Davos y la montaña mágica de Thomas Mann

Nelson Espinal Báez

En la década del 70 del siglo pasado, el profesor alemán Klaus M. Schwab desarrolló una idea brillante y poco convencional, la “teoría stakeholder”, la cual, en esencia,  dice que una empresa debe servir no solo a sus accionistas (shareholders) sino también a todas las partes interesadas: empleados, proveedores, clientes, gobierno, sindicatos, medios de comunicación y la comunidad de la que forma parte. 

La visión de este capitalismo socialmente responsable, también llamado en inglés “stakeholder capitalism” se convirtió en el principio rector del Foro Económico Mundial donde se reúnen empresarios, emprendedores, millonarios, líderes de opinión, políticos y analistas para revisar la economía mundial y reflexionar sobre sus propuestas y soluciones.

Cuando el profesor Schwab, ingeniero y economista, fundó el Foro en 1971, eligió Davos como el hogar de la reunión anual no sólo para escapar de lo cotidiano, sino “inspirado en lo que las montañas representan en la cultura suiza y alemana, tal como fue plasmado en la famosa obra de Thomas Mann La Montaña Mágica”. Es por ello que para el profesor Schwab ‘El espíritu de Davos’ es una actitud de apertura y cooperación.”

Para entender su inspiración, Thomas Mann al final de La Montaña Mágica, le dice sucintamente al lector que la historia que acaba de contársele “no ha sido corta ni larga, sino hermética”, para referirse a los textos filosóficos del Corpus Hermeticum, antigua tradición basada en un humanismo integral que explica la interconexión e interrelación existente entre las diversas esferas del conocimiento. De este modo, se hace eco de la analogía enunciada por Flaubert: “la palabra, con minúscula, es un microcosmos que se corresponde con la Palabra, con mayúscula, con el Logos.” La palabra se convierte así en un instrumento de creación.

Es decir, para el profesor Schwab, de conformidad con su inspiración, Davos es una postura filosófica activa que busca rescatar el viejo arte de unir distintos grupos de intereses a dialogar y contrastar ideas para hacer que las cosas sucedan de la manera más armoniosa y sostenible posible asumiendo un papel activo en relación con el mundo que habita y al cual busca transformar.

Eso ayuda a entender por qué Jamie Dimon, CEO del banco de inversiones JP Morgan, relata que alguien le dijo: “En Davos es donde los multimillonarios les dicen a los millonarios lo que siente la clase media”. 

Sin embargo, reconociendo su poder simbólico, Samuel Huntington acuñó el término “el hombre de Davos”, como estereotipo de una élite de personas – casi siempre hombres – de negocios liberales, cosmopolitas, con influencia internacional”. Pues es real, el Foro de Davos se ha convertido, a través de los años, en la expresión más concentrada del poder de las élites del capitalismo mundial.

Su importancia y cuidado es extraordinaria, pues la historia de la civilización occidental es la historia de la aspiración de la humanidad a lo fáustico: el ego como sistema de pensamiento en contraposición a los diálogos filosóficos de Thomas Mann en La montaña mágica. 

Fausto es el arquetipo y avatar supremo del hombre occidental buscando un poder y conocimiento más allá de toda limitación ética y de toda jerarquía humana de valores. 

Las fuerzas desatadas por los Faustos modernos amenazan con formas de condena tangibles y aterradoras. Al igual que el doctor Frankenstein, hemos creado monstruos. Desde Chernobil al presente, ya perdimos la cuenta. 

El Foro afirma que su labor en los últimos 50 años ha sido productiva para el mundo “reflejando los eventos clave de la historia reciente, desde la caída del Muro de Berlín hasta el surgimiento de la globalización económica”… “Ayudó a evitar la guerra entre Grecia y Turquía, construyó puentes económicos en todo el mundo, organizó un apretón de manos para cerrar el fin del apartheid, lanzó una alianza que ha vacunado 700 millones de niños y dio una plataforma a líderes ecologistas.”

En esencia, subyace un hilo conductor común: el interés por reformular un modelo de globalización inclusivo y sostenible, el fomento de los valores liberales y cosmopolitas y la apuesta por la innovación y la tecnología para solucionar problemas globales. Muchos ya reconocen que el hombre de Davos evoluciona…y tiene vocación de representar el origen filosófico que lo inspira. Es decir, intentar ecualizar los excesos, las codicias, las intromisiones en estados soberanos y el desbocado cambio climático. Que lo global no elimine lo local, y que lo local se armonice con lo global.

Siempre ha habido y habrá elites, pero que participe, dialogue, escuche y se adapte a los cambios, es lo que las distingue en inteligencia, sabiduría y visión.

Su importancia y cuidado es extraordinaria, pues la historia de la civilización occidental es la historia de la aspiración de la humanidad a lo fáustico: el ego como sistema de pensamiento en contraposición a los diálogos filosóficos de Thomas Mann en La montaña mágica.

Comentarios
Difundelo
Permitir Notificaciones OK No gracias