DILEMA: Leer o no la Biblia en las escuelas

Por Ocirema Caminero Cabral- 

Como sostenido por el físico cuántico alemán, Werner Heisenberg…“el primer sorbo de la ciencia te vuelve ateo, pero en el fondo del vaso, Dios te está esperando”.

Siendo coherentes con el desarrollo de la lectura universal desde la invención de la imprenta, sabemos que la Biblia es el libro que más se ha traducido y distribuido en la historia humana, con más de 5,000 millones de copias en su haber.

Al margen de referirse que fue escrita por inspiración divina, si se analiza como pieza literaria (destacando que sus diversos libros fueron escritos por distintos autores en épocas diferentes, plasmadas con la visión cultural y problemáticas de cada uno en la época dada). Señalando, que desde la elucidación moderna, se distinguen en la Biblia diversos géneros literarios, tales como: el relato histórico, el mito, la saga, el cuento, la fábula, el sermón, la exhortación, la confesión de fe, la narración didáctica, la parábola, la sentencia profética, jurídica o sapiencial, el discurso, epistolar, apocalíptico, el refrán, la oración, el canto, etc.; cada uno de estos con sus disímiles formas y objetivos literarios. Lo que nos lleva a deducir su nivel de influencia, el valor histórico y humanístico; haciendo que resulte emocionante y hasta desafiante conocerla.

De esto desprendemos, que suscribir a su lectura va en consonancia con las obras que usualmente se analizan y socializan en el programa educativo escolar.

De manera superior, desde la perspectiva interna, es necesario llamar la atención al hecho indiscutible de que ésta ondea en el corazón de nuestro más visible símbolo patrio, el escudo nacional.

Acorde estas breves racionales, que aceptan mayor extensión, si ese fuera el objetivo de este escrito; discernimos que leer en las escuelas la significativa y transcendental obra de la bibliografía universal, contentiva de tal riqueza lírica e histórica; que en adición, a un nivel supra educativo, fue acogida por los ilustres próceres de la nación dominicana en el preciso momento de su nacimiento como república, a fin de que fuese parte integral del contexto de patria perenne; luce oportuno indicar, que su lectura no sólo es deseable, sino un honor distintivo.

Al refrendar su no lectura en las escuelas, nos veríamos primeramente, en la opción elemental de proponer su remoción del lienzo patrio. Para abrir y -probablemente lo opuesto- a este dilema, lanzo la pregunta: ¿Quién se decide o se atreve a sugerirlo y/o a refutar lo antecedentemente expuesto?

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