reacción misilística.
Con el Caribe militarizado, la lógica del conflicto cambió. La doctrina de disuasión entró en escena. Bases, puertos y centros logísticos involucrados pasaron a ser considerados “objetivos legítimos” dentro de una eventual respuesta misilística de Venezuela.
La República Dominicana, históricamente ajena a guerras internacionales, apareció súbitamente en mapas de riesgo global. No como agresor, sino como plataforma estratégica. La pregunta dejó de ser “si” habría consecuencias, y pasó a ser “cuáles” y “hasta dónde”.
Fase V: Impacto interno y regional.
Las repercusiones potenciales son: – Caída del turismo – Aumento del costo de los seguros marítimos y aéreos – Presión inflacionaria – Polarización política interna – Temor social ante una guerra que no se decidió en casa. El Caribe, una región construida sobre la promesa de paz, comercio y convivencia, quedó atrapado entre los tradicionales conflictos de las megapotencias.
Epílogo: La lección estratégica.
Esta crónica hipotética deja una advertencia real: las guerras modernas no respetan fronteras ni neutralidades geográficas. Las pequeñas naciones, especialmente las estratégicamente ubicadas como la República Dominicana, pueden verse arrastradas a conflictos ajenos sin disparar un solo Tiro.
La verdadera defensa no siempre está en las armas, sino en la diplomacia activa, la integración regional y la afirmación clara de la soberanía. Porque cuando los misiles entran en la ecuación, ya es demasiado tarde para preguntarse cómo empezó todo.
El autor es escritor y analista Geopolítico

