Dignificar el trabajo doméstico
Al salario de un empleado se le aplica el mismo principio que al precio de un producto: a medida que sube, espanta a sus compradores. El empleador “comprará” menos gente, si su precio es muy alto, y buscará alternativas robóticas para sustituirla. Y si planeaba expandirse, se lo pensará mejor.
Así funciona. Pero como se trata de “humanos”, entran en consideración la sensibilidad y la justicia (“lo que merece el padre de familia”, “los derechos que se tiene por haber nacido”…). Y esto motiva a que el Gobierno obligue a pagar salario mínimo, vacaciones, horas extras, pensiones, bonos, descanso por maternidad, y a acumular un pasivo laboral para liquidar por todo lo alto en caso de despido.
La opinión pública lo ve bien, porque se concentra en las intenciones humanitarias de estas reglas, y no en sus efectos reales: que no ayudan ni a bajar el desempleo ni a que muchachos recién graduados obtengan su primer trabajo.
Recientemente se habla de “dignificar” el trabajo doméstico, adjudicándole los mismos derechos que al trabajo formal.
En nuestro país, la posibilidad de tener esa ayuda en las casas (reservada solo a los muy ricos en el mundo desarrollado) existe precisamente porque no constituye una carga demasiado alta (incluso familias con un ingreso medio gozan de este privilegio). Y esto ha permitido que muchas personas sin la preparación suficiente para obtener otro tipo de empleo, reciban un ingreso, vivan bajo un techo, tengan televisión con cable, realicen sus tres comidas y que hasta sean consideradas como parte de la familia a la que asisten.
A partir del momento en que se le complique a quien las emplea, esta posibilidad se acabará para unos y otros. Las familias con dos de servicio se quedarán con uno o ninguno, y se adaptarán a que cada cual haga su cama y friegue lo suyo, y a que no se armen “juntaderas”. Muy incómodo, sí. Pero sobretodo duro y triste para los empleados domésticos de cuyo trabajo se prescindirá, privándolos a su vez de su sentido de valía y utilidad.
Esto es lo que inevitablemente ocurrirá, mientras se aplauda en los medios que se ha hecho justicia por ellos.